martes, 18 de agosto de 2015

EL GRIS Y YO

Nora Pflüger  


   “Cuán necesaria es la oración de Completas: Líbranos de los fantasmas de la noche.”
                                  Teresa de Lisieux

  Me pregunto muchas veces qué mano de la Providencia me guió, por caminos inesperados, hasta el Santuario de Schönstatt. No soy de los que –felices de ellos- nacieron y vivieron desde chiquitos arropados entre el manto de la Mater (como llamamos los schönstattianos a la Virgen María) y la barba sonriente del Padre Kentenich. Mi familia no pertenece al Movimiento y además, en todo lo religioso, fue siempre muy plural. Llegué yo a la fe, y a Schönstatt, después de una larga búsqueda, que incluyó una primera juventud con muchas dudas y sufrimientos. Antes de eso, en la adolescencia, mi “altar personal” fue una mezcla de Beatles, Lawrence de Arabia, el baladista escocés Donovan y  el filósofo Baruj Spinoza, tan pensativo y solitario él. Mucho antes, en la niñez, ocuparon ese lugar Nuestra señora de Lourdes y Bernardita. Y más atrás todavía, allá al fondo, en mi tempranísima infancia, cuando todavía no sabía leer, mis devociones fueron salesianas. Esas devociones están unidas para siempre al recuerdo de la casa de mi abuela materna, en Bahía Blanca, a las puertas de la Patagonia: un caserón de dos patios, con habitaciones de cielorrasos altísimos, con recovecos y armarios llenos de estampas y medallas, donde todo era Don Bosco y María Auxiliadora.
   Cuando somos niños, una casa grande y antigua suele ser maravillosa de día, pero puede asustarnos mucho no bien se pone el sol. Sin embargo, miedosa y chiquita como era, yo tenía el recurso inmediato de invocar a Ceferino, a quien sentía mi hermano, o de pedir espontáneamente la ayuda de Don Bosco, de cuya vida, no obstante, no sabía demasiado.
 Y esos recuerdos me trasladan a una historia de muchísimos años después, en otras noches y con otros miedos. Había terminado unos estudios de Teología en un Instituto arquidiocesano de mi ciudad, La Plata, y la Universidad Católica de la misma ciudad me había dado unas horas de cátedra en su Facultad de Ciencias Sociales, para enseñar los rudimentos de la santa religión a unos alumnos muy simpáticos y muy agnósticos. Era yo una profesora nuevita, una veinteañera flaquita y pelilarga que intentaba comunicar sus conocimientos con la mayor responsabilidad y que no escondía su pertenencia  a la Iglesia y al Movimiento de Schönstatt, compromisos que los simpáticos de mis alumnos consideraban una inocentada digna de mejor causa.
  La Facultad funcionaba de noche en un vetusto edificio situado en 67 y 8, que la Universidad alquilaba, según comentarios de pasillo, a bajo precio. Había vidrios rotos, murciélagos, etc. Pero además, el edificio lindaba con el barrio que en la Plata se conoce como la “zona roja”, lugar de tránsito nocturno de borrachos, travestis, drogadictos y señores gordos a la pesca de cualquier tipo de oportunidad sexual.
  Las clases terminaban a las once de la noche, pero a eso de las nueve, los profesores varones tomaban las de Villadiego, con la excusa de que si no, sus esposas les daban chas-chas en la cola, y las mujeres (profesoras y empleadas) nos quedábamos en el edificio hasta la finalización del horario, porque pobres de nosotras si no lo cumplíamos.
  Ignoro si las autoridades del Rectorado no estaban  enteradas de esta situación, o si lo sabían pero les importaba lo mismo que un partido de golf.
  Con mucha diplomacia, yo había logrado que, en general, alguien de mi casa viniera a buscarme a 67 y 8. Pero sucedió que un  día, en pleno invierno, por razones que no tengo presentes ahora, mi familia no se encontraba disponible y escuché el esperado: “Arreglate sola”.
  Lo de arreglarme sola significaba salir a las once de la noche del edificio y caminar varias cuadras en penumbra (las menos malas: otras estaban directamente a oscuras) hasta llegar a una esquina iluminada en la que podía hacerle señas a un taxi. No se usaban entonces los celulares y al sistema de llamado por radio sólo lo manejaba la policía. Me preparé, por lo tanto, para encarar la caminata, breve pero peligrosa, con la mayor valentía posible.
  Al final de mi estimulante jornada laboral, concluidas mis clases, me lancé a la aventura. Yo era muy joven, la zona era muy roja y la noche, muy sombría. Caminaba con frío y con susto, procurando esquivar los bultos que se me cruzaban: borrachos, travestis, siluetas de pesadilla. Cada tanto sentía el zumbido del motor de un auto que se acercaba despacito al cordón de la vereda y al mirarlo yo en un movimiento inevitable, veía salir por la ventanilla la cabezota de un señor que, a la hora en que debía estar en su casa con su querida esposa, se dedicaba en cambio a hacerme las  propuestas más repugnantes.   
  Hubo un momento en que, aturdida  por el pánico, mi memoria retrocedió kilómetros en el tiempo, borró la Filosofía, la Teología y los héroes y santos de mi niñez y adolescencia, me convirtió de nuevo en la niñita de cuatro años perdida en una gran casa silenciosa y de mi alma brotó un infantil: “Don Bosco… ¡ayudame!”
  Entonces, como si saliera de una pared, surgió de la penumbra un perro. Era grandote, y debió inspirarme temor, pero en cambio, me despertó de inmediato una sorprendente confianza. A la poca luz de la calle distinguí su pelaje más bien claro, entre pardo y gris verdoso –bien que de noche, ningún color es lo que parece- y su cabeza al mismo tiempo delicada y fuerte, mezcla (creo yo) de ovejero y mastín. Un  perro mestizo, sin duda, de los que andan sueltos por cualquier parte. Pero los perros vagabundos, cuando siguen a un transeúnte, se colocan primero a medio metro detrás de él y le van siguiendo la pisada, hasta que de a poco entran en mayor intimidad, y éste vino a buscarme como si ya me conociera, moviendo amistosamente la cola. Y en lugar de trotar en pos de mí, se colocó a un costado y comenzó a andar al ritmo de mis pasos, al igual que el perro entrenado para seguir al dueño. Como si quisiera dar a entender que él era mi perro
  Fue extraordinario: en lo que restaba del trayecto, los bultos negros y los travestis se iban apartando de nosotros, y los señores gordos de los autos daban velocidad al vehículo y se marchaban furiosos, a hacer sus propuestas indecentes a otra parte.
  Nunca en la vida me he sentido más segura que con aquel perro caminando a mi lado.
   Al llegar a la esquina iluminada, en la que podía tomar un taxi, mi compañero giró hacia la derecha y volvió hacia mí un instante la cabecita como quien dice: “¿Está todo bien?” Su pelaje parecía ahora rosado y amarillo a la luz del farol de mercurio. Luego, movió  la cola en señal de saludo y se alejó al trote.
  En los días que siguieron a aquella desconcertante noche, me puse a hojear, con lógica curiosidad, una biografía de Don Bosco (nunca había terminado de conocer su historia completa). Y al volver una página, me encontré con el asunto del Gris, un perro misterioso, de pelaje grisáceo, de aspecto así y asá, que se aparecía de golpe y acompañaba al santo cuando éste debía recorrer de noche caminos peligrosos, y lo defendía de los bandoleros.
   ¡Canastos! (por no decir otra cosa…) ¡No se imaginan la impresión!!
  A la semana siguiente me tocaba dar clase otra vez en 67 y 8, en una situación idéntica: no podían ir a buscarme, debía salir tarde y sola, etc. Eran las once cuando comencé a caminar por la calle “roja”, con el mismo panorama de la otra noche: bultos en la sombra, travestis, autos que se arrimaban al cordón de la vereda y de los que salían cabezotas de señores que me hacían propuestas horribles.  Sólo faltaba Jack el Destripador.
   Yo caminaba con paso duro, tratando de hacerme la valiente. Iba con miedo por partida doble. Estaba desesperada por pedir ayuda, pero no quería saber nada de apariciones ni de perros del otro mundo. Además, al fin y al cabo era schönstattiana y tenía conciencia de  que al Padre Kentenich, muy sobrio él, nunca le habían gustado demasiado esas cosas, tal vez con cierta razón. Y como hija obediente a los criterios de mi Padre Fundador, mi oración fue: “Don Bosco, ayudame... pero no hace falta que me mandes de nuevo al perro.”
  Dicho esto, traté de juntar coraje por las mías. Intenté convencerme  de que la calle no era, en el fondo, tan peligrosa, y de que al fin  y al cabo, sólo tenía que recorrer unas pocas cuadras. Apelé a todos los argumentos y a todos los filósofos que habían sostenido la primacía de la racionalidad en el hombre, desde Aristóteles a Santo Tomás de Aquino. Fue inútil: no me sirvieron para nada. Me moría de miedo.
  Y de pronto… ¿a que no adivinan qué? ¡¡¡Apareció de nuevo el perro!!! Salió de la penumbra, como la primera vez, y reconocí su pelo gris verdoso y su colita de amigo. Se puso a mi lado, me acompañó hasta la esquina iluminada y al llegar se despidió con un manso movimiento de cola y orejas, para perderse luego en la noche densa de La Plata.
  Nunca lo volví a ver, pero me dejó en el corazón una paz que no me abandona cada vez que pienso en él, junto a una extraña mezcla de dulzura y nostalgia.
  Cuidado: no quiero decir con esto que “mi” perro haya sido el mismo que acompañaba a Don Bosco. ¡Por favor!... no afirmo semejante enormidad. No quiero escandalizar a nadie: ni a los salesianos -a  quienes mucho respeto-, ni a mis hermanos de Schönstatt. Además, queridos amigos, nada quita que haya tenido  alucinaciones: sé que en ciertos casos de miedo extremo, el ser humano suele ver cosas que no existen. Pero sé también que Dios puede servirse en cualquier momento del instrumento que se le antoje –incluso, de cualquier perro  vagabundo- para proteger a sus hijos. Y en eso, hay que creer a ciegas en la misericordia de Dios.
  Y todavía más: a veces pienso –con ingenua esperanza- que el día de mi muerte, en la neblina del paso de una vida a la otra, cuando en medio de un paisaje desconocido no sepa hacia dónde ir, y en un conflicto de lealtades, no pueda resolver quizás a qué santo encomendarme, saldrá a mi encuentro un perro gris verdoso que me escoltará en el camino al Cielo.



