Por Juan Pablo Olivetto Fagni
Por primera vez
en la breve pero fértil historia de la Revista X voy a respetar al
100% el eje temático. La justicia.
Si tomamos la definición
más del sentido común, la justicia consiste en darle a cada persona
lo que le corresponde. Ahora bien, si pensamos en el ámbito
educativo por excelencia en estos tiempos, en la escuela ¿Qué le
toca a la misma? ¿Cuál es su lugar en la sociedad? ¿Cuál es o
debe ser su rol?
Como dije en mi primer texto, allá por
diciembre del 2013 “todos hemos escuchado o dicho, que muchos de
los problemas de la sociedad se arreglarían con una mejor o mayor
educación”. Visto y considerando, aunque sabemos que no es así,
que muchos al hablar de educación piensan sólo en la escuela, yo
sostengo que “muchas veces a la escuela se le exigen demasiadas
cuestiones que en muchos casos la exceden.”
Transmitir
conocimientos, comprender y contener a los niños y jóvenes, formar
sujetos reflexivos y críticos, formar ciudadanos, educar en la
diversidad, formar trabajadores, seguir las trayectorias de los
alumnos, trabajar con las familias, articular con otras
instituciones, educar en valores, preparar para la universidad, y
resolver las múltiples problemáticas que surgen en lo cotidiano, en
muchos casos alimentar a sus alumnos, resolver las crisis económicas,
aumentar la cohesión social, actualizar sus metodologías, incluir a
la sociedad, mantener o aumentar la calidad educativa, y la lista
puede seguir.
Todo eso llevado a cabo por un equipo docente,
de mantenimiento y directivos mal pagos, que tienen a su cargo (en el
mejor de los casos) a 30 alumnos por curso. ¿No será como mucho
para pocas personas? Quizás esta sobreexigencia sea una de las
causas de la “crisis de la escuela”.
Claramente toda la
sociedad se tiene que hacer cargo de al menos algunas de las
cuestiones antes mencionadas, y dejarle en claro a la escuela qué
tiene que hacer según sus posibilidades.
Ante este desafío
me gustaría remontarnos un poco al origen del Sistema Educativo, el
cual se genera en la Modernidad, ese período en la historia que nos
enseñaron en la escuela que empezaba con las revoluciones industrial
y francesa. Donde nada más y nada menos, cambia el orden social,
cambian las justificaciones de por qué sucede lo que sucede en la
sociedad. En la Edad Media, “lo justo” era determinado por
explicaciones basadas principalmente en la teología, y las
posiciones sociales, por ejemplo quién era noble o no, eran
legitimadas por la cuna en donde se nacía. Dicho en criollo, nacías
campesino y lo más probable era que mueras siendo campesino. En la
Modernidad esto cambia. ¿Y como justificaron que un campesino
naciera campesino y muriera en la misma posición social? A través
del mérito, del esfuerzo, de las capacidades individuales.
Y
aunque parezca algo loco, la escuela jugó y juega un papel
importante en esta justificación meritocrática. Hoy ya no hablamos
de estamentos como en la Edad Media, pero sí hablamos de clases
sociales, entonces “el pobre es pobre porque no quiere estudiar ni
laburar”, o porque “no le da la cabeza”. Y es muy hipócrita
seguir sosteniendo que nacer en una clase social u otra no afecta
directamente al desempeño escolar ni a las posibilidades de
conseguir trabajo.
Ante este panorama una posible salida es
dar más oportunidades a las personas de los sectores excluidos de la
sociedad. De ahí que se deposite en la escuela todas las
expectativas de que dé oportunidades de crecer, capacitarse, etc.
Pero ante esa idea posiblemente bien intencionada, subyace la misma
idea que sostiene a la meritocracia, “todos arrancamos y estamos en
iguales condiciones”. Y eso no es cierto, no es una cuestión de
cuantas posibilidades de ascender económicamente le damos a alguien
que nació en una villa, sino de cómo hacer para que el que nazca en
una no tenga carencias económicas y culturales que lo marquen de por
vida, o por lo menos alivianarles un poco la carga de haber nacido en
un contexto adverso.
Nuestros esfuerzos tienen que estar
puestos en que ninguna niña o niño padezcan una mala alimentación,
que todos los adultos tengan trabajo digno, que las escuelas (después
de definirles su rol justo) tengan los recursos económicos y humanos
necesarios para llevar adelante su trabajo, que se respeten todos los
derechos humanos y que se achiquen las diferencias entre los pocos
que tienen muchos recursos y los muchos que tienen poco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario