(O cómo construir una misericordia libre de estereotipos.)
Cecilia López Puertas
Tolerancia, tolerancia…
palabrita en el mantel
Pocos platos se la sirven,
muchas bocas a comer
(Extracto de la canción “Sortilegio” de Silvio
Rodríguez)
Últimamente me interpelo tantas veces al día que es difícil pasar en
limpio algo que sea pasible de ser escrito. La idea de que vivimos tiempos
conmocionados ya no inquieta a nadie y está bien, porque de alguna manera hemos
aprendido a aceptar esta realidad revuelta en la que se juegan categorías que
nos ponen a cada rato entre la espada y la pared.
Pero el problema, si es que lo hay (y yo creo que sí), no es tanto
andar de categoría en categoría, el problema son los estereotipos.
¿Qué son los estereotipos? Bueno, hay mucha agua abajo del puente pero
básicamente son estructuras que recortan.
Los estereotipos simplifican.
Muchos han intentado explicar como funcionan los estereotipos, Cora
Edith Gamarnik en “Estereotipos sociales
y medios de comunicación: un círculo vicioso” dice que se construyen en
etapas, primero se selecciona, luego se categoriza y por último se generaliza.
Le damos prioridad a unos aspectos en detrimento de otros y por eso es que
reducimos. Desde ya que las características que seleccionamos no son nunca del
todo mentirosas, pero al elegirla de una lista enorme de posibilidades y
generalizarlas, lo que hacemos es establecerlas como parámetros absolutos y
convertirlas en representativas de
ese grupo que estamos juzgando. Me permito dar algunos ejemplos: todos los
gitanos son ladrones, todos los judíos son tacaños, todos los inmigrantes son
ilegales, todos los que viven de “planes sociales” son vagos, todos los
empresarios son explotadores.
Los estereotipos funcionan.
Sobre todo porque, como dice Gamarnik, son conceptos de un grupo por lo
que necesariamente implican un consenso. Del momento en que son percibidos como
representaciones válidas de la realidad se difunden y se autoreproducen como
los virus informáticos.
Pienso que el problema se da cuando se incorporan a ese lugar tan
bonito que llamamos “sentido común” y se naturalizan de tal modo que nos cuesta
distinguir dónde empiezan y dónde terminan. Además esconden juicios de valor (o
bien de disvalor) pero para darnos
cuenta de eso tendríamos que tomar conciencia de que estamos ante un
estereotipo y antes de eso tendríamos que advertir que estamos ante un prejuicio… y a nosotros, los seres
humanos, no nos gusta admitir estas cosas.
Funcionan porque nos evitan tomar
esa conciencia, nos evitan pensar
más profundamente en las cosas que decimos o hacemos, en los juicios de valor
que tenemos, en las expectativas que nos inventamos, en la forma en la que
consideramos a los demás y en lo que esperamos de ellos. Nos evitan una
importante cuota de introspección que estamos muy dispuestos a relegar a cambio
de la paz interior que nos produce sentarnos como vegetales delante de, por
ejemplo, un programa televisivo de concurso de “talentos” cuyas reglas ni
siquiera entendemos. Y no importa.
Los estereotipos dividen.
Pensar cansa. Y encima ya venimos muy cansados… trabajar, estudiar,
socializar, divertirse, dormir, aburrirse, trabajar otra vez… y todo eso
hacerlo en paralelo con un estado de hipercomunicación descomunal, manteniendo -vía redes sociales, vía celulares-
cyberconversaciones simultáneas con gente de la que cada vez sabemos menos, con
la que cada vez nos encontramos
menos. Si la falta de información (de encuentro) real ayuda a armar
estereotipos ¡Díganme que no soy la única que ve en esto un caldo de cultivo
para los estereotipos que no se puede ni creer!