lunes, 17 de agosto de 2015

Filocalia - Los sueños de Juan Bosco


Canción en homenaje a Don Bosco, en el bicentenario de su nacimiento, y primera grabada en el estudio San Francisco Solano.

Letra y música: Francisco A. Flores
Bajo y coros: Jorge García Clúa
Coros: Rosario Sancho
Batería, grabación, edición y mezcla: Nahuel Delgado
Asistentes de grabación: Cristian Camargo y Juan Camargo.
Asistente de producción: Florencia Salinardi.
Filocalia Producciones.

Jornadas eXtremas - 1

Daniel Rojas Delgado


Silencioso, el héroe del charango camina por Madrid; Luis va rumbo a una bulliciosa estación de metro. Cuando según el cronograma falta poco para la llegada del próximo, un hombre empieza a gritar en el andén de enfrente y se arroja a las vías. El guardia está lejos. Entonces Luis, con todo y charango, corre y le extiende la mano. “En ese momento”, recuerda, “él me miró y no dudó en empezar a hacer fuerza para subir”. Luego vuelve junto a sus amigos. “Me quedó su imagen, su brazo marcado por las inyecciones, incluso con el torniquete todavía apretando el brazo”. Para Luis Ezequiel Camargo, son ecos de aquel jueves de agosto de 2011, durante la Jornada Mundial de la Juventud (fue presidida por Benedicto XVI y convocó a dos millones de peregrinos). Pero tal vez no sea el único caso. En el día a día, ¿existe la posibilidad de salvar a alguien ante situaciones destructivas? Quizás, por estar más atentos a nuestro viaje que a los demás, no nos demos cuenta.

Don Bosco explicado por los jóvenes, sus predilectos

Selene Peschel


El grupo de salesianos de Ensenada, La Plata
            Su mayor preocupación fue la juventud. Sobre todo la de aquellos que eran los más postergados. Hoy, a doscientos años de su nacimiento, no solo su obra sino su espíritu, vive en millones de sus predilectos. Su vida heroica, valiente, desafiante -digna de ser conocida- continúa a través de aquellos que siguen sus pasos. Ese fue Don Bosco (1815 - 1888) un sacerdote que, inspirado por Dios, creó un carisma que aún hoy se actualiza vivamente.
            Declarado “Padre y Maestro de la juventud”, su amor se desplegó por toda Italia para luego extenderse por el mundo. También llegó al suelo argentino y se encuentra actualmente cumpliendo 140 años de labor ininterrumpida en el país.  Pero ¿Qué sucede en La Plata? ¿Su método del siglo VII sirve para los niños, jóvenes y familias de hoy que se encuentran inmersos en una realidad totalmente distinta a la Europa desvastada de aquella época? Dos jóvenes salesianas -Josefina Chagaray, de 19 años, y Melisa Chambi, de 20, Animadoras de la Escuadra “Virgen Peregrina de la Paz”, de Ensenada- se animaron a responder algunas de estas preguntas a Revista X y hacer presente a Don Bosco en el año de su cumpleaños.

“Las pibas” de Don Bosco 

Recreación teatral de la obra de Don Bosco para recibir a las
exploradoras en el primer dia de actividad de la Escuadra.
 
