sábado, 16 de agosto de 2014

Editorial - NIÑEZ: RECUPERAR EL SIGNIFICADO DE SER NIÑO

Sinceridad, diafanidad, confianza… atributos del niño, que podemos leer en la pureza de su mirada, y que nos despiertan el anhelo por un mundo más limpio, más recto, más íntegro que éste.
  Jesús habló claramente de hacernos como niños para entrar en el Reino (Mateo 18, 3). Y un educador del siglo XX recomendaba a las personas rígidas, reprimidas en sus emociones o con dificultades para expresarlas, “tratar mucho con  niños” o con personas que se parecieran a ellos.
  El niño es también un signo de esperanza en que la humanidad siga habitando en esta Tierra. Incluso para los padres de un hijo ya crecido, ese joven o adulto que alguna vez fue niño en sus brazos representa para ellos una señal que apunta hacia el futuro. Quienes conocen las profundidades humanas, afirman que no hay dolor más grande que la muerte de un hijo, tal vez porque al sufrimiento de la pérdida se suma la sensación de que la vida se trunca justamente allí donde tendría que continuar.
  En este agosto en el que, en medio de una nube de ofertas comerciales y venta de pochoclo, hemos festejado, bien que mal, el “Día del Niño”, nos convendría reflexionar sobre el verdadero sentido de la infancia y recordar además que el hombre, entre todos los seres de la Creación, es el que permanece de algún modo siempre niño, porque todos los días tiene algo nuevo que aprender.


  La Redacción 

El delito de Nacer

Por Juan Ignacio Salgado
“Tú quieres que no sea,
que deshaga
esta mezcla de soles y de estrellas”
Matilde Alba Swann

Que el mundo fue y será una porquería no es novedad para nadie. El jardín del Edén es para muchos solo una leyenda, para otros una promesa. Pero este valle de lágrimas que nos ha tocado en suerte es una realidad para todos, aunque es cierto que el reparto de lágrimas no es equitativo. Pero quien más quien menos, a todos nos toca sufrir de vez en cuando. Eso siempre ha sido así.
Sin embargo, a pesar de todos los males y pesares, la vida, en la opinión general, era considerada buena.
Cada niño que nace es una buena noticia solía  decir Facundo Cabral. En cada niño que nace vuelve  a nacer la humanidad, se renueva. Porque cada niño es una promesa, es una esperanza, es una oportunidad de ser mejores.
Pero, parece ser, que eso era antes.  La novedad que nos trae nuestra sociedad en la cúspide de la pirámide evolutiva es que todo eso de la esperanza en la vida nueva no va más,  paso de moda, está out.
No sé cual será la causa de todo esto, pero las  modas son modas.
Hoy cada niño que nace no es una buena noticia, cada niño por nacer no trae esperanza, todo lo contrario, es una  amenaza. Amenaza de qué, todavía no me lo han dicho. Pero lo que es seguro es que hay que eliminarlo. Y esto es tarea urgente, y al parecer, tarea del Estado.
 Según parece es deber de todo médico y derecho de toda madre poder terminar con la vida de su hijo antes de que nazca. Pero esto no es tan feo como suena, porque no es que siempre sea un derecho, sino solamente cuando la madreo la autoridad competente expone razones perfectamente fundamentadas del porqué ese niño no debe nacer.
Hasta ahora las razones perfectamente fundadas que en nuestro país se están discutiendo no son muchas. Una de ellas, que parece ser la que mayor aceptación tiene, es que el padre de la criatura sea un violador. En ese caso por el bien de la madre, victima de una violación, ese niño no debe nacer.
Y para evitar que esto suceda, el gobierno de la Pcia de Bs As tiene una idea. Una Equipo móvil para abortos, que acudiría a cualquier hospital donde alguien necesite terminar con un embarazo, pero donde los médicos se nieguen a realizar tal práctica por razones de conciencia personal. Para garantizar que ese niño no nazca el Estado no escatima gastos ni esfuerzos.
Afortunadamente esta idea no han podido llevarla a la práctica, pero el solo hecho de que se les haya ocurrido como posible solución ya es un gran problema.
  Chesterton decía, hace más de un siglo:

