Por Juan Igancio Salgado
“Un derecho no es algo que
alguien te da,
Es algo que nadie te puede
quitar” Eleanor Roosevelt
Érase
una vez una cigüeña común y corriente. Un simple engranaje más en la maquinaria
del sistema de entrega de niños. Una simple obrera. Su vida era como la de
cualquier empleado clase media. El
negocio del delivery de niños, aún con sus altibajos, siempre se
mantenía a flote. Y si bien no es que le permitía vivir una vida holgada y sin
preocupaciones, si le garantizaba una estabilidad económica como para pasar los
tiempos de crisis sin sobresaltos.
No
importaba lo que pasara en el mundo siempre había parejas que hacían un pedido.
Por más pestes y guerras que hubiera siempre se mantenía el trabajo. Siempre alguien
en algún lugar llamaba a las cigüeñas para hacer un encargo.
Y en
las buenas épocas, cuando las guerras terminaban y el mundo respiraba paz y
prosperidad la saturación de pedidos era una constante y se trabajaba siempre
al borde el colapso. Laburar horas extras es decir poco para describir el
trabajo que realizaban en la empresa. No había descanso, los pedidos no se
podían cubrir con suficiente tiempo. Se contrataba personal de otros rubros,
gaviotas, pelícanos, garzas, e inclusive en algunas sucursales ardillas que aún
sin volar podían cubrir bastante bien entregas a corta distancia.
Así
fue siempre y nuestra cigüeña, al igual que todos los demás pensaba que así
sería por siempre.
Pero
algo paso. El mercado cambio. De ponto en tiempos de estabilidad económica, sin
crisis a la vista ni guerras en al horizonte, las ventas cayeron sin
explicación alguna. De buenas a primera las parejas dejaron de esperar a la
cigüeña. Los pedidos escaseaban, y para
colmo de males en algunas de las pocas entregas que se realizaban los favorecidos
se negaban a recibir al niño. Hacían todo lo posible porque la cigüeña no
pudiera realizar su entrega. Colocaban trampas. Vigilaban el horizonte y a
penas se vislumbraba la minima posibilidad de que se viera al mensajero dirigirse
a su casa cerraban puertas y ventanas y preparaban todo su arsenal para hacer
la resistencia, porque no bastaba con que no pudiera entrar era necesaria hacerla
desaparecer de la vista. Los niños ya no eran bienvenidos en la casas.
Y
así fue como en el mercado de los nacimientos comenzó la crisis. Una crisis
impensada e inesperada. Ya no era un negocio rentable y estable el de nuestra
cigüeña. La plata empezó a escasear, llegar a fin de mes se volvió un arte.
Pero
a pesar de todo siempre el optimismo y la esperanza tenían un lugar en el
corazón de todos los empleados. Todos creían que era cuestión de tiempo que
todo volviera a la normalidad, si bien era una crisis como nunca antes se había
visto, solo había que esperar un poco más. Solo era cuestión de tiempo para que
la vida tomara su curso natural.
Pero
pronto este sentimiento positivo cambio. Esto sucedió el día que despidieron a
las primeras aves.
Este
hecho fue trascendental, porque una cosa era seguro hasta ese momento, que por
mas poco que se cobre el puesto lo tenían asegurado hasta poder jubilarse.
Ahora la cosa había cambiado. El pánico se apodero de muchos, el clima familiar
y de amistad que reinaba en el negocio se rompió de una vez. La competencia y
el recelo se hicieron dueños del lugar.
Y un día como cualquier otro entre
la lista de los despedidos se encontró nuestra cigüeña. El mundo se le
derrumbo. No había salida. Toda una vida dedicada al negocio de los nacimientos
y ahora tenía que dejarlo por decisión ajena. Para colmo de males no sabía hacer más que eso. Probó suerte en
otros empleos pero no le fue muy bien. La verdad es que ya estaba vieja para
aprender un nuevo oficio.
Envuelta en sus penas comenzó a
pasar las noches visitando cantinas, tratando de aligerar sus males con un
poco, o mejor dicho bastante alcohol. Frecuentando los bares hizo nuevos
amigos, compañeros en desgracia, que igual que ella pasaban las noche bebiendo
para olvidar. Y así fue como un día escuchando la confesión angustiosa de un
alma en pena pudo ver la luz al final del túnel. Una mujer lloraba y sufrí por
lo injusta que era la vida con ella. Lo único que quería en la vida era ser
madre y no podía. La naturaleza le había jugado una mala pasada, su juventud
casi se había terminado y seguía siendo soltera y sin candidatos a la vista. Y
es aquí donde nuestra cigüeña se despabiló. “Yo te puedo dar una mano”, le
dijo. “Trabaje toda mi vida en el negocio de los nacimientos. Si quieres un
hijo yo te lo puedo conseguir.” Sin dudarlo la mujer aceptó su ayuda. Nuestra
cigüeña contactó viejos compañeros de trabajo y se pusieron a trabajar y al
poco tiempo la triste mujer del bar recibió en su casa una entrega especial. La
felicidad que se apoderó de ella fue tal que tomo un gran cantidad de dinero
que había ahorrad durante toda su vida y se la ofreció en agradecimiento a la
cigüeña desempleada. Esta al principio no lo quiso aceptar pero luego de que le
insistiera mucho y teniendo en cuenta su situación no le quedó más remedio que
tomar el dinero.
Pero ni lerdo ni perezoso se dio
cuenta que como esta mujer había muchos casos y con sus viejos compañeros de
trabajo montaron una nueva empresa para explotar este nuevo mercado inexplorado
aún. Y sus problemas económicos se acabaron de una vez y para siempre.
Al principio trabajaban con parejas que no podían tener
hijos a causa de alguna enfermedad. Pero pronto descubrieron que el mercado era
mucho más grande de lo que se imaginaban. Madres solteras, parejas del mismo
sexo, mujeres que querían tener hijos pero no querían soportar el embarazo.
La empresa creció y se expandió por todo el
mundo. Hoy existen promociones de descuento para madres solteras, que en España
por ejemplo es del 20 %.
También
cuenta con un departamento de madres que se alquilan para recibir a los niños
(porque la cigüeña solo pueden entregar los niños a las madres) y luego
entregárselos a los padres en el caso de parejas de hombres que desean ser
padres.
Y
no sabemos todavía que nos depara el futuro pero el negoció marcha muy bien.
Nuestra cigüeña vive la buena vida y no tiene más nada de qué preocuparse. Y a
lo mejor hasta se siente bien consigo misma porque cree que está haciendo un
gran bien al mundo, porque hoy gracias a ella existen menos injusticias, todo
aquel que quiera un hijo no tiene más que pedirlo, eso sí, también tiene que
contar con la plata para comprarlo.