            Josefina y Melisa desarrollan su labor en el Instituto “María Auxiliadora”, perteneciente a la parroquia Nuestra Señora de la Merced en la Escuadra (Grupo salesiano) que, nada menos, es el segundo que se formó en la Argentina. Así, todos los sábados comparten una tarde con adolescentes y pre adolescentes mujeres mediante la catequesis, las reflexiones que incluyen diversas problemáticas sociales, la meditación de la Palabra de Dios y diversas actividades propias de las exploradoras: Armado de carpas, construcciones de coligues, cabuyerías, entre otros trabajos que, con tanto empeño, les preparan. También, durante las tres horas que se encuentran, las niñas del grupo que participan desde los 9 años en adelante, van creciendo y madurando en su compromiso salesiano a través de distintas etapas. Pero...

¿Melisa y Josefina, cómo se trasmite el carisma de Don Bosco a las jóvenes de su Escuadra?
            -(J): En realidad trasmitimos lo que vivimos nosotras. Al pasar por una casa salesiana el carisma lo vas viviendo, y a Don Bosco ahí mismo, y así lo vamos pasando a nuestras pibas. Les podemos explicar a ellas la vida de Don Bosco pero no nos podemos quedar en eso solo. Es vivirlo, como lo intentaba vivir él: la alegría, el trabajo -era muy importante que los chicos hagan algo- el respeto por el otro, son valores que uno trata de trasmitir. Es difícil, porque uno no se las sabe todas, pero vamos alimentándonos mutuamente entre nosotras.

            -(M): Claro, ir con amor, ir al tiempo de la piba, y no del reverso, que ellas vayan al nuestro. Don Bosco nos legó su sistema preventivo, sus cartas, sus sueños, nos ha dejado muchísimas herramientas y tratamos de sacar de ello el máximo fruto. No existe piba que no haya notado esa diferencia: Es algo más que un grupo juvenil, que una tarde compartida.

“Don Bosco no dejó atrás sus sueños” (Josefina 19 años)


El grupo de animadora (dirigentes) salesianas.


¿Qué destacarían de la gran figura de Don Bosco?
            -(J): Destacaría su sencillez, su cercanía para con el otro. Esa imagen de padre y de maestro que tiene. Especialmente, que siguió, que no dejó atrás sus sueños, porque cuando era muy chico sonó ser sacerdote y aunque su hermano mayor lo hacía trabajar y eran pobres, él siguió e hizo lo que estuvo a su alcance y más [para lograrlo]. Él aceptó lo que Dios le proponía y llegó a ser el padre de la congregación salesiana, el gigante Don Bosco.
Una frase que recuerdo mucho de él es: “Basta que sean jóvenes para que los ame”. El  ya quería a un chico con solo verlo, se interesaba por ellos. Este gran padre es Don Bosco.

“Destaco de Don Bosco esa mirada que tenía del joven, hacia el joven en particular, hacia el que menos tenía” (Melisa, 20 años).

            -(M): De Don Bosco destaco esa mirada que tenía del joven, hacia el joven en particular, hacia el joven que menos tenía. Don Bosco veía que [la juventud] tenía muchas cosas para dar al resto. Nosotras, en lo que es nuestra formación, trabajamos con sus cartas, su vida, y él era un “pastor con olor a ovejas”, como dijo el Papa Francisco. Hablaba con tal calidez que se notaba “en dos segundos”. No era un cura que por ser cura, daba la misa y nada más, le gustaba tener contacto con su comunidad.

Festejos bien salesianos

El 16 de agosto de 2015 se cumplen 200 años del nacimiento de San Juan Bosco ¿Cómo viven y se preparan para esta gran celebración?

            -(M) Este año hemos empezado de fiesta y la Escuadra eligió un lema para este Bicentenario: “Con Don Bosco los jóvenes caminamos y en la santidad nos encontramos”. Aquí en Ensenada, [lo festejaremos] el 15 de agosto, a partir de las 12:30, en la Plaza Almirante Brow. Está invitada toda la comunidad ensenadense, vamos a compartir juegos, a realizar una obra de teatro, show con magos, y luego, habrá una manifestación (en la cual repartiremos volantes con frases de Don Bosco) [para dirigirnos] hacia la parroquia Nuestra Señora de la Merced y participar de una misa bien salesiana: muchas guitarras, muchos jóvenes, muchos cantos, que es lo que particulariza nuestro movimiento.