 “En una reunión de café oímos decir fácilmente: «Esta vida no vale la pena de vivirse». Lo oímos como oímos decir que hace un hermoso día: nadie considera que ello pueda ejercer ningún efecto de importancia sobre el hombre o sobre el mundo. Pero si esa expresión llegara realmente a aceptarse, el mundo andaría de cabeza. Se premiaría con medallas a los criminales por librar de la vida a los humanos; se perseguiría a los hombres porque libran a las personas de la muerte; se emplearía el veneno en lugar de la medicina; llamaríamos a los médicos cuando estuviéramos sanos; las sociedades de salvamento de náufragos serían consideradas como hordas de asesinos.”
Yo no se si al escribir este párrafo pensó que quizá algún día se convertiría en realidad, pero definitivamente fueron proféticas sus palabras.
El pesimismo a ganado la batalla. Somos una sociedad derrotada, donde lo que no se quiere se mata.  
Me pregunto nomás, si esta sentencia es definitiva, o si acaso todavía estamos a tiempo de cambiar.
Otra vez vienen a mi mente las palabras de Facundo Cabral, “en una eternidad se puede empezar de nuevo a cada instante”. El problema sería por dónde empezar. Y la mejor respuesta que se me ocurre es: empecemos por el principio. Por el principio de todo, el principio de toda vida. Que cada niño por nacer sea una buena noticia otra vez y para siempre. Porque la Beata Madre Teresa tenía razón, los  niños son como las estrellas, nunca son demasiados.


HUMOR POR CRIS

Por Cristian Daniel Camargo



Via Crucis del niño guacho

Por X

Les invito a reflexionar sobre la Cruz, la muerte y la resurrección de Cristo a través de nuestros hermanos más pequeños.


La idea es recorrer en 9 estaciones, el camino a la cruz del niño guacho.

1ra Estación. El niño es condenado a muerte.
Guacho no se hace, se nace. El niño habita en el seno de su madre, sus abuelos, ante el alejamiento de su “San José”, deciden invitar a su madre a que aborte. La Familia, es de bajos recursos y saben muy bien que no los van a poder mantener, sumado a ello el abuelo acaba de fallecer y la abuela cree que no va a poder criar a su hija de 16 años y a su nieto por nacer.
Su mamá, su María, se escapa de su casa y se alberga en lo de su prima, en una localidad del conurbano, allí trabaja y la acompaña, ella  también estaba embarazada.
El trabajo no abunda, solo son esporádicos e informales. La plata sigue sin alcanzar y los patrones, ante las faltas debido a su embarazo, deciden no “llamarla más”.
Desempleada María, cae en la pobreza total, por eso y por algún nefasto personaje de la noche, cae en el paco y en la prostitución.
En medio de todo este embrollo, el niño guacho es parido y devuelta condenado a muerte.
La muerte que se proyecta en muchos espacios de la sociedad, es el origen de todos nuestros guachos de hoy,  el semáforo, la droga, la esquina y el barrio son los condicionantes nefastos de su vida, no podemos permitir que se siga condenando, debemos tener políticas inclusivas especialmente con los sectores más vulnerables de la sociedad, la condena a muerte es producto de su condición de clase. Aquí, debemos detenernos y re- pensar las palabras del Papa en la misa de los Argentinos…”Mateo 25”.

