miércoles, 31 de diciembre de 2014

Cromañón: 10 años después, entre el dolor y la esperanza




Por Laura Codaro


La noche del 30 de diciembre de 2004, Argentina y el mundo observaban cómo se desarrollaba un incendio durante un recital de rock en un local conocido popularmente como “Cromañón”,
ubicado en el barrio de Balvanera (Ciudad Autónoma de Buenos Aires). El mismo provocó la muerte de 194 personas (en su mayoría jóvenes y adolescentes) y dejó centenares de heridos. Hoy, una década después de esa trágica noche, cabe preguntarse cómo seguir después de la pérdida inesperada de un hijo o un hermano, después de un espectáculo que prometía ser una fiesta pero devino en masacre, después de tomar consciencia de que la peligrosa precariedad de la mayor parte de los establecimientos nocturnos de la ciudad -y del país entero- y la desprotección de los jóvenes pueden acabar efectivamente con la vida de cualquiera de nosotros. Para reflexionar someramente al respecto, propongo tomar como disparador la misa que se llevó a cabo en la catedral metropolitana en el marco de una serie de eventos conmemorativos a 10 años de Cromañón.

Como en cada aniversario, el arzobispado de la Ciudad de Buenos Aires organizó una misa para recordar a los 194 fallecidos la noche del 30 de diciembre de 2004. Dichas celebraciones se caracterizan por conservar un ambiente pacífico donde prima el llanto y el desconsuelo, pero a la vez, se hacen visibles los sentidos gestos de cariño entre los familiares de los chicos muertos, los sacerdotes, el personal del SAME, entre otros. Particularmente en esta última oportunidad, la homilía presidida por el cardenal Mario Aurelio Poli tuvo dos ejes centrales: por un lado, la distinción entre el dolor que sana y el dolor que agravia; por el otro, la esperanza después de Cromañón, materializada en los frutos de los sobrevivientes y de los familiares que pudieron salir adelante pese a la angustiante pérdida de un ser querido. Al finalizar, se procedió a la lectura de una emotiva carta enviada por el Papa Francisco recordando los primeros momentos difíciles recorriendo hospitales y animando a los padres a no bajar los brazos. En el primer aspecto, el arzobispo, lejos de querer clausurar el tema y recuperarlo como un mero recuerdo, hizo hincapié en la importancia de transformar el dolor en actitudes y acciones positivas que sirvan para mejorar la calidad de vida propia y de los demás, especialmente de los jóvenes que representan uno de los grupos más desprotegidos y olvidados. De esta manera, es posible trabajar para que no vuelva a ocurrir una tragedia similar, atendiendo y cuidando a los adolescentes, no sólo desde el seno familiar sino como una sociedad que se preocupa por ellos. En el segundo aspecto, puso énfasis en los nacimientos y en los nuevos logros que se consiguieron a lo largo de estos años, estos mostraron que después de Cromañón hay vida y que cada una de esas almas, sonríen en las alegrías de sus hermanos y amigos que aparecen como luces en medio de las tinieblas, como esperanza en medio de tanto dolor.

Personalmente, lo que más me gustaría destacar de esta celebración religiosa –y de los distintos actos conmemorativos de este aniversario- es el mensaje de que Dios está presente en cada momento de nuestras vidas. Así como estuvo aquella calurosa noche del año 2004 en la que se desató esa tragedia “cantada” (principalmente en cada uno de esos chicos –muchos de ellos sobrevivientes- que se animaron a entrar a ciegas a rescatar a otros), también acompañó a los padres en su inconmensurable dolor y en su incasable lucha e indudablemente, estuvo al lado nuestro, los que elegimos ir pero no salir, sino que Él pudo cargarnos y darnos otra oportunidad.

Ojalá como sociedad aprendamos de Cromañón y podamos ponerle fin a la muerte joven.