sábado, 20 de septiembre de 2014

Editorial - LIBERTAD: LIBRES… ¿PARA QUÉ?

Llama la atención el uso mediático que, en las últimas semanas, se le ha dado a la famosa frase de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.
  Sin hablar de que, al repetirla, los medios ni siquiera mencionan al autor –a tal punto que el público puede creer que la inventó una actriz o un político-, la escueta y mala traducción confunde más de lo que aclara.
  ¿Cuál fue, realmente, la idea original de San Agustín? Algunos teólogos, en la línea del Concilio Vaticano II, la expresan hoy como: “Ten amor verdadero y haz lo que quiera el amor”. Y sostienen que cuando San Pablo, en la Carta a los Gálatas, dice: “Cristo nos liberó para que vivamos en libertad” (Gálatas 5, 1), el Apóstol hace presente que la naturaleza y el objetivo de la libertad se manifiestan en el amor al prójimo, y éste consiste nada más y nada menos que en amar como Cristo ama.
  No se trata, entonces, de “primero amo, y luego… hago lo que me da la gana con el objeto de ese amor”, porque la persona amada no es un objeto, y porque el amor auténtico es respetuoso, agradecido y fiel.
  Sólo en ese amor genuino construiremos una atmósfera, un medio ambiente en el que la paz y la confianza nos permitan una experiencia  más enriquecedora de nuestra libertad.


La Redacción

Con-sumo respeto

Por X

La libertad es un bien al cual no se puede comprar, todos nos sentimos libres puesto que nos podemos mover de un lado al otro sin restricción alguna, podemos sentir, trabajar y vivir como queramos, nuestra vida, en definitiva es libre.

Ahora bien, desde nuestra televisión se puede observar una realidad distinta que nos hace comprender que somos víctimas de la inseguridad, somos esclavos de los ladrones y también podemos ver, en el mismo canal pero en la propaganda, miles de anuncios que nos invitan a poseer cosas de innumerable valor que nos dan el mote de consumidor.
Ya no soy yo, ni sos vos, ni existe el trabajador, existe el consumidor y con él estos derechos que nos permiten ejercer cuanta acción exista en contra de las cadenas comerciales que, de manera sistemática nos embaucan y nos venden gato por liebre.
El consumidor es la síntesis del siglo 21,  debemos serlo porque si no, no somos ciudadanos de a pie que compran todo lo que nos venden.
Ahora bien ¿Alguien puede no ser consumidor? ¿Aquél que compra un auto, un televisor LED, una Heladera No Frost, un Lavarropas o una excelente camisa es tan consumidor como el que no alcanza a dichos bienes? ¿Los bienes a los que todos tenemos acceso son potables para todos nuestros hermanos?
Todas estas preguntas tienen una respuesta, Sí. Todos tenemos acceso al mercado puesto que todos partimos de la premisa de igualdad, premisa que fue morigerada en el derecho a través de distintas herramientas pero que no hacen más que partir de aquella idea de igualdad.
La libertad que todos pretendemos, me obliga a introducir el siguiente ejemplo: En un centro comercial de la Ciudad de Buenos Aires concurren un empleado público, un empresario y un albañil, a comprar la misma heladera. El empelado público la puede comprar en cuotas con la tarjeta de crédito, el empresario puede hacer la misma compra pero con otra tarjeta y con un descuento especial y con un límite de compra más abultado, el albañil-trabajo no registrado-accede al bien con un crédito personal con una tasa de interés alta y con un precio final que supera abultadamente al marcado. ¿Todos son libres de acceder al bien? Sí ¿Todos tienen las mismas ventajas? Sí ¿Todos terminan gastando lo mismo? No.
En el mismo centro de compras, deciden ver ropa de vestir visto que los tres irán al mismo casamiento. El empleado público antes de entrar observa la vidriera y decide ingresar, el albañil hace lo mismo, el empresario con sólo ver la marca ingresa. Los precios son los mismos y las camisas las mismas ¿Los tres podrían comprar? Si ¿Los tres compraron? NO.
Como vemos, las posibilidades de ingresar al mercado son las mismas, pero los resultados son opuestos, de ahí que esta pantalla del consumidor es, en definitiva, una mentira.
Las diferencias sociales y el incentivo al consumo dejan de lado a millones de personas por día, nos horrorizamos al ver en el televisor las noticias de robos y hurtos, pero no nos preguntamos sobre la verdad detrás de la realidad proyectada.
Las cadenas comerciales y las marcas, generan una tendencia que nosotros mismos no podemos evitar de sentir, las diferencias de ingresos y las diferentes formas de acceder a los bienes publicitados crean una división entre todos nosotros ¿Nos sigue asombrando la inseguridad? ¿Nos sigue preocupando los robos o lo que más nos preocupa es quedarnos fuera del comercio?
Creo que ambas, y todo tiene un sentido. Veamos: dijimos que el mismo canal de televisión que nos informa sobre los robos es el mismo que nos publicista la heladera y la tarjeta de crédito, entonces, ese canal de TV nos bombardea desde la tierra y desde el aire con miedos y no nos deja otra chance que salir urgente a comprar la TV nueva, la Heladera y el Celular pero también, nos obliga a salir a la calle con miedo a que nos roben o a que nos pase algo malo.
Imaginemos que a la misma hora ven la televisión unos pibes que limpian vidrios en las calles, el empresario, el albañil y empleado público, imaginen ahora ¿Quién se siente más seguro?
Nuestra libertad se siente acorralada por un sistema de financiamiento al que muchos no pueden o no podemos acceder y por un sistema que parte desde una igualdad dibujada.

