En estos
días de preparación a la Navidad, hemos tenido una gran alegría: una de
nuestras compañeras del equipo de Redacción, Cecilia, ha sido felizmente mamá
de una niña, y por un momento nos han dado ganas de dejar todo para conocer y
mimar a esa cosita chiquita, cuyo nombre es ya una caricia: Jazmín.
¿En qué mundo vivirá Jazmín? ¿Se le permitirá
sentirse respetada y amada? No hablamos de su familia, que seguramente lo hará,
sino de la sociedad en su conjunto, en la que los creyentes debemos ser “sal y
levadura”.
Porque, en ese aspecto, andamos los
cristianos un poco despistados últimamente. Defendemos la vida, nos
horrorizamos (¡y con toda razón!) del aborto, pero si la ciencia nos aconseja
proteger el ecosistema, pensamos que se trata solamente de salvar a las
tortugas de las Islas Galápagos, y cuando la Iglesia nos habla de “paternidad
responsable”, reducimos el tema a una discusión sobre anticonceptivos ( o sobre
planificación familiar, en el mejor de los casos), sin pensar que
“responsabilidad” es también luchar para que las nuevas generaciones formen
parte de una humanidad más generosa y más justa.
No podemos proteger a nuestros hijos de todo
sufrimiento y dificultad, pero sí crear las condiciones para que lleven una
vida plena y feliz. Ése es el mensaje silencioso de Jazmín, mientras duerme
tranquila en su cuna, y de todos los pequeños que en las próximas semanas
asomarán por primera vez su cabecita, junto al Niño de Belén.
La Redacción