domingo, 20 de abril de 2014

Entrar por una puerta y salir por la otra

Cecilia López Puertas


Tener no es signo de malvado.
Y no tener tampoco es prueba,
de que acompañe la virtud.
Pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela,

no tiene que invertir salud. 

(“Canción de Navidad”, Silvio Rodríguez)

“Si usted es igualitario ¿Cómo puede ser tan rico?”, es la pregunta con la que el filósofo Gerald Allan Cohen, tituló un artículo en el que abordaba una de las contradicciones más interesantes de nuestros tiempos. Dicho de otro modo, dado que usted se dice igualitario ¿cómo puede creer que es correcto que sea tan rico?
Para Cohen, la concepción liberal circunscribió a la justicia a aquella que se aplica a la estructura básica de la sociedad y no a las elecciones personales de cada uno de los individuos dentro de esa estructura. Así, el hecho de que un gobierno deba ser justo no tiene que ver ni es responsabilidad de cada persona considerada en sí misma, si no que todos los individuos, conjuntamente y a través de ese gobierno, logran que la sociedad sea justa. Entonces, se podría suponer que si los individuos actuamos dentro de las reglas de esa estructura, el resultado para los que están peor es mejor que el resultado que se obtendría bajo cualquier otro conjunto de reglas. Aún así, lo cierto es que las sociedades pueden ser no-igualitarias. Entonces él, que desconfía de esta concepción liberal, se pregunta…
¿Qué es lo que la justicia les reclama a los individuos en una sociedad injusta? ¿Hasta que punto los individuos que se dicen igualitarios están comprometidos a implementar en sus propias vidas las normas de igualdad que le piden al gobierno?
Se han dado muchas justificaciones, pero me quedo con una bastante popular, la que dice que la donación de las personas ricas al final del día es irrelevante para erradicar la injusticia, dicho de otro modo, la respuesta del rico sería: “Yo no voy a socorrerlo porque lo que deploro, radicalmente, no es su pobreza sino el sistema que lo hace pobre”.
Así, pareciera que el Estado que todo lo ve y todo lo puede, se convierte en garante de la justicia, expropiándonos la distribuye a placer y nos exculpa a la vez de nuestras propias decisiones.

Pero lo que puede quedar lindo en el enunciado en la práctica es bastante más complicado. Yo puedo aceptar que el Estado me cobre impuestos que luego distribuye para que todos tengamos acceso a los derechos básicos, pero eso no quiere decir que me guste. Paulo Freire, en su “Pedagogía del oprimido”, describía lo difícil que les podía resultar a los opresores reconocer que estaba dándose un proceso de liberación. Decía que cuando eso ocurría, los opresores tendían a creer que estaban siendo “oprimidos” “…ya que si antes podían comer, vestirse, calzarse, educarse, pasear, escuchar a Beethoven, mientras millones no comían, no se calzaban, no se vestían, no se educaban ni tampoco paseaban, y mucho menos podían escuchar a Beethoven, cualquier restricción a todo esto, en nombre del derecho de todos, les parece una profunda violencia a su modo de vivir. Derecho que, en la situación anterior, no respetaban en los millones de personas que sufrían y morían de hambre, de dolor, de tristeza, de desesperanza…”.

¿Qué significa esto? ¿Qué tan grave es la desigualdad? ¿Qué tan grave es la injusticia? Los autores que le han prestado atención a la vulnerabilidad social, la han ido interpretando fundamentalmente de dos maneras como “fragilidad” o como “factor de riesgo”. Pero en lo que casi todos están de acuerdo, es en que no se trata solamente de la distribución desigual de los bienes, si no de la forma en que se distribuyen los “activos sociales”.
Rubén Kaztman, en un trabajo para la CEPAL (http://www.eclac.cl/publicaciones/xml/6/10816/LC-R176.pdf) que luego continuará en su publicación “Seducidos y abandonados: el aislamiento social de los pobres urbanos”, toma los estudios de Caroline Moser, en cuanto centraba su mirada en esos activos y veía a la vulnerabilidad social como el conjunto de limitaciones o desventajas que las personas encuentran para acceder y usar los activos que se distribuyen en la sociedad. Kaztman entonces se dedica a analizar los procesos sociales de formación y distribución de activos clasificándolos en tres tipos: capital físico (financieros y propiamente físicos, como en el caso de la vivienda), capital humano (trabajo, salud y educación) y capital social (redes sociales). Estos activos conforman la llamada “estructura de oportunidades” y son generados (o no) por tres fuentes principales: el mercado, la comunidad y el Estado.
¡El Estado! ¡Siempre el Estado!
Así, las poblaciones más vulnerables, limitadas a la hora de acceder a los “activos” de la sociedad, no solamente llegan tarde al reparto de bienes si no que se encuentran al margen de todos los beneficios y garantías de la sociedad entre los que se encuentra uno que siempre me ha maravillado: la presunción de inocencia.
¡Sí, señor! Acá y en la China, ser pobre significa ser, al menos potencialmente, un delincuente ¿De qué otra forma se explicaría si no que prácticamente todos los presos son pobres?

