Nora Pflüger
Era tan pequeñita que casi no sabía hablar cuando lo vi por primera vez. Grandote, inquieto, verde, se mecía como una hamaca y lloraba como un niño. El mar. Parecía tan tonto y olía tan fuerte que se me figuró un bebé desmesurado que gritaba para que le cambiaran los pañales. Abría su bocaza y gemía: “Maaa… maaa… maaa…”
-Qué vergüenza.- pensé (los niños piensan más de lo que dicen)- Tan grandulón, y grita llamando a la mamá…
Más adelante aprendí que el