Por ello, no podemos pensar que estamos libres de hacer y de acceder a lo que queramos ,porque todos no tenemos las mismas oportunidades. Por eso, no nos dejemos embaucar y no creamos que todos somos consumidores, a gatas somos unos necesitados.

¿Qué corno es formar sujetos libres?


Juan Pablo Olivetto Fagni 

Antes de empezar, tengo que contarles que me cuesta un montón escribir resumidamente (para que esto sea leído por más personas en Internet) sobre este tema de la libertad, que tanto he pensado y reflexionado. Decidí recortarlo lo más posible, pero si alguien quiere, nos juntamos a tomar algo y a charlar de la vida y de este tema.


¿Para qué educar? Pregunta muchas veces olvidada, y tan esencial a la vez. “Formar sujetos libres” es una de las respuestas más recurrentes a la hora de responderla. Suponiendo que ser libre es un acto o estado individual, en el cual uno es responsable y hacedor de todas las decisiones en su vida.

Mi posición ante eso es contundentemente contraria. En primer lugar la idea de “formar sujetos” conlleva a una unidireccionalidad, es decir que uno/s harían libres a otros. Por el contrario sostengo que los procesos de liberación son siempre comunitarios, por más que algunas personas sean más o menos influyentes en esos procesos, pero todas aportan algo. Además ¿de qué hay que liberarse? De la opresión, de la esclavitud. Y esos siempre son vínculos, relaciones, por lo tanto nunca son hechos individuales.

Otra cuestión que me lleva a estar en contra del slogan “formar sujetos libres” es que al poner el acento en los individuos y su libertad, se les está encajando la responsabilidad de todos sus actos. ¿No será mucho? ¿Y si nos repartimos las decisiones entre todos? O por lo menos entre varios charlémoslo, organicémosnos y veamos que hacer con las decisiones importantes que tomemos.

Como he hecho muchas veces, al tener más preguntas que posibles respuestas, les planteo interrogantes que me parece que todos deberíamos hacernos:

- ¿Qué decisiones son verdaderamente importantes? Porque muchos sobreestiman poder decidir comprar un producto de determinada marca u otra, o poder elegir entre consumir tal o cual cosa. Una respuesta alternativa, abierta a ser repensada, es que lo importante es decidir sobre tres cuestiones: en qué voy a trabajar y en dónde, en qué sociedad quiero vivir, y quién quiero ser (o en términos galeanescos: qué quiero hacer con lo que hicieron de mi). Y volviendo a lo del principio, por lo menos dos de estas tres cuestiones no se pueden pensar en términos individualistas, y si lo hacemos no nos sorprendamos que no estemos en paz como sociedad.