“Al ver tantos jóvenes, lloraba de la emoción”

            Al mismo tiempo, se desarrolla actualmente del 10 al 16 de agosto, el Encuentro mundial en Turín, Italia, con la asistencia de más de 5 mil jóvenes salesianos de más de 54 naciones (entre ellos Josefina, que luego de conceder esta entrevista viajó rumbo a la ciudad italiana) Sobre este encuentro Melisa expresó: “Estuve viendo el video de apertura, y se me ponía la piel de gallinas al ver tantos jóvenes teniendo los mismos ideales. Miraba el video y lloraba de la emoción”.
            Por otra parte, el 4, 5 y 6 de septiembre, la Obra salesiana llevará a cabo un  Encuentro Nacional, en Buenos Aires, con una misa presidida por el rector mayor, Ángel Fernández Artime en el Luna Park y en el cual, participarán todos los jóvenes que pertenecen a la obra salesiana. De todos estos festejos, las salesianas de Ensenada se sumarán a estos festejos programados, especialmente unidas en el espíritu.
También, no se puede dejar de mencionar, la gran labor de los jóvenes de la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús (Calle 9 y 57) de la ciudad de La Plata que realizarán diversos  festejos destinados principalmente a los predilectos de Don Bosco: los niños y la juventud. Aquí se deja el cronograma para poder presenciar de manera directa este latir salesiano que refleja la nota (Imagen 4).


            Que se puede agregar a las palabras tan bellas y sobre todo espontáneas que estas dos jóvenes han dicho de su carisma. Les han brotado desde el alma y  para que así suceda es porque Don Bosco sigue vivo en ellas.  


lunes, 10 de agosto de 2015

Pensar en verde

Cecilia López Puertas

El agua hirviente en puchero
suelta un ánima que sube
a disolverse en la nube
que luego será aguacero.
 

(“El escaramujo”, Silvio Rodríguez)

Quiero hablar de ecología y voy a hacerlo contándoles mi historia personal. No lo hago por capricho, decido contarles esto porque entiendo que la relación con la naturaleza es realmente una relación, diría que casi intersubjetiva. Es que no puedo hablar de estos asuntos como si se tratara de una charla sobre decoración de interiores y eso tiene una explicación clara, por rarísimo que les pueda parecer, mi relación con la naturaleza no es otra cosa que una historia de amor. Así, simple y cursi como suena. Les puedo parecer loca, lo sé, pero es lo que pienso así que mejor me hago cargo.


Durante años la ecología me pareció una ridiculez. No miento ni un poco. Ni siquiera me caían del todo bien las mascotas… nunca fui muy de acariciar perros ajenos, a los gatos los miraba con absoluta desconfianza y tanto los peces como los pájaros, cuando andaban encerrados en peceras y jaulas, me generaban una pena que era más fiaca que tristeza. Me rectifico, en realidad no sé si la ecología me parecía una ridiculez, pero me daba mucha pereza.
A lo mejor en el fondo intuía que era un tema serio, de esos que uno no puede tomar a la ligera y que exigen tal grado de coherencia que sólo pensarlo me estresaba y entonces prefería decir/decirme que era una pavada. O a lo mejor simplemente eran cosas en las que no había pensado.

Mi primer libro pseudo ecologista lo leí estando todavía en secundaria, cursaba Antropología y nos hicieron leer Úselo y tírelo del por siempre genial Eduardo Galeano. Me gustó tanto que me lo compré, y lo releí tantas veces que acabé aprendiéndome algunos párrafos. Me hice un poco fan de Eduardo y empecé a leer otras cosas de él, me hice fan de su manera de escribir como hablando, entre irónico, tierno y lapidario… Pero la cuestión ecológica la vi tan en términos anticapitalistas y globales que me costó una barbaridad entender que tenía algo que ver conmigo. De hecho, no lo entendí hasta unos cuántos años después. Hace años que no leo ese libro y todavía recuerdo el tono de desconfianza con el que se refería a la capacidad de ciertas empresas trasnacionales para pintarse de verde y seguir emitiendo gases que generan efecto invernadero sin que se les mueva un pelo. Esos eran los verdaderos responsables de la crisis ecológica, no yo… lo mío, lo cotidiano, era una nimiedad. Y cualquier intento de decir lo contrario en el fondo desviaba la responsabilidad. O eso creía. Aprendí mucho sobre el neoliberalismo gracias a ese librito. Aprendí a desconfiar de las modas verdes y me fui haciendo un poco escéptica. ¿Cómo podían ser confiables los que defendían a las ballenas si les preocupaba más eso que el hambre mundial?

Estando ya en la universidad me encontré con una materia y un profesor que me hicieron repensar el asunto, y terminé cambiando mi perspectiva completamente. Ahora, leyendo la encíclica Laudato Si’ del Papa Francisco encontré un concepto que se aplica perfectamente a lo que me pasó ese año en la facu, cursando esa materia ocurrió mi conversión ecológica.

