Nora Pflüger
En mi viejo diccionario Espasa-Calpe –una edición
encuadernada, en dos pesados tomos, que perteneció a uno de mis abuelos-
aparece una escueta definición del término “democracia”: “Forma de gobierno en que
ejerce la soberanía el pueblo”.
Recuerdo que cuando era chiquita, mi papá me explicó, después de leerme
esa misma página del diccionario, que la democracia, en realidad, no era sólo
una forma de gobierno, sino un estilo de vida, basado en el respeto mutuo.
¡Qué
embrollo me hicieron más tarde, en el colegio! Nunca terminé de saber si con
esa señora alta y gruñona, de túnica y gorro frigio, que aparecía en los
cuadernos y en los actos escolares, se quería representar a la Democracia o a
la República, ni por qué había que vincularla necesariamente con la Patria. Entonces
los españoles, por ejemplo, cuando vivían en una monarquía ¿no tenían patria?
Me pasaba lo mismo con los unitarios y los
federales: después de tanta batalla, resultaba
que la Argentina era un país federal… pero Dios atendía en Buenos Aires.
De
estas cosas hablaba en una oportunidad con alumnos de una Facultad católica, en
un sexto año de Arquitectura en el que debía enseñar Doctrina Social de la
Iglesia, y salió el tema del origen de la palabra “democracia”, y de la mayor
facilidad (tal vez) de ejercerla en un lugar como la “polis” griega, con sus
mil o dos mil habitantes, que en nuestras inmensas ciudades modernas. Y todo
iba muy bien cuando de pronto, un alumno agazapado en el segundo banco empezó a
gritar como un energúmeno:
-¡Usted
está denigrando a los Estados Unidos! ¡No hay mejor democracia que la de los
Estados Unidos! ¡Porque los Estados Unidos son lo más grande que hay! ¡Porque
los Estados Unidos…!
Ignoro
si el individuo se encontraba en su sano juicio o bajo los efectos de algún
alucinógeno. Y conste que no se trataba de un estudiante norteamericano en
viaje de intercambio, sino de un morocho argentino, del tipo más común en estas
pampas. Lo que le dio parecía un ataque de locura, y los compañeros se
apresuraron a sujetarlo, mientras él continuaba vociferando y echando fuego por
las narices.
Cuando
el escenario se calmó, intenté aclarar con paciencia que:
a) mi
intención no había sido colocar a las ciudades griegas como el modelo perfecto
de vida y gobierno, ya que junto con la democracia efectiva ejercida por los
ciudadanos, existía la esclavitud (cosa que no me habían dado tiempo de
exponer) y los esclavos no tenían ni siquiera derecho al voto;
b) mi
comparación entre la ciudad antigua y la moderna se refería más bien a las
posibilidades de comunicación cara a cara, no a la perfección de un sistema;
c) yo
no había nombrado a los Estados Unidos.
A pesar
de que sus compañeros quedaron conformes con mi explicación, el “atacado” no se
convenció, y siguió mirándome con odio hasta el final de la hora. Es que hay
gente que, no sé por qué, basta que se toquen ciertos temas para que se ponga
como loca. Y lo grave es que con accesos de histeria o con reacciones de
retorcido no se edifica una verdadera democracia, ni comunidad humana de
ninguna especie, en ninguna parte.
En un
popularísimo programa de TV, cuyo nombre suena parecido a “intitulables” ( y
que tendría que llamarse INAGUANTABLES), conocidos personajes de la farándula y
la política discuten gritándose, interrumpiéndose e insultándose unos a otros,
mientras el animador se ríe, satisfecho como Nerón en el circo. En semejante
sociedad estamos viviendo…
Democracia no es el derecho de gritarle al que no piensa como yo, sino
el derecho del otro a pensar distinto, y que yo lo respete. Es velar para que
todos los chicos tengan una buena educación, que haya servicios de salud
accesibles a todos los pobladores del país, que todos los adultos puedan trabajar
y que también, al llegar a la edad del
retiro, dispongan todos de una jubilación digna y disfruten de una vejez
tranquila. Lo que, con palabras claras y sencillas, nos está pidiendo nuestro
Papa Francisco. No es seguir peleando por pavadas hasta matarnos. ¿Será tan
difícil? ¿O los laboratorios farmacológicos tendrán que elaborar el
quincuagésimo descendiente del Prozac, a ver si nos hace algún efecto?