- ¿Cuándo alguien debe decidir? Niños, jóvenes, adultos y ancianos, pobres y ricos, ¿Sólo algunos pueden decidir? ¿Cómo se aprende a decidir? Todo el tiempo estamos eligiendo, pero ¿estamos seguros que tomamos buenas elecciones? ¿cómo saberlo?

- ¿Decido yo u otros deciden por mi? 

Para finalizar invito especialmente a los católicos a imitar el modelo de la Virgen María, que siendo la esclava del Señor, fue la mujer más libre de toda la historia, porque no era esclava de nada, ni de nadie más.

HUMOR POR CRIS

Por Cristian Camargo



COMO MAFALDA CUANDO LEYÓ “DEMOCRACIA”

Por Nora Pflüger   

  Acabo de encontrar una definición de “libertad” que daría para un tratado: “Capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad”.
  Recuerdo una tira de “Mafalda”, en la que la niña lee en un dicccionario el significado de la palabra “democracia”, la compara en su cabecita con la sociedad y el mundo que conoce, y comienza a reírse solita,  sigue riendo todo el día, y a la noche, en su cama, continúa riéndose, para asombro y consternación de sus padres.
  La definición de “libertad” me ha producido casi el mismo efecto…
  ¡Capacidad de la conciencia! ¿Adónde ha ido a parar en estos últimos años la expresión “criterio formado”, con la que nos ponían límites en la infancia? (“No intervengas, que todavía no tenés el criterio formado”)… ¿Y quién recuerda que a las muelas que nos salen a todos los seres humanos a los dieciocho años se les sigue llamando “del juicio”?
   Sin embargo, las leyes civiles exigen un mínimo de capacidad de conciencia para firmar cualquier contrato, y la Iglesia Católica la requiere para que sea válido en consentimiento matrimonial.
  ¿Pretensiones muy obvias?
   Hace unos años, en unas conferencias sobre Derecho Matrimonial Canónico, dictadas en el aula magna de una conocida Universidad privada platense, el conferenciante, un curita italiano recién llegado de Roma, dijo con picardía: “ Advierto a las señoras presentes que si la novia engaña al novio haciéndose pasar por chica buena cuando no lo es, o si se quiere casar sólo para aparentar, o para quedar bien con el tío cura o la tía monja, sin conciencia de lo que significa el sacramento, y así lleva al novio al altar, es nulo ese matrimonio…”
  Al oír esto, una de las señoras presentes, una abogada joven, elegantemente vestida, saltó del asiento y salió corriendo al pasillo, llorando y gritando como una histérica: “¡¡¡Mi matrimonio es nulo!!!”
  ¿Con qué grado de conciencia decidimos las cosas fundamentales de nuestra vida?
  ¡Pensar y obrar según la propia voluntad! Creo que no se trata del capricho, sino de la llamada “voluntad libre”, la que se apoya en la razón y nos distingue (eso espero) de los otros seres de la Naturaleza.
 Sin conciencia formada, sin voluntad educada, no tomaremos nunca  decisiones realmente libres, y seremos siempre esclavos de la moda, o del “qué dirán”, o del miedo a las consecuencias de luchar por una causa justa, o de la hipocresía más vulgar.
  Y vuelvo a pensar en Mafalda, niña de conciencia muy desarrollada, pero que crecía en una familia absolutamente normal, con su papá, su mamá y su hermanito, y que podía aprender allí el ejercicio de una libertad razonable.
  Qué lástima que el medio social de hoy no nos ofrezca otros ejemplos como ella. Y que, en cambio, el arquetipo elegido sea un personaje como “la mamá de Pedrito”, una mujer inconcebible que en los últimos tiempos hemos visto cincuenta veces por día en la televisión. Se trata de un aviso publicitario en el que una señora, al enterarse de que otra ha leído a unos niños un cuento de terror debajo de la cama y los ha hecho jugar a la pelota en el baño, en lugar de pedir explicaciones (dado que entre los niños estaba de visita su propio hijo Pedrito) o de exclamar “¡Qué asco!”, se da tironcitos en una oreja (¿”tic” del mentiroso?) y susurra melosamente: “¡Qué divina!”

  ¿Quién quiero ser? ¿Mafalda o la mamá de Pedrito?