Nora Pflüger
Matrimonio, dos hijos (niño y niña), un auto con cuatro puertas, un
perro y una bonita casa con jardín en las afueras de la ciudad, en la que
vivían radiantes y felices: tal era el modelo de familia que nos proponían las
series de TV norteamericanas de las décadas del cincuenta al setenta, como
emblema del estilo de vida “cristiano” (léase occidental, anglosajón y
protestante).
En el
otro extremo, en Argentina, los católicos fervientes consideraban “cristiano” sólo
al matrimonio con no menos de seis hijos, sin importar si andaban todos
descalzos, si la madre trabajaba o no, o si el padre tenía autoridad suficiente
para controlar al mismo tiempo a media docena de chicos. Criticaban duramente a
las familias más reducidas y a todo tipo de control de la natalidad (incluso, a
los métodos permitidos por la Iglesia), y vaya susto el que les dio cuando el
Vaticano empezó a hablar de “paternidad responsable” e hizo residir la decisión
última sobre la planificación familiar en la recta conciencia de los esposos.
¿Creen que exagero? Conocí no hace mucho tiempo a una señora adulta, de
cultura universitaria, que antes de hacer esto o aquello con su marido en la
intimidad conyugal, le “pedía permiso al cura”… ¡llamándolo por teléfono!
Y es
que los esquemas rígidos, además de infantilizarnos de una manera lamentable, nos
desorientan. Y no me refiero sólo a la planificación familiar.
Cuidado: no estoy rompiendo lanzas a favor del matrimonio gay, ni
pretendo que se denomine “familia” a cualquier ensamble de personas. El libro
del Génesis hace nacer el primer núcleo familiar del amor entre un hombre y una
mujer, principio necesario para todo el orden natural humano. Pero entiendo que
confundir el mandato del Génesis con una casa con jardín y un auto con cuatro
puertas, o identificarlo solamente con un árbol genealógico donde la
descendencia se multiplica como los conejos, deja fuera del cuadro a mucha
gente buena que no puede responder a ninguno de los dos modelos, y que sin
embargo, no se encuentra por eso lejos de Dios
Descubrir que papá y mamá discuten, que los hermanos pensamos diferente
en muchos temas, que tenemos algún pariente estrafalario y que nos parecemos
más a los Locos Addams que a la Familia Ingalls, no nos hace menos cristianos.
A
partir de la imagen del Génesis, permanente y universal, cada matrimonio, cada
hijo, cada grupo de hermanos, va construyendo, con paciencia, con esfuerzo, con
alegría, con dolor, la familia que en su humildad puede: que es también la que
Dios -que no nos pide imposibles- verdaderamente quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario