Por Juan Ignacio Salgado
Hace casi 50 años el Padre Leonardo Castellani decía en una de las
últimas entrevistas que le hicieron, que como venía la mano más le
valdría al hombre inscribirse en la Sociedad Protectora de Animales,
aunque no como protector sino como protegido. Lo que me parecía un
simple chiste la primera vez que lo leí, hoy, mirando alrededor,
compruebo que fue una visión profética. La sociedad en la que
vivimos se ha convertido en una amante ferviente de la naturaleza y
enemiga declarada del hombre que no se alista en sus filas
ecologistas.
Se organizan grandes eventos y campañas en defensa de los animales
maltratados. Las Corridas de toros en España se rechazan con el
mismo énfasis y se condena de la misma manera que se condena el
holocausto judío durante la segunda guerra mundial. Mientras, en
este mismo país se realizaron en 2013, más de 112 mil abortos -lo
que supone más de 300 al día, y 1 cada 4 minutos- , y ante esta
situación, el gobierno y la justicia permanece en su postura de
fervientes defensores de esta práctica ignominiosa porque todos
estos niños muertos antes de nacer son niños no queridos. Y si
nadie los quiere mejor que ni nazcan, para que la vida, para que
vivir, dice el tango.
Hace unos meses atrás, también se conmovió la opinión pública
mundial cuando en el zoológico de Copenhague mataron a una jirafa
bebe en seguimiento de las normas impuestas por la asociación
de zoológicos de la Unión Europea, a fin de evitar la
consanguineidad. Ante la idea de sacrificar al animal no tardaron en
aparecer campañas de colecta de firmas y dinero para evitar el
crimen. Pero el zoo no dio el brazo a torcer he hizo lo que indicaba
el manual. Mato al animal y lo dio de comer a los leones.
No me atrevo a elaborar un juicio de valor ante el obrar de las
autoridades de dicha institución, porque no conozco los pormenores
del tema ni del caso. Pero, lo que me asombra y me duele, es la
reacción que la semana pasada produjo una noticia, en esencia
similar, que recorrió los medios de comunicación, con la
diferencia que el protagonista en este caso no era una jirafa sino
una señora de 89 años.
El viernes 11 de Abril se publicó la noticia en Londres, que una
docente jubilada británica, de 89 años, identificada como Anne,
acudió a la clínica suiza Dignitas para realizar un “suicidio
asistido”, que fue concretado mediante una inyección, porque la
pobre señora no conseguía adaptarse a los tiempos modernos, a las
computadoras, a los correos electrónicos y tampoco al consumismo y
el fast-food. Ante este hecho consumado, no se levantó ninguna voz
ni campaña en defensa de la vida de esta pobre mujer que sufría,
nadie que se indigne ante el asesinato deliberado de un ser humano,
perpetrado por las mismas manos que deberían velar por su salud y
por su vida.
Una pobre mujer que lanza un grito desesperado ante una cultura que
se deshumaniza a pasos agigantados, en la que nos estamos volviendo
cada vez “más como robots”, según sus palabras, recibe
irónicamente como respuesta una confirmación de su opinión, que da
más fuerza a la decisión inalterable de terminar con su vida. La
sociedad que debería responder y contener su desesperación, le
responde de manera maquinal y fría. Su sobrina, que debería ser
quien contenga y acompañe el sufrimiento de esta mujer, y evitar
que la desesperación le gane la batalla, toma el camino contrario y
la acompaña a al centro donde los “médicos” , quienes deberían
velar y defender su salud y su vida, serán sus verdugos.
Sus ojos se cerraron y el mundo siguió andando, y el hombre se ha
convertido hoy más que nunca en enemigo del hombre. La cultura de
la muerte crece, se multiplica y sigue cobrándose víctimas
inocentes ante la mirada indolente de un mundo más preocupado por
las condiciones en que le dejaremos el planeta a las generaciones
futuras si cortamos todos los árboles y por el calentamiento
global, que por la soledad y el sufrimiento de la generación que
pisa la tierra en nuestros días.
¿Y qué podemos hacer ante tanta injusticia nosotros, simples
hombres de a pie?
Podemos dolernos, siempre podemos dolernos, decía San Alberto
Hurtado, siempre podemos conmovernos ante el dolor de nuestro
semejante, que no nos parezca natural la indiferencia, podemos
derramar nuestras lágrimas, podemos elevar nuestras voces, debemos
gritar bien fuerte para despertarnos y despertar a nuestra sociedad
anestesiada por el negocio del entretenimiento y el consumismo como
formas de vida.
Una vida más vida nos reclama, salgamos a buscarla, salgamos al
encuentro de nuestro prójimo, que la soledad no se cobre más
víctimas, construyamos la civilización del amor, y empecemos por
cuidar a los más indefensos y a los inocentes, a los que están
solos, cuidemos a nuestros enfermos, a nuestros ancianos, a los niños
por nacer, que nadie sobra en nuestro mundo, nadie es desechable,
toda vida vale, y es responsabilidad de todos defenderla.
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