domingo, 6 de diciembre de 2015

FAMILIA: UNA PROPUESTA, MUCHAS FORMAS

 Nora Pflüger

  Matrimonio, dos hijos (niño y niña), un auto con cuatro puertas, un perro y una bonita casa con jardín en las afueras de la ciudad, en la que vivían radiantes y felices: tal era el modelo de familia que nos proponían las series de TV norteamericanas de las décadas del cincuenta al setenta, como emblema del estilo de vida “cristiano” (léase occidental, anglosajón y protestante).

  En el otro extremo, en Argentina, los católicos fervientes consideraban “cristiano” sólo al matrimonio con no menos de seis hijos, sin importar si andaban todos descalzos, si la madre trabajaba o no, o si el padre tenía autoridad suficiente para controlar al mismo tiempo a media docena de chicos. Criticaban duramente a las familias más reducidas y a todo tipo de control de la natalidad (incluso, a los métodos permitidos por la Iglesia), y vaya susto el que les dio cuando el Vaticano empezó a hablar de “paternidad responsable” e hizo residir la decisión última sobre la planificación familiar en la recta conciencia de los esposos.

  ¿Creen que exagero? Conocí no hace mucho tiempo a una señora adulta, de cultura universitaria, que antes de hacer esto o aquello con su marido en la intimidad conyugal, le “pedía permiso al cura”… ¡llamándolo por teléfono!

  Y es que los esquemas rígidos, además de infantilizarnos de una manera lamentable, nos desorientan. Y no me refiero sólo a la planificación familiar.

  Cuidado: no estoy rompiendo lanzas a favor del matrimonio gay, ni pretendo que se denomine “familia” a cualquier ensamble de personas. El libro del Génesis hace nacer el primer núcleo familiar del amor entre un hombre y una mujer, principio necesario para todo el orden natural humano. Pero entiendo que confundir el mandato del Génesis con una casa con jardín y un auto con cuatro puertas, o identificarlo solamente con un árbol genealógico donde la descendencia se multiplica como los conejos, deja fuera del cuadro a mucha gente buena que no puede responder a ninguno de los dos modelos, y que sin embargo, no se encuentra por eso lejos de Dios

  Descubrir que papá y mamá discuten, que los hermanos pensamos diferente en muchos temas, que tenemos algún pariente estrafalario y que nos parecemos más a los Locos Addams que a la Familia Ingalls, no nos hace menos cristianos.

  A partir de la imagen del Génesis, permanente y universal, cada matrimonio, cada hijo, cada grupo de hermanos, va construyendo, con paciencia, con esfuerzo, con alegría, con dolor, la familia que en su humildad puede: que es también la que Dios -que no nos pide imposibles- verdaderamente quiere.


                                         

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