Pero esa conversión no salió de la nada, enterradas atrás de montones de prejuicios estaban las experiencias con la naturaleza que guardaba desde la infancia. El amor por los animales, la capacidad de sorprenderme con la belleza de una planta, esa paz perfecta que sólo se encuentra mirando el mar o una montaña o un árbol o una hormiga. Había atesorado esas experiencias durante años y bastó escuchar a una sola persona hablar con ese amor a la naturaleza para que de pronto todo se transformara. Como en un puzzle mágico se ubicaron inmediatamente las teorías, los dogmas, las prácticas, los sentimientos.
Presa de una fascinación nueva empecé a mirar con otros ojos las mismas circunstancias de siempre y para mi sorpresa, descubrí un mundo.

Descubrí que vivimos arriba de un ecosistema por mucho que nos empeñemos en tapiarlo con pavimento, adentro de ciclos que nos implican y nos exceden. Que como seres vivientes que somos necesitamos de la naturaleza, necesitamos pisar un poco la tierra de vez en cuando, respirar profundamente aire que no esté contaminado, tomar agua que ni tenga gusto a cloro ni haya sido envasada por una empresa privada, escuchar a las chicharras en verano y sentir como el sol puede abrazarnos en invierno. Que no es una locura, ni un capricho y por supuesto que no debiera ser un lujo.
Que está bien que llueva, que salga el sol, que haga frío, que se levante viento… que está bien que el clima no nos haga caso.

Ahora, repensando una vez más en cuál es mi postura frente a la cuestión ecológica, creo que es imposible fascinarse de verdad por estas cosas y no adoptar una conducta en consecuencia. No es compatible admirar la naturaleza con ser irresponsable frente a su cuidado. Es así, no hay grises. Un ejemplo sencillo y acuático: No puedo creerme la propaganda de Villavicencio o de cualquier otra agua envasada y sentir que me limpio por dentro tomando el agua más pura del mundo sin preguntarme qué tanto afectará al medioambiente todo lo que implica que tenga en mi mano esa botellita de plástico.
Claro que vivir así, preguntándose y preguntándose, de dónde vienen las cosas que usamos, a dónde van… puede ser estresante. No niego que si uno no se pregunta nada probablemente viva más tranquilo, pero es inevitable, antes o después ocurre y nadie se puede “desconvertir”. Por suerte.

Silvio Rodríguez, músico y poeta cubano, en “El escaramujo” que cité al comienzo describiendo un instante del ciclo del agua con una sencillez hermosa, dice en la misma canción que marchita si le pierde una contesta a su pecho.

¿Entonces podemos hacer algo aunque no dirijamos una multinacional?
Sí, podemos volvernos escépticos pero al revés. Empezar a desconfiar de los motivos ocultos atrás de tanta publicidad verde, antes de comprar algo pensar dos veces si realmente lo necesitamos, usar las cosas mucho, arreglar las cosas que tenemos, ser lo más austeros que podamos.
Ni hace falta decir que no soy ningún ejemplo, sé perfectamente que hacer estas cosas es complicadísimo porque vivimos en una sociedad que nos está empujando al escenario opuesto. Hay que tener y tener y tener, millones de cosas, de todos los colores para poder cambiarlas cuatro o cinco veces al día, cuanto más caras y nuevas: mejor. Pero ¿Qué quieren que les diga? A mí me entusiasma la idea de rebelarme contra eso, siento que es un viaje de ida hacia un lugar mejor, hacia un Planeta mejor, y merece la pena.

Recomiendo la lectura de Laudato Si’, es un buen resumen de la crisis ecológica que atraviesa el mundo y también un llamado personal a cada habitante, a reflexionar sobre nuestra vida, sobre cómo caminamos cada día, prestándole atención a qué cosas y después… como en todo, a quien le quepa el sayo que se lo ponga.

No somos Dios, la tierra nos precede y nos ha sido dada.
Dice el Papa Francisco en Laudato Si’ y después, hablando de otro Francisco, el Santo de Asís, lo explica clarito:
“…Su reacción era mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se sentía llamado a cuidar todo lo que existe…
…Esta convicción no puede ser despreciada como un romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio…”[1].


Esa pobreza y esa austeridad parecen utopías en los tiempos que corren. Pero no se me ocurre una mejor manera de escaparle a las actitudes del dominador, consumidor, explotador… que acabarán por depredar un planeta que nos está pidiendo a gritos que lo cuidemos.

¿Por dónde empezamos?
¡Luchemos contra la ingenuidad! Cuando compramos algo, no compramos solo eso. Compramos también una idea acerca de un estilo de vida compatible con eso que compramos y si nos lo venden es porque antes nos vendieron el deseo de ese estilo de vida. ¡No dejemos que nos vendan deseos! Recuperémoslos, que sean los nuestros y no los de alguien que ni nos conoce.