2da Estación. El niño guacho carga con su Cruz.
Guacho pero no estúpido, en la calle aprendió muchas cosas; malabares, manchar vidrios, hacerse el sordomudo, punguerias y pequeños hurtos.
Él no sabe de su vida, la desconoce, simplemente la vive. Se hace el fuerte con sus compañeros pero se le llenan los ojos de lágrimas al pasar por la juguetería, añora la alegría de los niños bien, se siente desbastado, cansado y desganado. La tristeza lo invade, le arranca el corazón y le destruye su vida.
En la esquina del centro llora para no manchar con lagrimas el barrio, sólo sin nadie. Le cae la ficha de su vida, se da cuenta que existen diferencias y que por más que su “rancho” le haga de referencia  él no da más y su vida de guacho ya le cuesta horrores.
La Cruz de mi amigo, es la cruda realidad de la soledad. La carga solo y con una sola verdad, la muerte.
Reflexionemos cada día más sobre esta cruz y sobre su calvario. Esta cruz, les aseguro que es tan pesada como la de cristo.

3ra Estación. El niño guacho cae por primera vez.
Cargando la cruz es difícil mantenerse en pie. Cada día que pasa el hambre es más fuerte y la tristeza se va a cumulando en el corazón.
Es invierno y nuestro niño guacho ya está cansado. Camina al rancho con unos billetes listos para cambiar la realidad, va hacia la esquina de Matheu y 9 de Julio, aún se encuentra en el centro de la ciudad, espera, mira, su cara se hace rara…saluda a unos vagos y pregunta ¿Tenes?...la respuesta es obvia, el niño guacho cae por primera vez, cerca de la cara de muchos de nosotros, cerca de las artes y cerca de la seguridad, cae y todos los vimos.
Esta primera caída, es un saque que lo aleja de la realidad. ¿Qué le abra pasado cuando pasó el trance? ¿Qué ideas tuvo? Seguramente, se le ocurrió rendirse, pero, la vida da oportunidades piensa y afirma  “seguro con la ayuda de los pibes voy a salir adelante”.
La droga que se vende cerca de las arterias principales y de las alejadas, cerca de comisarias y legislaturas, ahí, vemos como caen y siguen cayendo nuestros guachos. Justo a los ojos de los grandes señores de la sociedad

4ta estación. Encuentro con su madre.
El niño guacho vuelve al rancho, allí es recibido por una mujer ensangrentada, es la misma que le dio la vida pero la misma que lo deja tirado, la que se va siempre con un tipo distinto. Ella esta ensangrentada, fue golpeada y abuzada por su pareja. El niño guacho corre a su encuentro, le seca las lagrimas con su ropa, trata de quitarle la sangre de la cara y le pregunta ¿Fue él? ¿Qué te hizo? Nada, responde la chica y termina diciendo…somos nosotros dos solamente.
El guacho comprende otra realidad, la de la familia. Familia destrozada pero familia al fin. En el barrio camina una mujer hace mucho tiempo, Alma, ella se preocupa por los pibes, al verlos de esa manera se les acerca y les ofrece ayuda.
Pasó el tiempo y la familia sigue igual, chirolas que se consiguen chirolas que van a la panza, pero la “Maria”, decide irse un día, el guacho vuelve a estar solo. Corre hacia lo de Alma y llorando le dice “se fue”. Se cruzan en un abrazo increíble, Alma empieza a ver al guacho de otra manera, ahora es otro de sus hijos, uno de los tantos que necesitan de su ayuda.
Pensemos en las familias, detengámonos a ver el trabajo de las madres del corazón, cuantas “Almas” hay por el mundo que ponen el pecho y su trabajo a la vida de los niños, cuantos guachos y cuantas mujeres son víctimas de violencia. ¿Qué debemos hacer? ¿Asimilamos la vida de estas mujeres? ¿Comprendemos o juzgamos? ¿Vemos en Alma un corazón lleno de amor?

