sábado, 26 de diciembre de 2015

El sabor del desencuentro

(O cómo construir una misericordia libre de estereotipos.)

Cecilia López Puertas

  
Tolerancia, tolerancia… palabrita en el mantel
Pocos platos se la sirven, muchas bocas a comer
(Extracto de la canción “Sortilegio” de Silvio Rodríguez)
Últimamente me interpelo tantas veces al día que es difícil pasar en limpio algo que sea pasible de ser escrito. La idea de que vivimos tiempos conmocionados ya no inquieta a nadie y está bien, porque de alguna manera hemos aprendido a aceptar esta realidad revuelta en la que se juegan categorías que nos ponen a cada rato entre la espada y la pared.
Pero el problema, si es que lo hay (y yo creo que sí), no es tanto andar de categoría en categoría, el problema son los estereotipos.
¿Qué son los estereotipos? Bueno, hay mucha agua abajo del puente pero básicamente son estructuras que recortan.

Los estereotipos simplifican.
Muchos han intentado explicar como funcionan los estereotipos, Cora Edith Gamarnik en “Estereotipos sociales y medios de comunicación: un círculo vicioso” dice que se construyen en etapas, primero se selecciona, luego se categoriza y por último se generaliza. Le damos prioridad a unos aspectos en detrimento de otros y por eso es que reducimos. Desde ya que las características que seleccionamos no son nunca del todo mentirosas, pero al elegirla de una lista enorme de posibilidades y generalizarlas, lo que hacemos es establecerlas como parámetros absolutos y convertirlas en representativas de ese grupo que estamos juzgando. Me permito dar algunos ejemplos: todos los gitanos son ladrones, todos los judíos son tacaños, todos los inmigrantes son ilegales, todos los que viven de “planes sociales” son vagos, todos los empresarios son explotadores.

Los estereotipos funcionan.
Sobre todo porque, como dice Gamarnik, son conceptos de un grupo por lo que necesariamente implican un consenso. Del momento en que son percibidos como representaciones válidas de la realidad se difunden y se autoreproducen como los virus informáticos.

Pienso que el problema se da cuando se incorporan a ese lugar tan bonito que llamamos “sentido común” y se naturalizan de tal modo que nos cuesta distinguir dónde empiezan y dónde terminan. Además esconden juicios de valor (o bien de disvalor) pero para darnos cuenta de eso tendríamos que tomar conciencia de que estamos ante un estereotipo y antes de eso tendríamos que advertir que estamos ante un prejuicio… y a nosotros, los seres humanos, no nos gusta admitir estas cosas.
Funcionan porque nos evitan tomar esa conciencia, nos evitan pensar más profundamente en las cosas que decimos o hacemos, en los juicios de valor que tenemos, en las expectativas que nos inventamos, en la forma en la que consideramos a los demás y en lo que esperamos de ellos. Nos evitan una importante cuota de introspección que estamos muy dispuestos a relegar a cambio de la paz interior que nos produce sentarnos como vegetales delante de, por ejemplo, un programa televisivo de concurso de “talentos” cuyas reglas ni siquiera entendemos. Y no importa.

Los estereotipos dividen.
Pensar cansa. Y encima ya venimos muy cansados… trabajar, estudiar, socializar, divertirse, dormir, aburrirse, trabajar otra vez… y todo eso hacerlo en paralelo con un estado de hipercomunicación descomunal, manteniendo -vía redes sociales, vía celulares- cyberconversaciones simultáneas con gente de la que cada vez sabemos menos, con la que cada vez nos encontramos menos. Si la falta de información (de encuentro) real ayuda a armar estereotipos ¡Díganme que no soy la única que ve en esto un caldo de cultivo para los estereotipos que no se puede ni creer!

Les propongo un experimento. ¿Vieron esas imágenes graciosas (“memes”) que se comparten por ejemplo por Facebook y resumen nuestro sentir de tal modo que se nos dispara un fuego interior que nos obliga a compartirlas? Bueno, compartan cualquiera que se les ocurra acompañada de la siguiente pregunta “¿Qué significa?” Probablemente logren más “me gusta” que “comentarios”, pero si acaso alguno respondiera al interrogante descubrirían, no sin frustración, que no entiende exactamente lo mismo que ustedes… por muchos “me gusta” que tenga…
Pues bien, simplificamos, todo el tiempo, lo hacemos para sobrevivir y es lógico, pero ¿Hasta dónde? ¿Cuál es la medida? Detrás de esas imágenes, a veces graciosas, muchas veces hay sarcasmo, hay ironía, hay prejuicios, hay xenofobia, hay hostilidad.

Los estereotipos lastiman.
Es que muchas veces no conocemos realmente lo que ocurre. Sencillamente nunca nos cruzamos con un musulmán o con un minero… no es nuestra culpa necesitar pensar algo en relación a ellos y no tener información “directa”, necesitamos saber qué representan y entonces aparecen los mediadores. Los medios de comunicación son excelentes tomándose estas molestias. Si tomáramos conciencia del profundo hecho de injusticia que implica prejuzgar de esa manera a los demás, miraríamos menos tele y leeríamos menos diarios en “Modo Off”, trataríamos de construir nuestras propias ideas, de sacar nuestras propias conclusiones.