Les cito una vez más Laudato Si’ pero igual les recomiendo que la lean, a los católicos y a los curiosos, Francisco dice lo siguiente:
“…Hay que reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar…”[2]

No son neutros.
Reconozco que me pongo un poco fóbica cuando miro tele y me cuesta mucho no enojarme con el 99% de las publicidades. Seguramente tenga que bajar un cambio en eso, pero déjenme que les muestre mi punto de vista y después piensen lo que les de la gana. No está bueno que en la última publicidad del Banco Galicia un par de padres primerizos transformen una típica canción de cuna en una oda al uso de las tarjetas (esta: https://www.youtube.com/watch?v=LAw7bEPOz8M) y lo siento enormemente si les parece simpática, yo no dejo de verla de mal gusto. Y así hay mil… No importa tanto la publicidad ni lo que venden sino la forma en la que ridiculizan algunos vínculos y exaltan otros. No son neutras.

He leído últimamente algunas críticas a la encíclica provenientes de sectores diferentes tanto dentro como fuera de la Iglesia católica. Me quedo con aquellas que la tachan de ser una denuncia al libre mercado como la de Samuel Gregg en “La Nación” del viernes 31/07/2015 (http://www.lanacion.com.ar/1815075-laudato-si-bienintencionada-pero-economicamente-cuestionable), que habla de “la visión profundamente negativa que recoge la encíclica respecto del libre mercado”. Y sí, no habla bien del libre mercado, es verdad. Es muy difícil defenderlo cuando ha dado muestras de relacionarse tan fuertemente con la desigualdad, la crisis ecológica y la pobreza estructural. Pero no dice solamente eso… va mucho más allá, nos pide cambiar la mirada y empezar a cuidar el medioambiente en serio, con austeridad, con decisión. Poniendo el acento en lo importante y escapándole a la falsa escala de prioridades que la sociedad de consumo en la que vivimos intenta imponernos.
Por otro lado, habla de las “buenas intenciones” de Francisco y creo que es quitarle fuerza, no se trata de “intenciones”, es una denuncia y punto, les guste o no les guste. Si la quieren leer en chino mandarín para hacerle decir lo que no dice, fantástico, pero no están siendo intelectualmente honestos.

No es opcional, creo que debemos seguir responsabilizando a las empresas y exigiendo como comunidad una verdadera participación en los proyectos que supuestamente generan desarrollo pero que nadie conoce y nadie aprobó… A no olvidar que muchas de las peores decisiones tomadas a lo largo de la historia fueron hechas en nombre del desarrollo. Y, en lo personal, una única respuesta es posible: hay que desacelerar. Y hay que hacerlo ya mismo. Empezar a pensar en lo que consumimos, de dónde vienen las cosas que compramos, a dónde van los residuos que generamos, si realmente necesitamos la cantidad de tonterías que nos quieren vender… bajar un cambio, o dos.
Vale la pena gastarse la vida buscándole la vuelta, aunque pueda parecer contracorriente, aunque desanime…

Atahualpa Yupanqui contaba una anécdota sobre una noche en la que salió de la casa de unos amigos andando a caballo, acompañado por un peón que los iba a guiar hasta que encontraran el camino bueno. Parece ser que este peón, que iba montado a su caballo unos veinte metros adelante, se puso a cantar bajito una baguala. Atahualpa se quiso acercar para escucharlo mejor, pero el hombre dejó de cantar, entonces le dijo que por favor siguiera, que era muy lindo como cantaba y el hombre le respondió: “no se burle de mí señor, que yo sé que canto fiero… lo lindo de mi canto lo pone el cerro”. Atahualpa dijo que ese día aprendió una lección, que su obligación era que su canto no fuera suyo, que viniera de otra parte, enraizado en la tierra… y que sólo cuando se separaba de esa naturaleza entonces ya estaba cantando auténticamente fiero.

Vivir auténticamente enraizados, quizá de eso se trate al final la conversión ecológica. Ser verdaderos humanos, en un espacio y en un tiempo, dispuestos a hacernos cargo de la responsabilidad que significa cuidar nuestra casa común.


Atahualpa, que supo vivir enraizado en su pueblo y en su historia aunque viviera en otras partes del mundo, nunca dejó de escribirle canciones a su tierra querida…


Me dan sus fuegos, cálidos zondas,
me dan sus fuerzas, bravos pamperos,
y en el silencio de las quebradas,
vaga la sombra, de mis abuelos.

Y en el silencio de las quebradas,
vaga la sombra, de mis abuelos.

Lunas me vieron por esos cerros,
y en las llanuras anochecidas,
buscando el alma de tus paisajes,
para cantarte, tierra querida.