5ta estación, El curita que colabora en la vida del niño guacho.
Hace unos meses atrás, al barrio se mudó un cura nuevo. La gente de a poco lo empieza a querer, es un tipo de barrio, de familia humilde. Sabe lo que es la pobreza y lo que es criarse sin padre.
El sacerdote, siguiendo los pasos de un santo, plantea algo nuevo para el barrio “un oratorio”. A este lugar concurrió nuestro guacho con la promesa de algo para comer.
El cura forjó un lindo grupo de pibes, pero con el “guacho” mantuvo un dialogo más fuerte. Sin duda, se ve obligado a cambiarle la vida.
Con un gesto cercano, se le acerca y le dice…”desde hoy, vos y yo vamos a ser amigos, yo no quiero que me digas padre ni cura, desde hoy vos y yo somos hermanos”…estas palabras fueron clave para el niño guacho que vio en el curita a un hermano y la “Alma” a una verdadera mamá.
Los curas de las periferias son los que comprenden la realidad de los pibes, curas que conocen la vida de los más humildes y viven invadidos por una pobreza incalculable. Los obispos y muchos laicos, no podemos ver más allá de la liturgia, no nos detenemos nunca a pensar en la vida de los más humildes.
La iglesia debe ser el reflejo de cristo que vive en el corazón de los trabajadores, Iglesia que redime y que busca la salvación como un pueblo que hace de cristo su elección de vida.

6ta Estación. El niño guacho cae por segunda vez en los brazos de alma.
De vuelta a las andadas, el niño guacho vuelve a consumir. Esta vez, es fuerte, le pega mal y se va de caño
Camina en dirección al centro, entra a un comercio y con un arma apunta a la frente del comerciante y se lleva un pequeño botín.
La policía esta alertada del niño guacho, pero esta vez se les escapó.
Llegando al barrio, se tropieza y cae. Al levantarse ve a su hermano, al curita, no lo puede ver a la cara “que te pasa” pregunta el sacerdote, el niño no contesta y atina a correr a lo de alma.
Llorando, le dice a la mujer lo que pasó, triste alma lo abraza, lloran ambos. El niño guacho, comprende lo que hizo, se da cuenta de la droga y sus peligros. Pero lo que más le duele es que piensa en que el cura no lo va a perdonar.
Llega el sábado y es día de oratorio, el niño guacho decide no ir. El cura junto a uno de sus colaboradores van a su encuentro, el pibe no quiere salir, tiene miedo. El joven que esta con el cura le afirma “no seas boludo, pase lo que pase vamos a estar con vos”, el sacerdote también dice “Hermano, no hay nada tan grande como la misericordia de Dios, comprendo tu realidad porque la sufro con vos, porque vos y yo somos lo mismo, vos y yo somos Dios”.
El guacho, acepta, sale y se acerca al padre pensando las palabras que se le habían ocurrido, no las llega a decir, el cura lo abraza y lo invita devuelta a la fiesta del oratorio.
No podemos juzgar más, la realidad de los chicos nos interpela a seguir creciendo en el amor. La vida estos niños necesita de nuestra ayuda.

7ma estación. El guacho cae por tercera vez, es despojado y cae víctima del gatillo fácil.
Sigue pasando el tiempo y siguen los problemas, nada se soluciona en la vida del niño guacho. La droga ya es vicio, el robo y las malas compañías también.
Alma y el cura se sienten desbordados, ya no saben que hacer con él. Además, descubren una trama secreta en la vida de nuestro niño guacho, roba para la policía.
De esta manera, el niño guacho se acerca a su final. A fines del invierno, junto a unos amigos deciden dar un golpe a una concesionaria de autos, es un plan certero. Se preparan y van camino a su misión, ingresan, apuntan y salen corriendo, el niño guacho es visto por un policía que lo identifica.
El robo sale en la tele, la opinión pública carga las tintas contra los niños, la policía y el gobernador necesitan de un trofeo, van al barrio, entran a la casa del niño guacho y mientras estaba durmiendo, le tiran tres duros tiros que terminan con la vida de nuestro amigo.
El juicio con el que fue condenado a muerte es el que hizo un especialista en televisión, la certeza del robo y de la culpabilidad es la de los policías que le han disparado. Nuestro amigo murió, cayó por la droga y el desamparo, se fue por desidia de un estado muchas veces ausente.
¿Qué papel juegan los medios de comunicación en nuestras vidas? ¿Cómo condicionan la opinión pública con sus títulos extraordinarios? Es momento que la palabra sea del pueblo, es tiempo de que gritemos y que nos hagamos escuchar. Los políticos piensan en frases lindas pero los pibes en el pan de cada día. ¿Qué vamos a hacer?