Les propongo un experimento. ¿Vieron esas imágenes graciosas (“memes”)
que se comparten por ejemplo por Facebook y resumen nuestro sentir de tal modo
que se nos dispara un fuego interior que nos obliga a compartirlas? Bueno,
compartan cualquiera que se les ocurra acompañada de la siguiente pregunta
“¿Qué significa?” Probablemente logren más “me gusta” que “comentarios”, pero
si acaso alguno respondiera al interrogante descubrirían, no sin frustración,
que no entiende exactamente lo mismo
que ustedes… por muchos “me gusta” que tenga…
Pues bien, simplificamos, todo el tiempo, lo hacemos para sobrevivir y
es lógico, pero ¿Hasta dónde? ¿Cuál es la medida? Detrás de esas imágenes, a
veces graciosas, muchas veces hay sarcasmo, hay ironía, hay prejuicios, hay
xenofobia, hay hostilidad.
Los estereotipos lastiman.
Es que muchas veces no conocemos realmente
lo que ocurre. Sencillamente nunca nos cruzamos con un musulmán o con un
minero… no es nuestra culpa necesitar pensar algo en relación a ellos y no
tener información “directa”, necesitamos saber qué representan y entonces aparecen los mediadores. Los medios de
comunicación son excelentes tomándose estas molestias. Si tomáramos conciencia
del profundo hecho de injusticia que implica prejuzgar de esa manera a los
demás, miraríamos menos tele y leeríamos menos diarios en “Modo Off”,
trataríamos de construir nuestras propias ideas, de sacar nuestras propias
conclusiones.
Esto es grave especialmente porque se trata de conceptos de un grupo.
Teun Van Dijk es un lingüista neerlandés que se dedicó a estudiar el análisis
crítico del discurso. ¿Qué significa esto? Básicamente dijo que la manera en la
que la prensa escribe sobre un tema, por ejemplo “los inmigrantes”, es una función de la organización de ese
periódico como empresa, pero también de la formación de los periodistas como
profesionales, de las rutinas diarias de “hacer noticias”, de la identidad de
grupo y de otras tantas estructuras sociales más. Que eso mismo pasa con los
textos escolares, con los debates parlamentarios y millones de otros tipos de
discursos. Es decir: el discurso no solo
expresa sino que construye y confirma
representaciones sociales, tales como los prejuicios.
Hasta ahí, análisis del discurso. Van Dijk va más allá y hace análisis crítico del discurso, lo que significa
que fija su objetivo en estudiar cómo determinadas estructuras de dominación
social producen y reproducen discursos. Fijando relaciones de poder que son por
definición desiguales y que se establecen a favor de unos y en detrimento de
otros.
De alguna manera entiendo que lo que hacen los estereotipos es cristalizar estos procesos pintándolos
de naturalidad. Podemos negar que
esto ocurra, podemos ser menos radicales y negar que ocurra en determinado
caso, pero si estamos de acuerdo en que estos procesos son mecanismos comunes y
corrientes, totalmente habituales en las sociedades en las que vivimos… no
podemos pensarlos con ingenuidad. No son neutros o asépticos. Creer esto es
ser, como mínimo, naïf. Y, permítanme preguntarles ¿Pretenderse naïf ante la
desigualdad, ante el prejuicio, ante el menosprecio de unos en favor de otros,
no es una forma de violencia?
¿Qué hacer frente a los estereotipos?
Frandin et Marandin, son dos estudiosos franceses (citados por
Gamarnik) que se dedicaron a conceptualizar los clichés y elaboraron una definición de estereotipo interesante: “El
estereotipo, una evidencia sin historia, presenta, como las frases
enciclopédicas del diccionario, un efecto de “verdad inmediata”, que resulta
del borrado del saber en el que fueron producidas”.
Entonces, pienso en voz alta: Si
el estereotipo es una evidencia sin historia, un saber creador borrado por su
criatura; la única defensa que tenemos contra la violencia es la historia.