[1] Laudato Si’, punto 11.
[2] Laudato si’, punto 107.

martes, 4 de agosto de 2015

Editorial - INDEPENDENCIA Y DESARRAIGO

Hace un tiempo, un integrante de esta Redacción escuchó una conversación entre dos niños de unos diez años –un gordito sonrosado y un flaquito melancólico-, que a la salida de la escuela esperaban el micro en una esquina. Hablaban de que  sus padres no los comprendían, comentaban la intención de formar una banda de música y barajaban los pros y los contras de irse de sus casas. Luego, el flaquito comenzó a tararear una melodía  y el gordito lo acompañó fingiendo que rasgaba las cuerdas de una guitarra, y entre los dos se pusieron a cantar una especie de rock plañidero que decía:
     -En mi casa no me quieren / y me quiero iiiir…/ pero después / no tengo dónde dormiiir…
     Asombrado, el espectador pensó: “Cuánta sabiduría en tan pocas palabras”.
    La humanidad de hoy parece una bandada en fuga. Con la diferencia de que la bandada, por instinto, sabe hacia dónde se dirige, y nosotros, no siempre. Creemos que nuestra autonomía consiste en cortar raíces, sin pensar en qué tierra vamos a volver a plantarnos.
  ¿Tenemos en claro los compromisos y los desafíos que implica “no depender”? El adolescente responsable, que estudia y se prepara para el porvenir, está forjándose una forma de independencia. El que luego de una discusión con sus padres “se manda a mudar” pegando un portazo y gritando que lo tienen harto y que a él no lo van a ver nunca más… también. Pero ¿qué clase de independencia?
  Un hombre, un pueblo, una nación, pueden considerarse independientes cuando tienen la capacidad de apoyarse sólidamente sobre sus propios pies. No es sólo cuestión de declaraciones. Ni de evadirnos durante el día, para descubrir que a la noche no tenemos dónde dormir.


                                   La Redacción

¿Por qué soy cristiano?

Por Juan Pablo Olivetto Fagni

Al moverme en ambientes donde no todo el mundo es católico (aunque parezca extraño hay quienes sólo se rodean de personas que piensan como uno) más de una vez me han interpelado: “¿Cómo podes ser cristiano, si vos estudias ciencias sociales?”; “Vos no tenés pinta de católico”; “¿Vos estás ahí en la Iglesia porque querés?”. Parecería que estar en una religión es sinónimo de ignorancia, que no se puede ser crítico y cristiano a la vez.

Entonces decidí escribir sobre esto, enmarcado en la temática de la independencia, para ordenar un poco las respuestas que suelo dar de manera más liviana y pasajera. Podría decirse que es un paso más para independizarme de los prejuicios que caen sobre mí y sobre los católicos en general.

Soy cristiano entre otras causas por tradición, pertenecer a una tradición hoy está mal visto o suena a anticuado. Porque parecería que como todo cambia hay que ir transformando todo, todo el tiempo. Algunos piensan que aceptar algún tipo de herencia es una forma de opresión, de domesticación. Todo lo tenemos que decidir, sino es una imposición. Claramente uno puede estar sumergido en una tradición sin cuestionarse por qué, pero hoy en día ser católico auténtico implica nadar contracorriente en muchas cuestiones, y veo muy difícil poder hacer eso inconcientemente.

Por convicción, si bien en mi caso soy cristiano porque me educaron así, no quiere decir que uno no asuma concientemente vivirlo. Además el vínculo con Dios y con la religión va cambiando dinámicamente, porque uno cambia, porque su contexto va cambiando y todo eso implica conflictos, reencuentros, etc.

Por Dios, ya que no creo en un dios castigador, que nos hace pasar por algo que nos haga mal, incluso estoy en desacuerdo con aquellos que justifican todo con dios, Dios siempre está “jugando a nuestro favor”, obrando de diferentes formas, a través de hechos o personas, en nuestras vidas. Pero si nosotros, con nuestra libertad, obramos en contra nuestra, generando violencias y estructuras de muerte que nos hacen infelices, después no le hagamos responsable a Dios de nuestros actos.

Porque me hace bien experimentar esa presencia de Dios en lo cotidiano, y seguir el ejemplo y mandato de Jesús: Amar. Vivir ese amor, no el edulcorado y pedorro que nos quieren vender, sino el que implica compromiso, entrega, servicio, ternura.

Porque me da herramientas y fuerzas para la lucha diaria, desde la vida en comunidad, hasta la oración en soledad. La vida dentro de la Iglesia, bien llevada, te permite desarrollarte como persona en relación con otros, muy distintos a uno, pero unidos en una misma fe.

Porque somos seres espirituales y buscamos algo trascendente, yo lo vivo de esta forma ¿Y vos?