8va Estación. El niño guacho en los brazos de alma y del cura.
Conocida la noticia, el Cura y Alma corren a la casa de nuestro hermano, lo ven muerto. El llanto es imposible de sostener. El cura intenta dar un responso pero se da cuenta que no puede, pide al cielo una colaboración, niega a Dios, no puede entender que se le hayan llevado a su hermano.
Alma, ve con duda el cuerpo lo acaricia y lo llama por su nombre, el pibe ya descansa en paz.

9na Estación. La resurrección.
El niño guacho murió, pero resucitó en nuestras vidas.
La vida de estos niños es nuestra prioridad, ellos son los pibes, los chorros, los vagos, los guachos, los negros, ellos son todo esto pero también son Juan, Ariel, Ezequiel, Eduardo, Dario, Miguel, Jonathan, Gabriel, Manzana, son las caras, si las caras de los semáforos, son la pobreza y son las mafias del sistema político, son todo lo que no queremos ser pero son y deben ser nuestro motor de vida.
Como cristiano, aspiro a la resurrección del pueblo, entiendo que el reino es en la tierra y lo conformamos todos. Una vez dije que éramos antorchas de luz y camino de salvación, hoy lo sostengo, ya no más cristianos de sacristías, hoy más que nunca jóvenes comprometidos por la realidad, sabiendo que nuestro niño guacho a resucitado en el corazón de todos los niños, niñas y adolescentes que necesitan de nuestra ayuda.

El hijo de la violación.

Por Francisco Andres Flores

El aborto “no punible” que no fue.
Esta es una breve reflexión escrita, hace un par de años, con motivo de la recomendación hecha por la corte suprema de justicia sobre los abortos no punibles.  En la actualidad, en que esas recomendaciones han dado lugar a múltiples protocolos, casos e iniciativas de salud (¿?) pública (la más reciente de ellas, un móvil para abortos en Provincia de Buenos Aires) , me pareció oportuno reflotarlo.

