Cecilia López Puertas
(“En una cajita de fósforos”, María Elena
Walssh)
Quizá el momento en el que tendría que haber terminado la licencia de
maternidad sea precisamente este. Intuyo que solamente hoy, ahora, puedo poner
por fin sobre la mesa otra vez esos hilos con los que se teje lo que escribo.
Hace unos siete meses atrás, cuando escribía sobre mis días de
embarazada buceadora, vislumbraba qu
e no iba a poder hablar sino a través de mi hija. Hoy puedo confirmarlo, es totalmente cierto. No puedo. A lo mejor por eso recién hoy puedo sentarme a escribir, porque es mi cumpleaños, pero sobre todo porque es mi primer cumpleaños con hija.
e no iba a poder hablar sino a través de mi hija. Hoy puedo confirmarlo, es totalmente cierto. No puedo. A lo mejor por eso recién hoy puedo sentarme a escribir, porque es mi cumpleaños, pero sobre todo porque es mi primer cumpleaños con hija.
Les cuento un poco como viene la mano… Digamos que soy de las mujeres
que se molestan mucho cuando se desautoriza a otras mujeres por no ser madres.
Renegué de esos discursos desde mi más tierna infancia y no vayan a pensar que
la maternidad me hizo cambiar esa mirada. Lo que sí entendí, así con pasado
perfecto, es que la maternidad te hace sentir un poco más legitimada para decir
un par de cosas. No es que importen más, ni siquiera importa que les importen a
los demás, no sé si me explico. Pero no hay dudas. Para mí no las hay y
entonces: punto.
La maternidad no me hizo más blandita.
Ni más pacífica, ni más tierna, ni menos cuestionadora. ¿La maternidad empodera?
Algo así… es que si podés parir, casi que podés cualquier cosa. O al menos
empezás a creer que podés, que al caso es casi lo mismo… que ya se sabe que
querer es poder. Por supuesto que exige cierto trabajo interior … pero en el
fondo no es más que el fruto del sencillo hecho de zambullirse en ese vínculo
raro y nuevo evitando prejuicios y preconceptos, buscando maravillarnos con ese
bebé pequeño que nos devuelve el recuerdo de lo que fuimos, arrancándonos a
fuerza de llantos o sonrisas lo mejor que tenemos.
Ser madre atraviesa de tal forma que lo que sos tiene muy poco que ver
con lo fuiste. Es vivir en otra dimensión y aprender a manejarse en esos nuevos
tiempos y distancias exige todo un trabajo. El mundo se revoluciona, se divide,
se separa, se mezcla otra vez y al final entre la leche y las lágrimas y el
cuerpo trastocado, entre el dolor y el cansancio de las noches no dormidas, de
las respuestas inmediatas de mujer lógica y pensante que todo el mundo espera y
es imposible dar… ahí, atrás de todo eso, está esa bebé y no entendés porqué te
pasa, pero acunarla es como acunarte un poco a vos misma.
Hacer eso sola debe ser horriblemente difícil, por suerte no fue mi
caso. Descubrir la maternidad es mucho más divertido e interesante cuando al
lado tenés un hombre que descubre la paternidad. Que se empodera también, que se
zambulle con vos y se pregunta cómo es posible que en lo cotidiano a los padres
se los deje afuera de algo tan extraordinario y que a pesar de ello, muchos todavía
se queden tan tranquilos sin protestar ni nada.
Pero voy a hablar de las mujeres, primero que nada porque soy mujer. Y
segundo, porque las mujeres somos todavía víctimas predilectas de demasiadas
cosas… aunque les pese a unos cuántos desinformados todavía capaces de asimilar
conceptos en antípodas ideológicas como lo son el machismo y el feminismo. Pero
eso lo dejo para otro día.
Pues bien, me interesa hablar de la relación entre el mundo del trabajo
y la maternidad. Tranquilos, no pienso a decir que “descubrí” esto con la
maternidad porque estaría mintiendo deliberadamente, pero sí es cierto que
nunca lo percibí con tanta claridad como ahora. Entre las muchas cosas que nos
han vendido en esta sociedad de capitalismo desquiciado en la que estamos
sumergidos, una es la armonía perfecta
en la que tendríamos que estar todas las mujeres que, por la razón que fuera,
continuamos trabajando cuando todavía tenemos niños pequeños.
Niños que además y en lo posible, deberían estar hipoalergénicamente
aislados del mundo contaminado por las bacterias, ultrarevitalizados con la
toma diaria de refuerzos vitamínicos sabor vainilla y vestidos a la moda. Otro
día, si quieren, también charlamos sobre eso.
Por ahora les adelanto mi incipiente (y tampoco demasiado astuta)
conclusión: Tantos años de luchar para
ser consideradas como iguales en el mundo del trabajo nos han costado un precio
muy alto, el de que se acabe subestimando y minimizando nuestros roles como
madres. Y no contentos sólo con eso, también se ha ido convirtiendo este nuevo mundo
revolucionado en el que nos movemos en un campo de batalla para quienes se
disputan nuestra ¿voluntad? consumista.
Aparentemente, una mujer está “otra vez” caminando en el mundo normal
de los que no tienen bebés pequeños, cuando después del parto y a unos pocos
meses (si no días) de acunarse mutuamente, consigue ir a la peluquería.
No está mal arreglarse un poco, pero buscan que así nos definamos, ese
es el horror. Peor… buscan que así definamos a nuestros bebés y ahí sí que me
entra una rabia de dimensiones atómicas. No se puede creer la cantidad de
pavadas que nos venden antes de que siquiera nos preguntemos si las vamos a
necesitar.
Volvamos a mi no muy inspirada pero posible conclusión. Digo que
estamos pagando un precio alto y además digo que llevamos una parte de la
culpa, tenemos que hacerle creer al mundo que “no cambiamos nada” y que “somos
igual de independientes que antes” y en ese afán a veces nos lo creemos
nosotras mismas. Lo he visto muchas veces, lo sigo viendo en las mujeres que
conozco y que trabajan, estudian y son madres con el milimétrico cuidado que
les exige no saltarse ninguna frontera, no herir la susceptibilidad de nadie y
ser casi perfectas en todo. Créanme, no se puede quedar bien con Dios y con el
diablo.
Los precios se pagan. Siempre estamos dejando algo, siempre. Podemos
engañarnos todo lo que nos dé la gana y convencernos incluso de haber logrado
la armonía perfecta, pero es mentira.
A ver si nos entendemos: el mundo laboral tal y como está hoy delineado, está pensado para que sea incompatible con
ser madre de niños/as pequeños/as.
No se trata sólo de licencias y horarios reducidos por lactancia, se trata
de la cabeza de una mujer que está viviendo en otra dimensión, que debe/necesita vivir en otra dimensión.
La mayoría de las veces empujada a esa dimensión desconocida en la soledad de
una sociedad que deja a los padres afuera del juego.
La presencia real de las madres y los padres en la crianza de sus hijos
se nos presenta como irreconciliable con el crecimiento profesional, y
pareciera que todos los esfuerzos de un sistema económico depredador son
llevarnos siempre a la misma encrucijada de hacernos elegir entre una cosa y
otra, cargándonos con la culpa o con la frustración ¿Cuánto tiempo pensamos
seguir sin hacernos cargo de que perdemos de una forma o de la otra?
No sé ustedes, pero yo lo quiero todo. Así que digo basta. No quiero
que en el trabajo se piensen que por ser madre estoy fuera del juego para
siempre, ni quiero que mi hija se quede con las migajas de mi tiempo y mi
energía.
Necesitamos repensar muchas cosas porque se nos está escapando la
tortuga.
Hay cosas que no podemos, no debemos consentir. Estaba embarazadísima
así que debió ser por octubre del año pasado (2014), cuando se hizo pública la
decisión de algunas empresas de pagarle a sus empleadas si tomaban la decisión
de congelar sus óvulos para retrasar la maternidad. Recuerdo que dos de las
empresas más nombradas eran Facebook y Apple.
Releí un poco la prensa de esos días y descubrí que hay de todo, desde
las críticas más severas hasta las miradas más permisivas. Por mi parte, desde
el momento que me decido a escribir me comprometo a ser honesta con mis
pensamientos así que no voy a esconder ni un segundo lo que pienso, quienes
presentaban el asunto como una “ayuda” que las empresas les dan a sus
trabajadoras me dan vergüenza. Y ni siquiera me voy a meter con la
sospechosísima constitucionalidad que tendrían esas medidas tomadas en
Argentina.
No nos engañemos. Que empresas de esa envergadura quieran quedarse con
los años más “activos” de una mujer, que quieran usar sus energías hasta el
último segundo, bebiéndose cada una de las gotas de su sudor… no me llama nada
la atención. Ellas saben que las madres de niños pequeños estamos en otra
dimensión y no pueden esperar de nosotras el mismo compromiso que le piden a
quienes todavía caminan en el mundo ¿real?
Lo que sí me abruma es la cantidad de mujeres (y de hombres) que no ven
la trampa. Que no terminan de percibir a qué punto los están coaccionando, que
no visualizan de qué manera las hacen víctimas de una decisión en la que
siempre pierden. Si eligen ser buenas empleadas y retrasan la maternidad todo
lo posible, serán objeto de crítica y nadie considerará libre esa decisión sino
fruto del peor egoísmo, y si no lo hacen perderán con goleada en la competencia
profesional, porque cuando sus hijos crezcan y ya tengan las energías suficientes
para ponerse a trabajar full time, las que retrasaron la maternidad van a ser
las jefas de las jefas de sus jefas. Es así. Triste y cierto.
Hace poco más de un mes atrás Camilia Vallejo, actual legisladora
chilena a la que escuché por primera vez cuando encarnó la voz de la lucha
estudiantil por la Educación Pública
y Gratuita en Santiago de Chile, tuvo un episodio en el Congreso… parece ser
que osó ir a una sesión con su hijita de casi dos años y a un ex legislador
(Jorge Schaulsohn) no le gustó para nada. Este señor dijo cosas realmente
precámbricas pero sobre todo dejó en claro que su modelo de mujer
madre/laburante implica siempre la
tercerización de la crianza (les dejo el link: http://www.eldinamo.cl/tech/2015/04/24/camila-vallejo-jorge-schaulsohn-guagua/).
Camila, que no tiene ni un pelo de sonsa, aprovechó la oportunidad para
subrayar una obviedad que parece que a Schaulsohn y alguno más de su calaña no
le parecía tan obvio dijo (vía Twitter) lo siguiente: El señor @jschaulsohn
no ha entendido que lo que quiere Chile es una reforma laboral que asegure a
padres y madres poder criar a sus hijo.
Yo, y calculo que Camila estará de acuerdo, no quiero un mundo en el
que las mujeres perdamos, hagamos lo que hagamos, en el que no nos hagan tomar
decisiones imposibles para beneficiar el negocio de otro sin priorizar en
libertad nuestras propias ideas. Ya lo dije, lo quiero todo… y como para
rebajar hay tiempo prometo seguir rumiando estas cosas mientras existan
interesados (y los hay de todas las clases) dispuestos a elegir por nosotras,
queriendo apurarnos, metiéndose de prepo en decisiones intimísimas… vendiéndonos
que nos quieren ayudar cuando en el fondo sólo quieren usarnos. Desde esa falsa
obsesión por cuidar la juventud de nuestros ciclos biológicos hasta las ideas
de schaulsohnianas de que lo
realmente civilizado y primermundista es tercerizar siempre la crianza. En el
fondo es otra cara de la eterna lucha por el tiempo vital, por nuestros años
productivos…
Pero con mi tiempo hago lo que me da la gana y desde que descubrí que
esto de crecer y envejecer, además de ser una idea brillante, puede tornarse
placentero… digamos que a Dorian Grey lo tengo seco de aburrimiento pero la
paso estupendamente.
Resumo: Necesitamos trabajos compatibles con madres y padres que
quieren participar de verdad en la crianza de sus hijos, necesitamos lugares de
trabajo baby-friendly, licencias de
paternidad que no sean un chiste de mal gusto, necesitamos un montón de
solidaridad.
Es así, no somos autosuficientes, muchas cosas nos superan… las madres
y los padres de niños pequeños necesitamos mucha solidaridad. Eso no quiere
decir que decidan por nosotros, eso quiere decir que nos respeten, que no
intenten manipularnos, que nos ayuden sabiendo que las decisiones son nuestras.
Y si no están dispuestos a eso, entonces mejor no ayuden que nos las arreglamos
solos. Quédense tranquilos porque al fin del cuento es lo mejor para todos. O
se benefician con la reciprocidad cuando les llegue la hora de estar en
nuestros zapatos o se benefician con hijos criados por padres dispuestos a
dedicarles de verdad su tiempo. Es ganar o ganar.
Cada una que haga lo que considere, pero me caen bien así que les
cuento mi plan: yo al tiempo no lo quiero para untarme más cremas, lo quiero
para mí de verdad… es decir, para lo cotidiano… para mi familia, para mi
esposo, para mi hija… quiero hacerle caso a María Elena Walsh que era muy muy sabia
…
Quiero tiempo pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor me lo da suelto y no enjaulado
adentro de un despertador.
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor me lo da suelto y no enjaulado
adentro de un despertador.
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