Esto es grave especialmente porque se trata de conceptos de un grupo. Teun Van Dijk es un lingüista neerlandés que se dedicó a estudiar el análisis crítico del discurso. ¿Qué significa esto? Básicamente dijo que la manera en la que la prensa escribe sobre un tema, por ejemplo “los inmigrantes”, es una función de la organización de ese periódico como empresa, pero también de la formación de los periodistas como profesionales, de las rutinas diarias de “hacer noticias”, de la identidad de grupo y de otras tantas estructuras sociales más. Que eso mismo pasa con los textos escolares, con los debates parlamentarios y millones de otros tipos de discursos. Es decir: el discurso no solo expresa sino que construye y confirma representaciones sociales, tales como los prejuicios.
Hasta ahí, análisis del discurso. Van Dijk va más allá y hace análisis crítico del discurso, lo que significa que fija su objetivo en estudiar cómo determinadas estructuras de dominación social producen y reproducen discursos. Fijando relaciones de poder que son por definición desiguales y que se establecen a favor de unos y en detrimento de otros.
De alguna manera entiendo que lo que hacen los estereotipos es cristalizar estos procesos pintándolos de naturalidad. Podemos negar que esto ocurra, podemos ser menos radicales y negar que ocurra en determinado caso, pero si estamos de acuerdo en que estos procesos son mecanismos comunes y corrientes, totalmente habituales en las sociedades en las que vivimos… no podemos pensarlos con ingenuidad. No son neutros o asépticos. Creer esto es ser, como mínimo, naïf. Y, permítanme preguntarles ¿Pretenderse naïf ante la desigualdad, ante el prejuicio, ante el menosprecio de unos en favor de otros, no es una forma de violencia?

¿Qué hacer frente a los estereotipos?
Frandin et Marandin, son dos estudiosos franceses (citados por Gamarnik) que se dedicaron a conceptualizar los clichés y elaboraron una definición de estereotipo interesante: “El estereotipo, una evidencia sin historia, presenta, como las frases enciclopédicas del diccionario, un efecto de “verdad inmediata”, que resulta del borrado del saber en el que fueron producidas”.

Entonces, pienso en voz alta: Si el estereotipo es una evidencia sin historia, un saber creador borrado por su criatura; la única defensa que tenemos contra la violencia es la historia.

Pero hace rato ya las ciencias sociales han dejado de lado la idea de que la historia es algo estático, que uno puede ir a sacar de adentro de un libro para infundirse de un conocimiento guardado y reservado. No digo la historia como esa Verdad, como hechos objetivos, como lo que “realmente” pasó… hablo de la historia que contamos los humanos, esa atravesada por el lenguaje, esa que “nos” habla, la que nos hace transitar sobre un camino que ya fue recorrido, la que nos interpela en las decisiones de hoy. Hace rato hemos aceptado que a la historia la vamos construyendo a medida que la leemos, la vamos haciendo otra vez todo el tiempo.

Jorge Luis Borges analizando lo kafkiano de una serie de obras escritas antes de que Kafka hubiera nacido, dijo que cada creador crea a sus precursores. Se crea hacia el futuro pero también se crea hacia el pasado.

Creo que falseamos el presente (y el futuro) cuando pretendemos una búsqueda de unión sin pasado, es decir, que no reconoce las diferencias. Que no acepta con sinceridad, con serenidad… que no todos pensamos igual y que mucho de lo que pensamos está atravesado por esa historia. Esta construido sobre esa historia.
Alguna vez hablando de los inmigrantes me permití reflexionar sobre esa búsqueda (tan aparentemente contradictoria como interesante) de integrarnos sin desdibujarnos, sin borrar lo que nos distingue. De la misma forma hoy urge aceptarnos con diferencias, con nuestras sinrazones, con nuestras riquezas, con nuestra torpe y hermosa humanidad. Y no se puede hacer esto si borramos la historia, no hay empatía posible sin historia.

No hay empatía posible sin historia.
A veces el camino es el desencuentro, a veces solamente desencontrándonos tomamos conciencia del lugar en el que estamos, de las ideas que nos interpelan, de los discursos que nos mueven y conmueven. A veces necesitamos tomar distancia para entender qué es nuestro y qué no, a cuáles de las ideas que nos encienden las fuimos adoptando por el camino, con qué conciencia lo hicimos, a qué precio. Urge tomar algunas decisiones, porque los estereotipos lastiman. Y lastiman porque son injustos.
Quizá entonces el único acto de justicia que nos podamos permitir sea hacer el esfuerzo por recuperar esos “saberes borrados”.