Cuando la corte suprema de justicia aprobó el accionar de los que autorizaron el aborto en caso de violación, inevitablemente me vino su rostro a la mente.  No es que yo sea una persona muy sentimental, ni menos aún dada a sentir lástima o pena por historias ajenas e inevitables; pero, en esta maraña de jueces, médicos, abogados, leyes,  interpretaciones y reinterpretaciones, su historia, aquella que pocos conocíamos y ninguno quería recordar, salía nuevamente a la luz.
Trataré de explicar la historia, aunque tengo varios obstáculos insalvables.  El primero, obvio, es que no puedo mencionar al protagonista; lo cual corresponde que así sea, por resguardo de su identidad, pero también por mandato legal.  Y por otro lado ese anonimato obligado que le toca en estas líneas se corresponde bastante con la realidad, ya que apenas hace unos meses que nuestro pequeño protagonista recibió su documento nacional de identidad.  Los años anteriores a su consagración como miembro afortunado de nuestra comunidad civil, fue tan sólo un NN (Natalia-Natalia dirían los policías, así que bien podríamos llamarlo “Natalia”).
El otro obstáculo es que tampoco puedo mencionar las instituciones por las que ha pasado, pero pueden ir sabiendo que han sido varias.  “Natalia” nació aparentemente fruto del abuso sufrido por su madre en una institución psiquiátrica.  Lugo fue a parar a una institución de guarda de niños expósitos, al estilo de la ex casa cuna local.  Allí, siendo voluntario, pude conocerla.
Al avanzar en edad, llegó el forzoso cambio institucional.   La no resolución de sus temas legales y familiares llevó a que se tarde mucho en otorgarle el estado de adoptabilidad, ese por el cual podría llegar a tener una familia y una luz de esperanza en el tortuoso camino de su breve vida.  Esa dilación no hizo más que dificultar su adopción: sabido es que cuanto más grandes son, más difícil es que los niños sean adoptados.  Así pasó a un hogar de menores, y luego a otro especializado en chicos con capacidades especiales, ya que, es necesario mencionarlo, “Natalia” padece (al menos según los especialistas) el famoso y nunca bien especificado “Trastorno Generalizado del Desarrollo”.  Parece tener un retraso madurativo leve, o tal vez algo que aún no se manifestó en su totalidad; pero si le faltaba alguna dificultad a su inserción social, el Estado y sus instituciones se han encargado de diagnosticarla y registrarla, para que no queden dudas (y por qué no, tal vez incluso se hayan encargado de generarla).
Parece éste un panorama sombrío, sin espacio para la esperanza, donde el futuro es una incógnita en un laberinto de expedientes y estudios inconclusos. Sin embargo, “Natalia” es una persona como cualquiera de nosotros, o mejor aún que nosotros: inocente.  Juega como cualquiera de los niños de su edad, ríe, se enoja, extraña, llora, abraza… vive intensamente: sabe que el amor es una flor que no crece en todos los jardines, y se abraza a ella como a un regalo único.  No hubo amor en su concepción, y tampoco en algunas etapas de su vida; pero: ¿eso la priva del derecho y la capacidad de dar y recibir amor?  Les aseguro que no.  Toda su vida y su mundo son el amor de las personas que la ayudan cotidianamente: enfermeras, auxiliares, voluntarios…  Aún en sus limitaciones madurativas, ejerce plenamente, y más que la mayoría de nosotros, su capacidad de amar y ser amada.  Entonces, jueces de la suprema corte: ¿eso no basta como certificado de humanidad? ¿Eso no basta como evidencia de la dignidad enorme e inalienable de cada ser humano, aunque sea débil y pequeño? 
Por eso fue que, cuando conocí el dictamen, pensé inevitablemente en ella y en los niños que, como ella, no eligen cómo y dónde venir al mundo; pero sí, aún en un mundo doloroso e imperfecto, eligen dar y recibir amor.  Estimados jueces, deténganse un segundo a contemplar este cuadro: allí donde ustedes se extravían en artículos e interpretaciones, y ponen especificaciones y obstáculos, y pesan y miden la realidad con una balanza ciega... allí mismo late un corazón que les dice, con cada latido, que afortunadamente ustedes se han equivocado; que, al menos para ella, sus decisiones de muerte llegaron tarde; que, en fin, la vida se abre camino y enarbola, con amor, su bandera.
Señores jueces, yo sé que muchos piensan como ustedes: que el aborto legal puede ser una solución rápida y aséptica para evitar situaciones desagradables.  Piensan que eliminando la causa eliminan esas incómodas consecuencias.  Pero cometen un error fatal: lo que piensan que es la causa, la vida de los niños en gestación, es en realidad la consecuencia de acciones de adultos; y las causas reales de los problemas no se encuentran en la vida de los niños, sino en la de los adultos: la injusticia, los abusos, la inequidad, la violencia… síntomas graves de un mundo adulto y decrépito que se ensaña con la vida de los niños para no cambiar sus propias y enfermas estructuras.
Señores jueces, sálganse un poco de su pretendido papel de augures de la ley y piensen sinceramente: ¿en virtud de qué derecho o deber pueden ustedes arrogarse la potestad de recomendar, a todo un país, que un niño o niña como “Natalia” no tiene derecho a vivir, amar o ser amado?  Hoy, mirando la sonrisa de esta niña, yo veo el fracaso de vuestra arrogancia y el valor infinito de la vida humana que, aún contra la violencia, el olvido y las leyes injustas, se abre camino.