Pero hace rato ya las ciencias sociales han dejado de lado la idea de
que la historia es algo estático, que uno puede ir a sacar de adentro de un
libro para infundirse de un conocimiento guardado y reservado. No digo la historia como esa Verdad, como hechos
objetivos, como lo que “realmente” pasó… hablo de la historia que contamos los humanos,
esa atravesada por el lenguaje, esa que “nos” habla, la que nos hace transitar
sobre un camino que ya fue recorrido, la que nos interpela en las decisiones de
hoy. Hace rato hemos aceptado que a la historia la vamos construyendo a medida
que la leemos, la vamos haciendo otra vez todo el tiempo.
Jorge Luis Borges analizando lo kafkiano
de una serie de obras escritas antes de que Kafka hubiera nacido, dijo que cada
creador crea a sus precursores. Se crea hacia el futuro pero también se crea
hacia el pasado.
Creo que falseamos el presente (y el futuro) cuando pretendemos una búsqueda
de unión sin pasado, es decir, que no reconoce las diferencias. Que no acepta
con sinceridad, con serenidad… que no todos pensamos igual y que mucho de lo
que pensamos está atravesado por esa historia. Esta construido sobre esa
historia.
Alguna vez hablando de los inmigrantes me permití reflexionar sobre esa
búsqueda (tan aparentemente contradictoria como interesante) de integrarnos sin
desdibujarnos, sin borrar lo que nos distingue. De la misma forma hoy urge
aceptarnos con diferencias, con nuestras sinrazones, con nuestras riquezas, con
nuestra torpe y hermosa humanidad. Y no se puede hacer esto si borramos la
historia, no hay empatía posible sin historia.
No hay empatía posible sin historia.
A veces el camino es el desencuentro, a veces solamente
desencontrándonos tomamos conciencia del lugar en el que estamos, de las ideas
que nos interpelan, de los discursos que nos mueven y conmueven. A veces
necesitamos tomar distancia para entender qué es nuestro y qué no, a cuáles de
las ideas que nos encienden las fuimos adoptando por el camino, con qué
conciencia lo hicimos, a qué precio. Urge tomar algunas decisiones, porque los
estereotipos lastiman. Y lastiman porque son injustos.
Quizá entonces el único acto de justicia que nos podamos permitir sea hacer
el esfuerzo por recuperar esos “saberes borrados”.
No hay fórmulas mágicas que nos unan a todos de pronto bajo un mismo
sol y por muy genuinas que sean las voluntades que dicen querer un mundo en el
que “todos tiremos para el mismo lado”, ese mundo está muy lejos de este que
tenemos. No me gusta ser escéptica, pero Imagine
es solamente una canción y aunque al escucharla pensamos en el flower power, la
verdad es que la letra es bastante pobre y lo que simboliza excede lo que es. Un
creador crea sus precursores. Nosotros inventamos todo el tiempo a Lennon
cantándole al amor y a la paz, pero él mismo ya se había reído retrospectivamente
de las interpretación que le depararía el futuro con el Magical Mistery Tour y
una I Am the walrus inanalizable.
Nuestra versión de Imagine excede a
Lennon.
Son las evidencias sin historia que nos recortan. La paz panfletaria, Lennon
musicalizando (acaso contra su voluntad) eventos en los que se comen platos
carísimos mientras se recaudan fondos para los desnutridos. “...Tolerancia, tolerancia… palabrita en el
mantel, pocos platos se la sirven muchas bocas a comer…” El mundo ese que
soñamos necesita que le devolvamos las partes que no queríamos contar, aunque
nos duelan, aunque impliquen reconocer que no somos tan pacifistas, ni tan
abiertos, ni tan desinteresados.
Estamos llenos de estereotipos, respiramos esos aires todo el tiempo y
si no empezamos por recuperar esos saberes borrados, si no empezamos a
preguntarnos de una vez por todas ¿De dónde nos vienen esos pensamientos? ¿De
dónde, acaso, esta (mi propia) hostilidad? Si no empezamos a desandar el camino
sobre el que construimos nuestra mirada del mundo, no podremos tener los ojos
listos para mirar el presente que nos toca vivir aceptándolo con sus partes
inconclusas, con sus grises, con sus ambigüedades.
