sábado, 17 de mayo de 2014

Al rescate de los sueños

Hay momentos en los que creemos que todo se desmorona, como en la historia tragicómica que cuenta Augusto Cury en “De genio y loco todo el mundo tiene un poco”. Algunas pistas para soplar más rápido las nubes que ocultan el sol.


Por Daniel Rojas Delgado


            Los curiosos se amontonaban en el centro de la plaza. Allí había un monumento elevado que Felipe, un boxeador, escalaba para llegar a lo más alto del caballo de hierro y luego tirarse. La escena del suicida ocupa varios capítulos del best seller del psiquiatra brasileño Augusto Cury, “De genio y loco todo el mundo tiene un poco” (2009). Los protagonistas son Bartolomé y Bernabé, dos locos que no paran de meterse en problemas con su grupo, siempre con espontaneidad, mucha emoción y seguramente más lucidez que el autor de esta nota.
            Julio César —un sociólogo que se unió a esta comunidad tan ocurrente tras su propio intento de suicidio— fue uno de los primeros que trató de persuadir a Felipe:

            —¡Mire, amigo! Ya pasé por eso. Entiendo, por lo menos un poco, la tragedia que está pasando. Vamos a hablar de nuestra historia, conversar sobre nuestros dramas. Vale la pena vivir la vida.
            Felipe le respondió que sus palabras le daban asco. Tras este paso mal dado por Julio César, entraron en escena Bartolomé y Bernabé, que le preguntaron al boxeador si se creía fuerte solamente por estar ahí arriba; le dijeron, además, que se bajara para darle unos buenos sopapos. Al sentirse burlado, Felipe empezó a tener taquicardia y sudor frío. Más tarde, los dos locos empezaron a gritar y reír, quejándose de sus vidas, como si compitieran por quién había sufrido más o quién había tenido que lidiar más con sus suegras histéricas. Al suicida, cuando dejó de ser el centro de atención, le dio un ataque de nervios.
            —¿Está queriendo morir porque sufrió pérdidas? [dijo Bartolomé]. Yo perdí padre, madre, hermano, segunda madre, casa, escuela, amigos —y, después de comentar esta colección de pérdidas, le lagrimearon los ojos y dijo emocionado:— ¡Perdí todo!
            —Perdiste hasta la vergüenza —completó Bernabé.
            Las provocaciones no pararon; al contrario, lo retaban a duelo, lanzándole puñetazos al aire. Luego entró en acción la profesora Jurema: le dijo a los policías que ya los rodeaban que eran todos de la misma familia. Entonces uno de los agentes le preguntó a Bartolomé quién era el que estaba sobre el caballo:
My brother más joven —respondió.
La intervención de estos locos lindos desató algunos sentimientos que Felipe tenía guardados por ahí y, tras pensar lo mejor, evitó el peor desenlace. Así como en este ejemplo tan teatralizado, día a día podemos encontrar situaciones donde la interacción y el diálogo sincero hacen la diferencia. Quizás, después de todo, otro Julio (pero Cortázar) tenía algo de razón al decir creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo.
El vendedor de sueños
En 1999, Emilio Fernández Cicco publicó en la revista Noticias una crónica acerca de los cinco días que duró, sobre ruedas, la campaña presidencial de los candidatos justicialistas, que unieron Jujuy con Buenos Aires: En campaña con Duhalde y Ortega, se tituló. El cierre de la nota, más pesimista que la historia planteada al principio de este artículo, decía:
Hay más de setenta micros contratados para recibir al Tren de la Esperanza en la estación de Retiro. La gente viene de los alrededores, comiendo los mismos sánguches que se servían en el tren y tomando vino aún más barato. A nadie le interesa la locomotora. Tampoco, como a los chicos del Norte, lo que dicen los candidatos. De cualquier forma, rematan cada frase golpeando los bombos con brazos gordos, y se ríen porque la vida es así: un espectáculo ruidoso y sin sentido, una mordida con sabor a nada. En cualquier momento debería largarse la tormenta.
Mientras escribía este collage pseudoliterario, encontré un corto que se llama El vendedor de sueños, basado en otro libro de Cury, una versión rioplatense en la que Favio Posca interpreta a un vendedor ambulante (y hace del nieto de China Zorrilla). En el colectivo, cuando termina de ofrecer sus productos, dice:
—En esta oportunidad les voy a vender algo que no van a conseguir en ningún lado. Sí, sí, totalmente. Les voy a vender un sueño (…). Así que no busquen sus billeteras, esto no tiene, digamos, valor monetario [continuó, pese a la indiferencia de algunos de los viajeros]. Solamente tienen que pensar durante diez segundos lo que más anhelen en sus vidas (…). Sí, señoras y señores, diez segundos, tan sólo diez segundos y este sueño a lo mejor se cumple.
El final del corto no se los voy a contar; véanlo ustedes mismos.
De todas formas, lo importante es no dejar de soñar, ni de animarse, ni de animar a otros a buscar un cambio de rumbo si no estamos satisfechos con lo que hacemos; animarse a vivir de una forma distinta. Porque la vida, salvando las distancias, podría pensarse como una gran ecuación, un paréntesis, un corchete y un corcho tras otro donde aprendemos a despejar una X, y otra, y otra.
Por más idealista que parezca, este fragmento escrito por un tal Walt Disney encierra mucha cosa cierta:
Y así después de esperar tanto, un día como cualquier otro decidí triunfar... 
decidí no esperar las oportunidades sino yo mismo buscarlas, 
decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución.
(…) Aquel dí­a aprendí que los sueños son solamente para hacerse realidad.
Desde aquel día ya no duermo para descansar…

ahora simplemente duermo para soñar.

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