“Mi alma espera en el Señor, confía en su Palabra; mi alma espera en el Señor / más que el centinela a la aurora” (Salmo 129).
Nora Pfluger
Nora Pfluger
Esperanza:
tensión hacia el futuro. Expectativa por ver cumplidos nuestros deseos. Virtud
cristiana también que, según nos indica la Iglesia, se apoya en la fe en Jesús,
el Salvador, que nos ha prometido la verdadera felicidad.
Podemos dar
muchas definiciones, pero lo que no se discute es que la esperanza sólo es
posible si confiamos en el autor de una promesa, sea hombre o Dios.
Hoy se habla de
“crisis de esperanza”. ¿No tendríamos que averiguar si no se trata más bien de
una “crisis de confianza”? ¿Quién se atreve a nombrar más de dos o tres hombres o mujeres,
referentes de la sociedad, de quienes esté dispuesto a fiarse seriamente?
Nuestro mundo
necesita personas que observen una conducta recta y que no nos decepcionen. En
medio de nuestras angustias, cuando no avizoramos ninguna salida, los seres
humanos tendemos a apoyarnos en las palabras y los hechos de quienes nos
inspiran esa confianza, aunque el futuro siga siendo incierto.
Cuando era niña y
empezaba a sufrir por mis molestias visuales (y por el miedo de que aquella incómoda
neblina que me hacía ver todo borroso me llevara a la oscuridad definitiva),
escuchaba cantar en mi Parroquia el salmo que dice: “Aunque cruce por oscuras
quebradas no temeré ningún mal… Tu vara y tu cayado me conducen a lo largo de
la vida” (Salmo 23). Me había aprendido la letra de memoria y la rezaba de
noche, antes de dormir, en la sombra espesa de mi habitación. Desde entonces,
la imagen del Dios Padre-Pastor y la hijita abrazada a su cayado para no caer
por los despeñaderos de la roca, me ha acompañado siempre. Y no porque me sienta
una santa canonizable, ni una creyente perfecta, sino precisamente porque sigo
siendo, de alguna manera, niña y débil.
Edith Stein la
filósofa y monja carmelita muerta en el Holocausto, decía: “Señor, yo no te
pido ver el horizonte lejano… Para eso soy tu hija. Un paso cada día es
suficiente para mí”.
En el extremo
opuesto de la sabiduría de Edith, están la ansiedad por adivinar lo que nos va
a suceder el mes que viene (ansiedad con la que lucran los “magos” de la TV y
ciertas revistas), la planificación excesiva, el afán de manipular cuanta cosa
nos interesa –desde las intimidades de la vida ajena hasta el porvenir- , como
si pudiéramos tener todo bajo control.
Cuando Jesús nos
enseña que no nos aflijamos tanto por el día de mañana, porque “a cada día le
basta su propia preocupación” (Mateo 6, 34), nos está dando la norma de salud
mental más grande de todos los tiempos. Pero también nos habla de confiar en el
Padre y de ser, nosotros mismos, personas confiables. Que no abundemos en
palabras. Que se nos conozca por los frutos.
Que se nos pueda creer cuando digamos “sí” o “no”. Porque
la esperanza se construye sobre la fe, es verdad, pero primero que nada, sobre
la confianza.
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