martes, 28 de noviembre de 2017

DE LA FE, DEL MAR Y SUS PELIGROS

Nora Pflüger
 Era tan pequeñita que casi no sabía hablar cuando lo vi por primera vez. Grandote, inquieto, verde, se mecía como una hamaca y lloraba como un niño. El mar. Parecía tan tonto y olía tan fuerte que se me figuró un bebé desmesurado que gritaba para que le cambiaran los pañales. Abría su bocaza y gemía: “Maaa… maaa… maaa…”
  -Qué vergüenza.- pensé (los niños piensan más de lo que dicen)-  Tan grandulón, y grita llamando a la mamá…
  Más adelante aprendí que el