sábado, 19 de julio de 2014

Si nos organizamos, pirateamos todos

¿Qué podemos encontrar detrás de la puerta de un taxi? Nunca se sabe. En este viaje, el protagonista mantiene una conversación en la que mezcla historias de ladrones, asesinos y secuestradores de la literatura (de la literatura, claro…). ¿Quién dijo que la participación solamente podía ser positiva, una capacidad reservada para “los buenos”?

Por Daniel Rojas Delgado

—Ábrete, sésamo —dijo Jonatan.
La puerta del taxi se abrió y él se acomodó en el asiento e indicó la dirección. Al rato, el peregrino le preguntó al chofer:
—¿Más adelante está cortado?
—Sí, acá cortan todos los días. Así no se puede laburar. Tres salames se juntan y te cortan la calle, pero uno se acostumbra, ¿viste? Encima es para defender a esos chorros y no para cosas importantes.
Jonatan no dijo nada. Había aroma a golosinas dentro del taxi. En la radio, Los Piojos cantaban Como Alí y él, tan imaginativo, relacionó ese tema con lo que decía el tachero: la síntesis lo llevó a Oriente. Recordó la envidia sana del hermano de Alí Babá cuando se enteró de que ya no pasaba miseria sino que pesaba monedas de oro. Recordó, también, cómo el jefe de los ladrones se las ingenió para caerle en su casa al nuevo rico.

—El que roba a un ladrón, tiene cien años de… —comenzó a decir Jonatan en voz alta, ante la mirada retrovisora del conductor.
—¿Qué decís?
—Que esa casa tiene cien años —señaló por la ventanilla.
El espejo le devolvió un ceño fruncido. Ya formaban parte del embotellamiento, como carne y uña. Otros que también se habían organizado para delinquir con originalidad eran los miembros del Club de los Caballeros de la Media Noche, que el argentino Roberto Arlt menciona en El juguete rabioso. En el diario de sesiones, uno de ellos había propuesto armar una biblioteca de obras científicas para poder robar y matar según “los más modernos procedimientos industriales”. Cuando hay entusiasmo, pensó Jonatan, todo se puede.
El chofer volvió a hablarle unos minutos después:
—Así no se puede laburar —repitió como loro, golpeando el volante—. Nos han secuestrado las calles —poetizó.
Tan atento a la conversación estaba el pasajero, que mientras leía la sección policial del periódico recordó El secuestro de miss Blandish, escrito por el británico James Handley Chase. Pero no pensó en los giles que concretaban las órdenes, sino en la jefa, en el cerebro de la organización: Ma Grissom, que era “como un viejo buitre”.
—¿Qué cree que podemos ofrecer de rescate?
—La verdad, no tengo ganas de andar rescatando a nadie —reconoció el taxista.
Jonatan le ofreció café al conductor.
—No tomo cuando manejo —fue su respuesta.
Desde hacía rato, una curiosidad invadía a Jonatan y no pude contenerse. Sin levantar la vista de su notebook, de repente le preguntó:
—¿Hace cuánto dejó de fumar?
—¿Cómo sabés que dejé de fumar? —dijeron los labios que correspondían a esa mirada.
—Elemental, mi estimado. Desde que subí lo noto algo malhumorado, desanimado, y pese a que avanzamos muy poco, se desconcentra fácil y dos veces confundió los cambios y casi se le para el motor. Sus ojeras acentuadas son el signo de que prácticamente no durmió. Para asegurarme, acerqué mi mano izquierda al respaldo de su asiento y comprobé que su frecuencia cardíaca está bastante lenta. Además, ya va por el tercer caramelo y hay siete envoltorios de chicle en el piso, detrás de su talón derecho. Por otra parte, el cenicero que estoy viendo no se usa desde hace por lo menos un mes.
—Sí, hace un mes no lo uso —gruñó.
Jonatan no volvió a hablar durante el viaje. Comió una porción de tarta de jamón y queso y se enfrascó en la lectura de El gran Gatsby, del estadounidense Francis Scott Fitzgerald:
—Manejas pésimamente —protesté—. Deberías ser más cuidadoso o no manejar.
—Tengo cuidado.
—No, no lo tienes.
—Bueno, lo tienen los demás —replicó ella, con ligereza.
—¿Eso qué tiene que ver?
—Se corren de mi camino. Para que haya un accidente tienen que ser dos.
—¿Y si tropiezas con uno tan imprudente como tú?

—Espero que eso no pase, me molesta la gente descuidada.

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