No hay fórmulas mágicas que nos unan a todos de pronto bajo un mismo sol y por muy genuinas que sean las voluntades que dicen querer un mundo en el que “todos tiremos para el mismo lado”, ese mundo está muy lejos de este que tenemos. No me gusta ser escéptica, pero Imagine es solamente una canción y aunque al escucharla pensamos en el flower power, la verdad es que la letra es bastante pobre y lo que simboliza excede lo que es. Un creador crea sus precursores. Nosotros inventamos todo el tiempo a Lennon cantándole al amor y a la paz, pero él mismo ya se había reído retrospectivamente de las interpretación que le depararía el futuro con el Magical Mistery Tour y una I Am the walrus inanalizable. Nuestra versión de Imagine excede a Lennon.
Son las evidencias sin historia que nos recortan. La paz panfletaria, Lennon musicalizando (acaso contra su voluntad) eventos en los que se comen platos carísimos mientras se recaudan fondos para los desnutridos. “...Tolerancia, tolerancia… palabrita en el mantel, pocos platos se la sirven muchas bocas a comer…” El mundo ese que soñamos necesita que le devolvamos las partes que no queríamos contar, aunque nos duelan, aunque impliquen reconocer que no somos tan pacifistas, ni tan abiertos, ni tan desinteresados.
Estamos llenos de estereotipos, respiramos esos aires todo el tiempo y si no empezamos por recuperar esos saberes borrados, si no empezamos a preguntarnos de una vez por todas ¿De dónde nos vienen esos pensamientos? ¿De dónde, acaso, esta (mi propia) hostilidad? Si no empezamos a desandar el camino sobre el que construimos nuestra mirada del mundo, no podremos tener los ojos listos para mirar el presente que nos toca vivir aceptándolo con sus partes inconclusas, con sus grises, con sus ambigüedades.

Hace rato ya parece que salió del lenguaje común la palabra “misericordia”, mi papá tiene una teoría, dice que fue a propósito. Yo no sé si fue así pero algo de cierto hay… no deja de ser extraño que otras palabras en español vinculadas al ámbito religioso como esperanza, humildad, fe… se utilicen todos los días (incluso en campañas políticas) y en cambio se haya dejado de lado a la misericordia. Es que la misericordia es acción, viene de la mano de las obras… no hay forma de ser misericordioso y quedarse quieto ante lo que le pasa al de al lado. Ser misericordioso requiere una importante cuota de empatía y ya dijimos que no hay empatía posible sin historia.

El Papa Francisco cuando convocó al Jubileo Extraordinario de la Misericordia, con la Bula “Misericordiae Vultus” (link: https://w2.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html) expresó con claridad la necesidad de practicar las obras de la Misericordia -tanto corporales como espirituales- como modo “…para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada…”.-
¿Cuáles son las obras de misericordia corporales? Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos… Las “espirituales” son: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos.

Para los católicos no son una opción, nuestra Fe implica creer que en base a estas obras de misericordia seremos juzgados. El Papa Francisco lo explicita con claridad, se nos preguntará: “…Si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado...”.
Finalmente, cita a san Juan de la Cruz con una frase que lo encierra todo: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor…”.

Y el amor, para san Juan de la Cruz como para mí y para todos los que intentamos darle alguna vuelta a estas cosas, no es el amor del flower power, el amor panfletario que nos conmueve treinta segundos para pedirnos cincuenta centavos más IVA al mes para ayudar a las ballenas. El Amor tiene A mayúscula y significa primero que nada, bajarse del pedestal. Aceptar que no estamos en los pies del otro, que nuestro lugar no es ayudar porque somos mejores o porque tenemos más, que cuando damos lo que al otro le falta no es dádiva, es justicia.
Y antes todavía de hacer nada, de mover un solo músculo del cuerpo para ayudar a alguien tenemos que ser justos en nuestra conciencia, tenemos que respetarlo como persona, tenemos que luchar contra esos saberes borrados, contra esos prejuicios, contra esos estereotipos que lo reducen. Porque la misericordia y los estereotipos no se llevan bien. Tenemos que encontrarnos con los demás en su riqueza, en su individualidad, en su historia. La “gente” no es de una forma o de otra, o está cansada de esto o de aquello, la “gente” no es una masa amorfa de seres vivos que hay que correrla para el lado que dispara.

Nos debemos esta lucha silenciosa con nosotros mismos, nos debemos el cansancio de pensar un poco más y reducir un poco menos. Necesitamos esa justa cuota de escepticismo que sin desanimarnos ni quitarnos la esperanza, nos permita estar atentos a los juicios que hacemos, preguntándonos todo el tiempo ¿De dónde viene esto que digo? ¿Quién soy yo para decirlo? La lucha contra la hostilidad empieza al interior de nosotros mismos y no hay salida fácil, porque pretenderse ingenuo ante la desigualdad, ante el prejuicio, ante el menosprecio de unos en favor de otros, es una forma de violencia.

A nadie le gusta que lo recorten, a nadie le gusta que lo hagan pedazos y a la historia -esa que nos interpela- nos la jugamos todo el tiempo en la calle, en cada encuentro, en cada conversación…

Hoy es la víspera de siempre,
los días, eternamente, no me dejan definir
Y siempre estoy como esperando que cuando, al fin, pase algo
aún me quede por decir, por sentir, por retener…
un pedazo siquiera de mi.


(“Hoy es la víspera de siempre”, Silvio Rodríguez)

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