sábado, 16 de agosto de 2014

El hijo de la violación.

Por Francisco Andres Flores

El aborto “no punible” que no fue.
Esta es una breve reflexión escrita, hace un par de años, con motivo de la recomendación hecha por la corte suprema de justicia sobre los abortos no punibles.  En la actualidad, en que esas recomendaciones han dado lugar a múltiples protocolos, casos e iniciativas de salud (¿?) pública (la más reciente de ellas, un móvil para abortos en Provincia de Buenos Aires) , me pareció oportuno reflotarlo.

Cuando la corte suprema de justicia aprobó el accionar de los que autorizaron el aborto en caso de violación, inevitablemente me vino su rostro a la mente.  No es que yo sea una persona muy sentimental, ni menos aún dada a sentir lástima o pena por historias ajenas e inevitables; pero, en esta maraña de jueces, médicos, abogados, leyes,  interpretaciones y reinterpretaciones, su historia, aquella que pocos conocíamos y ninguno quería recordar, salía nuevamente a la luz.
Trataré de explicar la historia, aunque tengo varios obstáculos insalvables.  El primero, obvio, es que no puedo mencionar al protagonista; lo cual corresponde que así sea, por resguardo de su identidad, pero también por mandato legal.  Y por otro lado ese anonimato obligado que le toca en estas líneas se corresponde bastante con la realidad, ya que apenas hace unos meses que nuestro pequeño protagonista recibió su documento nacional de identidad.  Los años anteriores a su consagración como miembro afortunado de nuestra comunidad civil, fue tan sólo un NN (Natalia-Natalia dirían los policías, así que bien podríamos llamarlo “Natalia”).
El otro obstáculo es que tampoco puedo mencionar las instituciones por las que ha pasado, pero pueden ir sabiendo que han sido varias.  “Natalia” nació aparentemente fruto del abuso sufrido por su madre en una institución psiquiátrica.  Lugo fue a parar a una institución de guarda de niños expósitos, al estilo de la ex casa cuna local.  Allí, siendo voluntario, pude conocerla.
Al avanzar en edad, llegó el forzoso cambio institucional.   La no resolución de sus temas legales y familiares llevó a que se tarde mucho en otorgarle el estado de adoptabilidad, ese por el cual podría llegar a tener una familia y una luz de esperanza en el tortuoso camino de su breve vida.  Esa dilación no hizo más que dificultar su adopción: sabido es que cuanto más grandes son, más difícil es que los niños sean adoptados.  Así pasó a un hogar de menores, y luego a otro especializado en chicos con capacidades especiales, ya que, es necesario mencionarlo, “Natalia” padece (al menos según los especialistas) el famoso y nunca bien especificado “Trastorno Generalizado del Desarrollo”.  Parece tener un retraso madurativo leve, o tal vez algo que aún no se manifestó en su totalidad; pero si le faltaba alguna dificultad a su inserción social, el Estado y sus instituciones se han encargado de diagnosticarla y registrarla, para que no queden dudas (y por qué no, tal vez incluso se hayan encargado de generarla).
Parece éste un panorama sombrío, sin espacio para la esperanza, donde el futuro es una incógnita en un laberinto de expedientes y estudios inconclusos. Sin embargo, “Natalia” es una persona como cualquiera de nosotros, o mejor aún que nosotros: inocente.  Juega como cualquiera de los niños de su edad, ríe, se enoja, extraña, llora, abraza… vive intensamente: sabe que el amor es una flor que no crece en todos los jardines, y se abraza a ella como a un regalo único.  No hubo amor en su concepción, y tampoco en algunas etapas de su vida; pero: ¿eso la priva del derecho y la capacidad de dar y recibir amor?  Les aseguro que no.  Toda su vida y su mundo son el amor de las personas que la ayudan cotidianamente: enfermeras, auxiliares, voluntarios…  Aún en sus limitaciones madurativas, ejerce plenamente, y más que la mayoría de nosotros, su capacidad de amar y ser amada.  Entonces, jueces de la suprema corte: ¿eso no basta como certificado de humanidad? ¿Eso no basta como evidencia de la dignidad enorme e inalienable de cada ser humano, aunque sea débil y pequeño? 
Por eso fue que, cuando conocí el dictamen, pensé inevitablemente en ella y en los niños que, como ella, no eligen cómo y dónde venir al mundo; pero sí, aún en un mundo doloroso e imperfecto, eligen dar y recibir amor.  Estimados jueces, deténganse un segundo a contemplar este cuadro: allí donde ustedes se extravían en artículos e interpretaciones, y ponen especificaciones y obstáculos, y pesan y miden la realidad con una balanza ciega... allí mismo late un corazón que les dice, con cada latido, que afortunadamente ustedes se han equivocado; que, al menos para ella, sus decisiones de muerte llegaron tarde; que, en fin, la vida se abre camino y enarbola, con amor, su bandera.
Señores jueces, yo sé que muchos piensan como ustedes: que el aborto legal puede ser una solución rápida y aséptica para evitar situaciones desagradables.  Piensan que eliminando la causa eliminan esas incómodas consecuencias.  Pero cometen un error fatal: lo que piensan que es la causa, la vida de los niños en gestación, es en realidad la consecuencia de acciones de adultos; y las causas reales de los problemas no se encuentran en la vida de los niños, sino en la de los adultos: la injusticia, los abusos, la inequidad, la violencia… síntomas graves de un mundo adulto y decrépito que se ensaña con la vida de los niños para no cambiar sus propias y enfermas estructuras.
Señores jueces, sálganse un poco de su pretendido papel de augures de la ley y piensen sinceramente: ¿en virtud de qué derecho o deber pueden ustedes arrogarse la potestad de recomendar, a todo un país, que un niño o niña como “Natalia” no tiene derecho a vivir, amar o ser amado?  Hoy, mirando la sonrisa de esta niña, yo veo el fracaso de vuestra arrogancia y el valor infinito de la vida humana que, aún contra la violencia, el olvido y las leyes injustas, se abre camino.


Hasta aquí el artículo original.  Agrego un dato nuevo: el niño en cuestión ha sido adoptado recientemente y crece feliz en una familia.  El amor y la vida siguen abriéndose camino.

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