Por Juan Pablo Olivetto Fagni
“Los niños son el futuro” y el futuro no existe, ¿así que los niños no existen?
Por lo menos en este mes hay un día para ellos, en donde podemos acordarnos de
su existencia, aunque este mundo pensado desde y para los adultos no les deje
mucho lugar.
Mi intención esta vez, es escribir desde mi experiencia. Ya que al ser el tema
de la infancia tan complejo, me pareció mejor hacer un abordaje menos teórico y
más desde lo vivencial.
Al no tener hermanos menores, y poco contacto con mis “primitos”, mi mayor
vinculación con los niños fue siendo delegado de aspirantes (grupo de niños
parroquial).
Nunca me había preguntado por qué el nombre de aspirantes, hasta que en un encuentro
nacional de dirigentes alguien, ya ni sé quién, dijo que la denominación podría
ser mal entendida, ya que pensar a los niños sólo como “aspirantes”, como los
que intentan llegar a algo, se puede llegar a cometer el error de ver a los
niños sólo como una apuesta a futuro, olvidándonos de su presente. Por ejemplo,
a veces para consolarse de los aparentes fracasos de la catequesis, uno piensa
que “algún día les servirá” o “uno siembra y otros cosecharán” u otras frases
que ponen el acento sólo en el futuro. Desde ya que no está para nada mal
preocuparse por el futuro de los niños, pero “a cada día le basta su
preocupación” (Mt 6,34), por lo tanto prioricemos poner nuestros esfuerzos en
el presente de los niños, qué problemas tienen hoy, cómo es su relación con su
familia, con sus amigos, y con Dios; ya con eso tenemos bastante para
ocuparnos.
Para seguir con el relato de mis experiencias significativas, es necesario
aclarar que mi trato ha sido mayoritariamente con niños de clase media, salvo
en algunas misiones en barrios periféricos. Cuando recuerdo la demanda de cariño
que tuvieron esos nenes me revive la convicción de lo mucho que todavía les
debemos a los niños.
Siempre me ha costado “ponerles los límites”, me parecía que en la mayoría de
los casos que se los retaba era para que se queden callados y/o quietos debido
a la poca paciencia de los adultos (y sigo convencido de que sigue pasando). Pero
también me era difícil intervenir en situaciones en donde sí era necesario
defender a un niño que le estaba faltando el respeto a otro, o situaciones en
donde el respetar una norma era vital para la convivencia de todos, el
imponerme era algo que me incomodaba. Con el tiempo me fui dando cuenta que el
límite fundado y dialogado era necesario, pero si se hace fundamentado
principalmente en la no violencia y el respeto a cualquier persona; y
dialogado, ya que no por tratar con niños hay que subestimarlos y no darles
explicaciones y razones de por qué hacemos lo que hacemos.
Por otro lado, me sorprendía como algunos padres traían a sus hijos cual bolsa
de papas que ya se les hacía inaguantable. Pero con el tiempo, quizás por ir madurando
como cristiano, fui aprendiendo a no juzgarlos, me fui preguntando por qué me
fijaba en las limitaciones de otros y no miraba las mías.
Muchas veces me costó aguantar a un nene por lo caprichoso o irrespetuoso, y
eso que me considero una persona con mucha paciencia, luego pienso en que sólo
comparto 2 horas por semana, en cambio los papás están todos los días hace años
con esos niños. Podría decir que es su responsabilidad educarlos, pero ¿tan
fácil es? Mejor juzguemos menos, y acompañemos más a quienes tienen hoy la gran
tarea de ser padres.
Por último, no puedo dejar de compartir que hoy una de las actividades que me
da más alegría es compartir juegos, charlas, reflexiones, con los niños de mi
parroquia. Ojala los jóvenes y adultos nunca perdamos el contacto verdadero con
los más pequeños.
Totalmente de acuerdo con el último parrafo; creo fervientemente que el estar en contacto con niños nos hace más felices porque de alguna manera nos recuerdan lo que realmente es esencial en la vida. Uno puede aprender muchisimo ello, y si nos preocupamos por potenciar sus virtudes es increíble las maravillas que pueden ocurrir!!
ResponderEliminarPor otro lado, respecto a los límites, siempre los observo desde el lado del amor, y acá va un ejempo sencillo: Supongamos que alguien que no trato y no esta bajo mi responsabilidad (ni me interesa) hace algo que está mal... en este caso no es dificil pensar que de mi parte vaya a hacer algo para corregirlo. En cambio si veo que alguien que amo esta haciendo algo mal, trato de hacerselo notar con la mayor delicadeza posible para que no sufra por el mal que esta realizando, o para que no lastime a otros, porque eso le va a hacer infeliz.
Y quería agregar algo que me ha llamado mucho la atención respecto al trato entre padres e hijos. Yo estuve acostumbrada a jugas con mis hermanos pero también con mis padres, y sorprendentemente me he dado cuenta que esto último no ocurre con frecuencia! Y creo que es de gran importacia porque es un espacio muy significativo para el niño, porque en el juego se aceptan reglas y se fortalecen vinculos. Es decir que si los padres jugaran con sus hijos, hasta les sería mas fácil ponerle limites.
Lo de pensar los límites desde el amor es tal cual lo explicaste, al fin y a cabo sería una forma de corrección fraterna.
EliminarY lo del juego entre padres e hijos nunca lo había pensado, pero tiene mucho sentido!
Muchas gracias por tu comentario!