Hace rato ya parece que salió del lenguaje común la palabra “misericordia”,
mi papá tiene una teoría, dice que fue a propósito. Yo no sé si fue así pero
algo de cierto hay… no deja de ser extraño que otras palabras en español
vinculadas al ámbito religioso como esperanza, humildad, fe… se utilicen todos
los días (incluso en campañas políticas) y en cambio se haya dejado de lado a
la misericordia. Es que la
misericordia es acción, viene
de la mano de las obras… no hay forma de ser misericordioso y quedarse quieto
ante lo que le pasa al de al lado. Ser misericordioso requiere una importante
cuota de empatía y ya dijimos que no hay empatía posible sin historia.
El Papa Francisco cuando convocó al Jubileo Extraordinario de la Misericordia , con la Bula “Misericordiae Vultus”
(link: https://w2.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html)
expresó con claridad la necesidad de practicar las obras de la Misericordia -tanto
corporales como espirituales- como modo “…para
despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada…”.-
¿Cuáles son las obras de misericordia corporales? Dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero,
asistir los enfermos, visitar a los presos… Las “espirituales” son: dar consejo
al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al
triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas,
rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
Para los católicos no son una opción, nuestra Fe implica creer
que en base a estas obras de misericordia seremos juzgados. El Papa Francisco
lo explicita con claridad, se nos preguntará: “…Si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos
al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que
estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45).
Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el
miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la
ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados
de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser
cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y
rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si
tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con
nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos
y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su
carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado,
desnutrido, en fuga ... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con
cuidado...”.
Finalmente, cita a san Juan de la Cruz con una frase que lo encierra todo: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos
juzgados en el amor…”.
Y el amor, para san Juan de la
Cruz como para mí y para todos los que intentamos darle alguna
vuelta a estas cosas, no es el amor del flower power, el amor panfletario que
nos conmueve treinta segundos para pedirnos cincuenta centavos más IVA al mes
para ayudar a las ballenas. El Amor tiene A mayúscula y significa primero que
nada, bajarse del pedestal. Aceptar que no estamos en los pies del otro, que
nuestro lugar no es ayudar porque somos mejores o porque tenemos más, que
cuando damos lo que al otro le falta no es dádiva, es justicia.
Y antes todavía de hacer nada, de mover un solo músculo del cuerpo para
ayudar a alguien tenemos que ser
justos en nuestra conciencia, tenemos que respetarlo como persona, tenemos que
luchar contra esos saberes borrados, contra esos prejuicios, contra esos
estereotipos que lo reducen. Porque la misericordia y los estereotipos no se
llevan bien. Tenemos que encontrarnos con los demás en su riqueza, en su
individualidad, en su historia. La “gente” no es de una forma o de otra, o está
cansada de esto o de aquello, la “gente” no es una masa amorfa de seres vivos
que hay que correrla para el lado que dispara.
Nos debemos esta lucha silenciosa con nosotros mismos, nos debemos el
cansancio de pensar un poco más y reducir un poco menos. Necesitamos esa justa
cuota de escepticismo que sin desanimarnos ni quitarnos la esperanza, nos
permita estar atentos a los juicios que hacemos, preguntándonos todo el tiempo
¿De dónde viene esto que digo? ¿Quién soy yo para decirlo? La lucha contra la
hostilidad empieza al interior de nosotros mismos y no hay salida fácil, porque
pretenderse ingenuo ante la desigualdad, ante el prejuicio, ante el menosprecio
de unos en favor de otros, es una forma de violencia.
A nadie le gusta que lo recorten, a nadie le gusta que lo hagan pedazos
y a la historia -esa que nos interpela- nos la jugamos todo el tiempo en la
calle, en cada encuentro, en cada conversación…
Hoy es la víspera de siempre,
los días, eternamente, no
me dejan definir
Y siempre estoy como esperando que
cuando, al fin, pase algo
aún me quede por decir, por
sentir, por retener…
un pedazo siquiera de mi.
(“Hoy es la víspera de siempre”, Silvio Rodríguez)
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