Hasta aquí el artículo original.  Agrego un dato nuevo: el niño en cuestión ha sido adoptado recientemente y crece feliz en una familia.  El amor y la vida siguen abriéndose camino.

EL NIÑO Y EL TRAJE DEL EMPERADOR

Por Nora Pflüger
   
     En esta sociedad complicada, necesitamos ojos limpios para conocer la verdad… y valor para decirla.


  La anécdota es conocida: unos supuestos tejedores charlatanes, con la intención de hacer dinero a costa de la ingenuidad ajena, se presentan ante un poderoso emperador y le aseguran poder tejerle un traje de una tela tan sutil que sólo podrían verlo quienes fueran “muy inteligentes” y “aptos para su cargo”. Después de varios días de trabajo fingido, presentan al monarca su “obra”: éste, lógicamente, no ve nada, pero simula una gran admiración, en el temor de que se lo considere tonto e inútil.
  Convencido de que el traje existe, el emperador decide desfilar ante su pueblo, vestido –así cree él- con la prenda maravillosa. Al pueblo, el fenómeno le produce la misma impresión: nadie ve nada, pero todos fingen ver. Hasta que en medio de la muchedumbre hipócrita y obsecuente, se alza la voz sincera y clara de un niño: “¡Papá, el emperador va desnudo!”
  Esta historia, que circuló desde tiempos inmemoriales en la literatura oriental, fue recogida también por el folklore alemán, y en España, es posible que Cervantes se haya inspirado en ella para su  entremés “El retablo de las maravillas”. Pero desde fines del siglo diecinueve, en Occidente, todas las generaciones la hemos conocido a través de la versión de Hans Christian Andersen.
  Imagino que a nuestro amigo Andersen, con alma de niño como todo buen escritor y poeta –y además, frontal, como todo buen dinamarqués- tiene que haber estado fascinado por este ejemplo de pureza infantil cuando escribió “El traje nuevo del emperador” y lo incluyó en su famoso volumen de cuentos.
  En la versión de Andersen, la frase del niño produce gran revuelo, y el padre intenta disculparlo exclamando: “¡Es la voz de la inocencia!”, como quien dice: “No le hagan caso” y como si la inocencia fuera algo de lo que tuviéramos que avergonzarnos.
  ¡Y claro, señor padre, que es la voz de la inocencia! Pero de la inocencia buena, de la legítima, la que por ningún motivo deberíamos perder. Y si la perdemos, más nos vale hacer lo que nos dice Jesús: volver a ser como niños, porque sólo ellos –y los que son como ellos- entrarán en el Reino de los Cielos (Mateo 18,3).
 En medio de esta sociedad con tanta gente simuladora, de este continuo baile de máscaras, algunas benditas personas conservan la capacidad de ver una situación de injusticia, de inmoralidad, de desubicación, y decir, sin vueltas, que el emperador va desnudo.
  En ocasiones, se las admira o envidia; en otras (muy pocas) se las ama; en general, se las alaba falsamente: “Ay, Fulano…¡qué gracioso! ¡Qué rapidez y facilidad de palabra!” Cuando bien sabemos que no se trata de eso, ni de ninguna otra clase de “facilidad”. Ser sincero y valiente nunca ha sido fácil en este mundo.
  Pero… no perdamos las esperanzas. A los que, al menos, aspiramos a la sinceridad, nos conviene saber que el cuento concluye con una muchedumbre que admite que el emperador va, efectivamente, como dijo el niño. Y que además, en algunas versiones populares, los charlatanes, para escapar de la paliza, tienen que desaparecer del imperio. Porque a veces basta que alguien, uno solo, se atreva a alzar la voz como un niño, para que a los demás se nos abra también la posibilidad de entrar en el Reino de los Cielos.

