domingo, 20 de abril de 2014

La escuela puesta en jaque por las injusticias sociales

Por Juan Pablo Olivetto Fagni

 Reflexiones sobre la escuela, su lugar en la sociedad, si es justo o no, un poco de historia del Sistema Educativo y diferentes concepciones de la justicia social. 


Por primera vez en la breve pero fértil historia de la Revista X voy a respetar al 100% el eje temático. La justicia. 

Si tomamos la definición más del sentido común, la justicia consiste en darle a cada persona lo que le corresponde. Ahora bien, si pensamos en el ámbito educativo por excelencia en estos tiempos, en la escuela ¿Qué le toca a la misma? ¿Cuál es su lugar en la sociedad? ¿Cuál es o debe ser su rol?

Como dije en mi primer texto, allá por diciembre del 2013 “todos hemos escuchado o dicho, que muchos de los problemas de la sociedad se arreglarían con una mejor o mayor educación”. Visto y considerando, aunque sabemos que no es así, que muchos al hablar de educación piensan sólo en la escuela, yo sostengo que “muchas veces a la escuela se le exigen demasiadas cuestiones que en muchos casos la exceden.”

Transmitir conocimientos, comprender y contener a los niños y jóvenes, formar sujetos reflexivos y críticos, formar ciudadanos, educar en la diversidad, formar trabajadores, seguir las trayectorias de los alumnos, trabajar con las familias, articular con otras instituciones, educar en valores, preparar para la universidad, y resolver las múltiples problemáticas que surgen en lo cotidiano, en muchos casos alimentar a sus alumnos, resolver las crisis económicas, aumentar la cohesión social, actualizar sus metodologías, incluir a la sociedad, mantener o aumentar la calidad educativa, y la lista puede seguir.

Todo eso llevado a cabo por un equipo docente, de mantenimiento y directivos mal pagos, que tienen a su cargo (en el mejor de los casos) a 30 alumnos por curso. ¿No será como mucho para pocas personas? Quizás esta sobreexigencia sea una de las causas de la “crisis de la escuela”. 

Claramente toda la sociedad se tiene que hacer cargo de al menos algunas de las cuestiones antes mencionadas, y dejarle en claro a la escuela qué tiene que hacer según sus posibilidades.

Ante este desafío me gustaría remontarnos un poco al origen del Sistema Educativo, el cual se genera en la Modernidad, ese período en la historia que nos enseñaron en la escuela que empezaba con las revoluciones industrial y francesa. Donde nada más y nada menos, cambia el orden social, cambian las justificaciones de por qué sucede lo que sucede en la sociedad. En la Edad Media, “lo justo” era determinado por explicaciones basadas principalmente en la teología, y las posiciones sociales, por ejemplo quién era noble o no, eran legitimadas por la cuna en donde se nacía. Dicho en criollo, nacías campesino y lo más probable era que mueras siendo campesino. En la Modernidad esto cambia. ¿Y como justificaron que un campesino naciera campesino y muriera en la misma posición social? A través del mérito, del esfuerzo, de las capacidades individuales.

Y aunque parezca algo loco, la escuela jugó y juega un papel importante en esta justificación meritocrática. Hoy ya no hablamos de estamentos como en la Edad Media, pero sí hablamos de clases sociales, entonces “el pobre es pobre porque no quiere estudiar ni laburar”, o porque “no le da la cabeza”. Y es muy hipócrita seguir sosteniendo que nacer en una clase social u otra no afecta directamente al desempeño escolar ni a las posibilidades de conseguir trabajo. 

Ante este panorama una posible salida es dar más oportunidades a las personas de los sectores excluidos de la sociedad. De ahí que se deposite en la escuela todas las expectativas de que dé oportunidades de crecer, capacitarse, etc. Pero ante esa idea posiblemente bien intencionada, subyace la misma idea que sostiene a la meritocracia, “todos arrancamos y estamos en iguales condiciones”. Y eso no es cierto, no es una cuestión de cuantas posibilidades de ascender económicamente le damos a alguien que nació en una villa, sino de cómo hacer para que el que nazca en una no tenga carencias económicas y culturales que lo marquen de por vida, o por lo menos alivianarles un poco la carga de haber nacido en un contexto adverso.

Nuestros esfuerzos tienen que estar puestos en que ninguna niña o niño padezcan una mala alimentación, que todos los adultos tengan trabajo digno, que las escuelas (después de definirles su rol justo) tengan los recursos económicos y humanos necesarios para llevar adelante su trabajo, que se respeten todos los derechos humanos y que se achiquen las diferencias entre los pocos que tienen muchos recursos y los muchos que tienen poco.



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