sábado, 19 de julio de 2014

Participación Estudiantil: “que estos pendejos no molesten”

Por Juan Pablo Olivetto Fagni

No importa si la escuela sea pública o privada, o si es en la UNLP o en la UCALP, la participación de los estudiantes incomoda a toda autoridad que quiera mantener el orden que mejor le venga. ¿Acaso no nos tienen que enseñar a participar?


Es notable la molestia que genera en los pocos que tienen el privilegio de decidir, que otros “se entrometan”, que tengan el tupé de querer tener voz y voto. Esto pasa en todos lados, pero (como sucede con casi todo) la situación hace más ruido en una institución educativa.


Ya sea en la escuela o en la facultad, aunque la historia de la participación estudiantil entre estas sea muy diferente, la participación cobra un sentido más profundo, el carácter formativo. Se supone que en estas instituciones tendríamos que aprender a participar. Aprender que nuestra voz tiene que ser escuchada, que vale algo. ¿Y cómo se aprende a participar? Participando, argumentando, poniendo el cuerpo y la mente al servicio del bien del común (en el mejor de los casos) o disputando y confrontando con otras personas bien intencionadas (en el mejor de los casos) pero con una posición diferente a la mía.

Pero… ¿Qué es lo que está pasando hoy en las escuelas? ¿Se está aprendiendo a participar? Desde ya que para responder eso habría que hacer una investigación, pero por lo pronto se puede suponer que al haber sido sancionada, en noviembre del año pasado, la ley de Promoción de los Centros de Estudiantes, se está legalizando algo que ya estaba pasando, a la vez que se le da más fuerza. El impulso es mayor en las escuelas públicas que en las privadas, pero no importa en donde sea, cuando hay resistencias a la participación es por un “miedo al desorden”, un rechazo a que el otro se exprese, porque “las autoridades” no pueden imaginarse que el niño o joven pueda y deba influir en alguna decisión importante y hacerse responsable de la decisión que tomó.

Desde ya que el nivel de decisiones que se tienen que tomar a lo largo de la formación escolar debe ser gradual, porque hay decisiones que nos competen a los educadores. Y mi intención no es juzgar a quienes no fomentan la participación, ya que la sensación de “perder el control” puede ser demasiado perturbadora. Pero los beneficios de una institución con espacios y mecanismos de participación son incalculables. En ese sentido es interesante conocer experiencias particulares que hoy en día se llevan adelante en algunas escuelas, como las asambleas de convivencia por curso en escuela primaria, experiencia mencionada por la directora que entrevisté en “El club no se acerca a una escuela, y las escuelas tampoco se acercan a los clubes”


Me pregunto hasta qué punto los educadores han tenido oportunidad de estar en organizaciones, asambleas barriales, o en algún espacio de participación. Quizás esto sea una razón más para que el Estado jerarquice a la formación docente y la haga universitaria. Si bien esta no es el cielo de la participación en la tierra, en la universidad (y hablo sólo de las facultades públicas que conozco) son los docentes los que tienen que aprender de los estudiantes, que dan cátedra de participación y organización.

Pero no todo en la participación es asamblea y toma de posición sobre un tema; muchas veces la participación pasa por “tener un lugar” en la institución, un espacio para el juego, para pensar, para crear. 

Y cerrando este texto, vuelvo a llamar la atención con no quedarnos en pensar todo a nivel individual, sino a pensar en grupos, instituciones, espacios, comunidades, organizaciones, etc. Para no caer en una mirada que sólo ve lo micro y cree que poco puede hacer o que observa lo macro como algo que te aplasta y te lleva a la no acción. Ocupar los espacios de participación con responsabilidad, creatividad y alegría generan la verdadera transformación de lo cotidiano.

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