¿Sólo Aspirantes? ¡No!

Por Juan Pablo Olivetto Fagni


“Los niños son el futuro” y el futuro no existe, ¿así que los niños no existen? Por lo menos en este mes hay un día para ellos, en donde podemos acordarnos de su existencia, aunque este mundo pensado desde y para los adultos no les deje mucho lugar.

Mi intención esta vez, es escribir desde mi experiencia. Ya que al ser el tema de la infancia tan complejo, me pareció mejor hacer un abordaje menos teórico y más desde lo vivencial. 

Al no tener hermanos menores, y poco contacto con mis “primitos”, mi mayor vinculación con los niños fue siendo delegado de aspirantes (grupo de niños parroquial). 
Nunca me había preguntado por qué el nombre de aspirantes, hasta que en un encuentro nacional de dirigentes alguien, ya ni sé quién, dijo que la denominación podría ser mal entendida, ya que pensar a los niños sólo como “aspirantes”, como los que intentan llegar a algo, se puede llegar a cometer el error de ver a los niños sólo como una apuesta a futuro, olvidándonos de su presente. Por ejemplo, a veces para consolarse de los aparentes fracasos de la catequesis, uno piensa que “algún día les servirá” o “uno siembra y otros cosecharán” u otras frases que ponen el acento sólo en el futuro. Desde ya que no está para nada mal preocuparse por el futuro de los niños, pero “a cada día le basta su preocupación” (Mt 6,34), por lo tanto prioricemos poner nuestros esfuerzos en el presente de los niños, qué problemas tienen hoy, cómo es su relación con su familia, con sus amigos, y con Dios; ya con eso tenemos bastante para ocuparnos. 

Para seguir con el relato de mis experiencias significativas, es necesario aclarar que mi trato ha sido mayoritariamente con niños de clase media, salvo en algunas misiones en barrios periféricos. Cuando recuerdo la demanda de cariño que tuvieron esos nenes me revive la convicción de lo mucho que todavía les debemos a los niños.

Siempre me ha costado “ponerles los límites”, me parecía que en la mayoría de los casos que se los retaba era para que se queden callados y/o quietos debido a la poca paciencia de los adultos (y sigo convencido de que sigue pasando). Pero también me era difícil intervenir en situaciones en donde sí era necesario defender a un niño que le estaba faltando el respeto a otro, o situaciones en donde el respetar una norma era vital para la convivencia de todos, el imponerme era algo que me incomodaba. Con el tiempo me fui dando cuenta que el límite fundado y dialogado era necesario, pero si se hace fundamentado principalmente en la no violencia y el respeto a cualquier persona; y dialogado, ya que no por tratar con niños hay que subestimarlos y no darles explicaciones y razones de por qué hacemos lo que hacemos.

Por otro lado, me sorprendía como algunos padres traían a sus hijos cual bolsa de papas que ya se les hacía inaguantable. Pero con el tiempo, quizás por ir madurando como cristiano, fui aprendiendo a no juzgarlos, me fui preguntando por qué me fijaba en las limitaciones de otros y no miraba las mías. 

Muchas veces me costó aguantar a un nene por lo caprichoso o irrespetuoso, y eso que me considero una persona con mucha paciencia, luego pienso en que sólo comparto 2 horas por semana, en cambio los papás están todos los días hace años con esos niños. Podría decir que es su responsabilidad educarlos, pero ¿tan fácil es? Mejor juzguemos menos, y acompañemos más a quienes tienen hoy la gran tarea de ser padres.

Por último, no puedo dejar de compartir que hoy una de las actividades que me da más alegría es compartir juegos, charlas, reflexiones, con los niños de mi parroquia. Ojala los jóvenes y adultos nunca perdamos el contacto verdadero con los más pequeños.