miércoles, 10 de junio de 2015

Las cosas no tienen mamá



Cecilia López Puertas



En una cajita de fósforos
se pueden guardar muchas cosas.
Las cosas no tienen mamá.



(“En una cajita de fósforos”, María Elena Walssh)





Quizá el momento en el que tendría que haber terminado la licencia de maternidad sea precisamente este. Intuyo que solamente hoy, ahora, puedo poner por fin sobre la mesa otra vez esos hilos con los que se teje lo que escribo.
Hace unos siete meses atrás, cuando escribía sobre mis días de embarazada buceadora, vislumbraba qu
e no iba a poder hablar sino a través de mi hija. Hoy puedo confirmarlo, es totalmente cierto. No puedo. A lo mejor por eso recién hoy puedo sentarme a escribir, porque es mi cumpleaños, pero sobre todo porque es mi primer cumpleaños con hija.

Les cuento un poco como viene la mano… Digamos que soy de las mujeres que se molestan mucho cuando se desautoriza a otras mujeres por no ser madres. Renegué de esos discursos desde mi más tierna infancia y no vayan a pensar que la maternidad me hizo cambiar esa mirada. Lo que sí entendí, así con pasado perfecto, es que la maternidad te hace sentir un poco más legitimada para decir un par de cosas. No es que importen más, ni siquiera importa que les importen a los demás, no sé si me explico. Pero no hay dudas. Para mí no las hay y entonces: punto.

La maternidad no me hizo más blandita.
Ni más pacífica, ni más tierna, ni menos cuestionadora. ¿La maternidad empodera? Algo así… es que si podés parir, casi que podés cualquier cosa. O al menos empezás a creer que podés, que al caso es casi lo mismo… que ya se sabe que querer es poder. Por supuesto que exige cierto trabajo interior … pero en el fondo no es más que el fruto del sencillo hecho de zambullirse en ese vínculo raro y nuevo evitando prejuicios y preconceptos, buscando maravillarnos con ese bebé pequeño que nos devuelve el recuerdo de lo que fuimos, arrancándonos a fuerza de llantos o sonrisas lo mejor que tenemos.

Ser madre atraviesa de tal forma que lo que sos tiene muy poco que ver con lo fuiste. Es vivir en otra dimensión y aprender a manejarse en esos nuevos tiempos y distancias exige todo un trabajo. El mundo se revoluciona, se divide, se separa, se mezcla otra vez y al final entre la leche y las lágrimas y el cuerpo trastocado, entre el dolor y el cansancio de las noches no dormidas, de las respuestas inmediatas de mujer lógica y pensante que todo el mundo espera y es imposible dar… ahí, atrás de todo eso, está esa bebé y no entendés porqué te pasa, pero acunarla es como acunarte un poco a vos misma.

Hacer eso sola debe ser horriblemente difícil, por suerte no fue mi caso. Descubrir la maternidad es mucho más divertido e interesante cuando al lado tenés un hombre que descubre la paternidad. Que se empodera también, que se zambulle con vos y se pregunta cómo es posible que en lo cotidiano a los padres se los deje afuera de algo tan extraordinario y que a pesar de ello, muchos todavía se queden tan tranquilos sin protestar ni nada.

Pero voy a hablar de las mujeres, primero que nada porque soy mujer. Y segundo, porque las mujeres somos todavía víctimas predilectas de demasiadas cosas… aunque les pese a unos cuántos desinformados todavía capaces de asimilar conceptos en antípodas ideológicas como lo son el machismo y el feminismo. Pero eso lo dejo para otro día.

Pues bien, me interesa hablar de la relación entre el mundo del trabajo y la maternidad. Tranquilos, no pienso a decir que “descubrí” esto con la maternidad porque estaría mintiendo deliberadamente, pero sí es cierto que nunca lo percibí con tanta claridad como ahora. Entre las muchas cosas que nos han vendido en esta sociedad de capitalismo desquiciado en la que estamos sumergidos, una es la armonía perfecta en la que tendríamos que estar todas las mujeres que, por la razón que fuera, continuamos trabajando cuando todavía tenemos niños pequeños.
Niños que además y en lo posible, deberían estar hipoalergénicamente aislados del mundo contaminado por las bacterias, ultrarevitalizados con la toma diaria de refuerzos vitamínicos sabor vainilla y vestidos a la moda. Otro día, si quieren, también charlamos sobre eso.

Por ahora les adelanto mi incipiente (y tampoco demasiado astuta) conclusión:   Tantos años de luchar para ser consideradas como iguales en el mundo del trabajo nos han costado un precio muy alto, el de que se acabe subestimando y minimizando nuestros roles como madres. Y no contentos sólo con eso, también se ha ido convirtiendo este nuevo mundo revolucionado en el que nos movemos en un campo de batalla para quienes se disputan nuestra ¿voluntad? consumista.

Aparentemente, una mujer está “otra vez” caminando en el mundo normal de los que no tienen bebés pequeños, cuando después del parto y a unos pocos meses (si no días) de acunarse mutuamente, consigue ir a la peluquería.
No está mal arreglarse un poco, pero buscan que así nos definamos, ese es el horror. Peor… buscan que así definamos a nuestros bebés y ahí sí que me entra una rabia de dimensiones atómicas. No se puede creer la cantidad de pavadas que nos venden antes de que siquiera nos preguntemos si las vamos a necesitar.

Volvamos a mi no muy inspirada pero posible conclusión. Digo que estamos pagando un precio alto y además digo que llevamos una parte de la culpa, tenemos que hacerle creer al mundo que “no cambiamos nada” y que “somos igual de independientes que antes” y en ese afán a veces nos lo creemos nosotras mismas. Lo he visto muchas veces, lo sigo viendo en las mujeres que conozco y que trabajan, estudian y son madres con el milimétrico cuidado que les exige no saltarse ninguna frontera, no herir la susceptibilidad de nadie y ser casi perfectas en todo. Créanme, no se puede quedar bien con Dios y con el diablo.

Los precios se pagan. Siempre estamos dejando algo, siempre. Podemos engañarnos todo lo que nos dé la gana y convencernos incluso de haber logrado la armonía perfecta, pero es mentira. A ver si nos entendemos: el mundo laboral tal y como está hoy delineado, está pensado para que sea incompatible con ser madre de niños/as pequeños/as.
No se trata sólo de licencias y horarios reducidos por lactancia, se trata de la cabeza de una mujer que está viviendo en otra dimensión, que debe/necesita vivir en otra dimensión. La mayoría de las veces empujada a esa dimensión desconocida en la soledad de una sociedad que deja a los padres afuera del juego.

La presencia real de las madres y los padres en la crianza de sus hijos se nos presenta como irreconciliable con el crecimiento profesional, y pareciera que todos los esfuerzos de un sistema económico depredador son llevarnos siempre a la misma encrucijada de hacernos elegir entre una cosa y otra, cargándonos con la culpa o con la frustración ¿Cuánto tiempo pensamos seguir sin hacernos cargo de que perdemos de una forma o de la otra?
No sé ustedes, pero yo lo quiero todo. Así que digo basta. No quiero que en el trabajo se piensen que por ser madre estoy fuera del juego para siempre, ni quiero que mi hija se quede con las migajas de mi tiempo y mi energía.

Necesitamos repensar muchas cosas porque se nos está escapando la tortuga.
Hay cosas que no podemos, no debemos consentir. Estaba embarazadísima así que debió ser por octubre del año pasado (2014), cuando se hizo pública la decisión de algunas empresas de pagarle a sus empleadas si tomaban la decisión de congelar sus óvulos para retrasar la maternidad. Recuerdo que dos de las empresas más nombradas eran Facebook y Apple.
Releí un poco la prensa de esos días y descubrí que hay de todo, desde las críticas más severas hasta las miradas más permisivas. Por mi parte, desde el momento que me decido a escribir me comprometo a ser honesta con mis pensamientos así que no voy a esconder ni un segundo lo que pienso, quienes presentaban el asunto como una “ayuda” que las empresas les dan a sus trabajadoras me dan vergüenza. Y ni siquiera me voy a meter con la sospechosísima constitucionalidad que tendrían esas medidas tomadas en Argentina.

No nos engañemos. Que empresas de esa envergadura quieran quedarse con los años más “activos” de una mujer, que quieran usar sus energías hasta el último segundo, bebiéndose cada una de las gotas de su sudor… no me llama nada la atención. Ellas saben que las madres de niños pequeños estamos en otra dimensión y no pueden esperar de nosotras el mismo compromiso que le piden a quienes todavía caminan en el mundo ¿real?
Lo que sí me abruma es la cantidad de mujeres (y de hombres) que no ven la trampa. Que no terminan de percibir a qué punto los están coaccionando, que no visualizan de qué manera las hacen víctimas de una decisión en la que siempre pierden. Si eligen ser buenas empleadas y retrasan la maternidad todo lo posible, serán objeto de crítica y nadie considerará libre esa decisión sino fruto del peor egoísmo, y si no lo hacen perderán con goleada en la competencia profesional, porque cuando sus hijos crezcan y ya tengan las energías suficientes para ponerse a trabajar full time, las que retrasaron la maternidad van a ser las jefas de las jefas de sus jefas. Es así. Triste y cierto.
Hace poco más de un mes atrás Camilia Vallejo, actual legisladora chilena a la que escuché por primera vez cuando encarnó la voz de la lucha estudiantil por la Educación Pública y Gratuita en Santiago de Chile, tuvo un episodio en el Congreso… parece ser que osó ir a una sesión con su hijita de casi dos años y a un ex legislador (Jorge Schaulsohn) no le gustó para nada. Este señor dijo cosas realmente precámbricas pero sobre todo dejó en claro que su modelo de mujer madre/laburante implica siempre la tercerización de la crianza (les dejo el link: http://www.eldinamo.cl/tech/2015/04/24/camila-vallejo-jorge-schaulsohn-guagua/). Camila, que no tiene ni un pelo de sonsa, aprovechó la oportunidad para subrayar una obviedad que parece que a Schaulsohn y alguno más de su calaña no le parecía tan obvio dijo (vía Twitter) lo siguiente: El señor @jschaulsohn no ha entendido que lo que quiere Chile es una reforma laboral que asegure a padres y madres poder criar a sus hijo.

Yo, y calculo que Camila estará de acuerdo, no quiero un mundo en el que las mujeres perdamos, hagamos lo que hagamos, en el que no nos hagan tomar decisiones imposibles para beneficiar el negocio de otro sin priorizar en libertad nuestras propias ideas. Ya lo dije, lo quiero todo… y como para rebajar hay tiempo prometo seguir rumiando estas cosas mientras existan interesados (y los hay de todas las clases) dispuestos a elegir por nosotras, queriendo apurarnos, metiéndose de prepo en decisiones intimísimas… vendiéndonos que nos quieren ayudar cuando en el fondo sólo quieren usarnos. Desde esa falsa obsesión por cuidar la juventud de nuestros ciclos biológicos hasta las ideas de schaulsohnianas de que lo realmente civilizado y primermundista es tercerizar siempre la crianza. En el fondo es otra cara de la eterna lucha por el tiempo vital, por nuestros años productivos

Pero con mi tiempo hago lo que me da la gana y desde que descubrí que esto de crecer y envejecer, además de ser una idea brillante, puede tornarse placentero… digamos que a Dorian Grey lo tengo seco de aburrimiento pero la paso estupendamente.

Resumo: Necesitamos trabajos compatibles con madres y padres que quieren participar de verdad en la crianza de sus hijos, necesitamos lugares de trabajo baby-friendly, licencias de paternidad que no sean un chiste de mal gusto, necesitamos un montón de solidaridad.
Es así, no somos autosuficientes, muchas cosas nos superan… las madres y los padres de niños pequeños necesitamos mucha solidaridad. Eso no quiere decir que decidan por nosotros, eso quiere decir que nos respeten, que no intenten manipularnos, que nos ayuden sabiendo que las decisiones son nuestras. Y si no están dispuestos a eso, entonces mejor no ayuden que nos las arreglamos solos. Quédense tranquilos porque al fin del cuento es lo mejor para todos. O se benefician con la reciprocidad cuando les llegue la hora de estar en nuestros zapatos o se benefician con hijos criados por padres dispuestos a dedicarles de verdad su tiempo. Es ganar o ganar.

Cada una que haga lo que considere, pero me caen bien así que les cuento mi plan: yo al tiempo no lo quiero para untarme más cremas, lo quiero para mí de verdad… es decir, para lo cotidiano… para mi familia, para mi esposo, para mi hija… quiero hacerle caso a María Elena Walsh que era muy muy sabia …


Quiero tiempo pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor me lo da suelto y no enjaulado
adentro de un despertador.

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