sábado, 20 de septiembre de 2014

COMO MAFALDA CUANDO LEYÓ “DEMOCRACIA”

Por Nora Pflüger   

  Acabo de encontrar una definición de “libertad” que daría para un tratado: “Capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad”.
  Recuerdo una tira de “Mafalda”, en la que la niña lee en un dicccionario el significado de la palabra “democracia”, la compara en su cabecita con la sociedad y el mundo que conoce, y comienza a reírse solita,  sigue riendo todo el día, y a la noche, en su cama, continúa riéndose, para asombro y consternación de sus padres.
  La definición de “libertad” me ha producido casi el mismo efecto…
  ¡Capacidad de la conciencia! ¿Adónde ha ido a parar en estos últimos años la expresión “criterio formado”, con la que nos ponían límites en la infancia? (“No intervengas, que todavía no tenés el criterio formado”)… ¿Y quién recuerda que a las muelas que nos salen a todos los seres humanos a los dieciocho años se les sigue llamando “del juicio”?
   Sin embargo, las leyes civiles exigen un mínimo de capacidad de conciencia para firmar cualquier contrato, y la Iglesia Católica la requiere para que sea válido en consentimiento matrimonial.
  ¿Pretensiones muy obvias?
   Hace unos años, en unas conferencias sobre Derecho Matrimonial Canónico, dictadas en el aula magna de una conocida Universidad privada platense, el conferenciante, un curita italiano recién llegado de Roma, dijo con picardía: “ Advierto a las señoras presentes que si la novia engaña al novio haciéndose pasar por chica buena cuando no lo es, o si se quiere casar sólo para aparentar, o para quedar bien con el tío cura o la tía monja, sin conciencia de lo que significa el sacramento, y así lleva al novio al altar, es nulo ese matrimonio…”
  Al oír esto, una de las señoras presentes, una abogada joven, elegantemente vestida, saltó del asiento y salió corriendo al pasillo, llorando y gritando como una histérica: “¡¡¡Mi matrimonio es nulo!!!”
  ¿Con qué grado de conciencia decidimos las cosas fundamentales de nuestra vida?
  ¡Pensar y obrar según la propia voluntad! Creo que no se trata del capricho, sino de la llamada “voluntad libre”, la que se apoya en la razón y nos distingue (eso espero) de los otros seres de la Naturaleza.
 Sin conciencia formada, sin voluntad educada, no tomaremos nunca  decisiones realmente libres, y seremos siempre esclavos de la moda, o del “qué dirán”, o del miedo a las consecuencias de luchar por una causa justa, o de la hipocresía más vulgar.
  Y vuelvo a pensar en Mafalda, niña de conciencia muy desarrollada, pero que crecía en una familia absolutamente normal, con su papá, su mamá y su hermanito, y que podía aprender allí el ejercicio de una libertad razonable.
  Qué lástima que el medio social de hoy no nos ofrezca otros ejemplos como ella. Y que, en cambio, el arquetipo elegido sea un personaje como “la mamá de Pedrito”, una mujer inconcebible que en los últimos tiempos hemos visto cincuenta veces por día en la televisión. Se trata de un aviso publicitario en el que una señora, al enterarse de que otra ha leído a unos niños un cuento de terror debajo de la cama y los ha hecho jugar a la pelota en el baño, en lugar de pedir explicaciones (dado que entre los niños estaba de visita su propio hijo Pedrito) o de exclamar “¡Qué asco!”, se da tironcitos en una oreja (¿”tic” del mentiroso?) y susurra melosamente: “¡Qué divina!”

  ¿Quién quiero ser? ¿Mafalda o la mamá de Pedrito?

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