“Renunciar”, como virtud, significa negarnos algo que nos resulta
querido, cómodo o placentero, por el bien de los demás.
La
renuncia debe ser por amor. Porque hay quien se sacrifica durante años,
postergando vida social, descanso, incluso familia o amigos, por una carrera o
empresa, sólo para llegar a una posición económica más ventajosa. Y hay quien
hace similares sacrificios (maestros rurales, médicos sin fronteras), para
servir a la humanidad.
La
renuncia debe doler un poco. No es renuncia dar de lo que me sobra o de lo que
no me interesa. Tampoco es auténtico elegir una tarea que todos aplauden por su
“abnegación” y una vez en ella, esquivar el compromiso (las enfermeras
distraídas en mandarse mensajitos por el celular con las amigas mientras los
pacientes las reclaman, o los curas “pachorra” –de ésos que no atienden a nadie
porque tienen que dormir la siesta, después tomar mate, luego volver a dormir
la siesta-, etc.).