Cuando fui por primera vez a una cárcel estaba todavía estudiando y al momento de conversar sobre la experiencia se me ocurrió decirle al profesor que me había sentido como en un zoológico. Las celdas comunes, mirar por allí, mirarlos… la sensación que me había dado era la de estar como en una vidriera. Al profesor no le gustó mi intervención y tomó ese comentario como un intento de abolición de la pena, o algo así.
La verdad es que no sabía por entonces lo que pensaba sobre la pena, ni la quería, ni pretendía abolirla… lo único que tenía en claro, es que algo de todo ese asunto de meter a las personas en jaulas, no me cerraba.

Y si no son jaulas ¿qué son?
Para mí son como pasillos. Lugares de tránsito, que no deben ser obstruidos, los pasillos existen pero son para pasar. Nadie quiere quedarse en un pasillo. Entrar por una puerta y salir por la otra.
Si uno se lo pone a pensar, no deja de ser una idea maravillosa, la de entrar y salir, la de transformarse casi con locura mágica. Un antes y un después marciano. Cortázar, en su poema “Me caigo y me levanto” hablando de vaya uno a saber qué cosa, decía: “…Usted estará tan por encima que dará gusto entonces yo sabré que el sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente…”. Tan por encima.
En Argentina esta idea de “rehabilitarse” es moneda corriente en el discurso penal, el fin de la pena es la resocialización. O al menos eso dice el ordenamiento jurídico, en el artículo 10.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, se asegura que el régimen penitenciario consistirá en un tratamiento cuya finalidad esencial será la reforma y la readaptación social de los penados. Eso mismo surge del artículo 5.6 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos: “Las penas privativas de la libertad tendrán como finalidad esencial la reforma y la readaptación social de los condenados”. Y por mucho que les moleste a algunos, estos artículos forman parte de la Constitución Nacional.
Entonces ¿Para qué son las cárceles? Bueno, claramente no son para enjaular gente y sacarla de circulación. Se supone que lo que se busca es que tengan “la capacidad de comprender y respetar la ley procurando su adecuada reinserción social”, como dice el artículo 1º de la Ley Nacional de Ejecución 24.660. Y digo que “se supone” porque en la raíz del asunto ya hay una injusticia galopante y no nos podemos asomar al mundo penal sin responderla ¿Porqué prácticamente todos los presos son pobres?

Vale la pena leer a Zaffaroni para pensar estas cuestiones, no conozco otro que lo explique de manera más sencilla (http://danielafeli.dominiotemporario.com/doc/ZAFFARONI_Derecho_Penal_Pte_General_p_718.pdf ). Usa un concepto archiconocido: la “criminalización”. Más o menos lo que dice es que en cualquier sociedad se selecciona a un grupo de personas a las que se les hará sentir el poder punitivo del Estado. No es pura maldad, es que sería imposible en la práctica que cada una de las cosas que podrían hipotéticamente contravenir la ley, acabara con la imposición de una pena sobre una persona. A la primera etapa de este proceso de “selección” él la llama “criminalización primaria” y es, digamos, la parte “general” del asunto. Las legislaturas dictan leyes decidiendo lo que es delito y lo que no, ahí ya dejan afuera muchas posibles conductas. Pero después, viene la segunda etapa, la “criminalización secundaria” y ahí te quiero ver.
De los delitos que se comenten sólo algunos llegan a la justicia, y de los que llegan sólo algunos han sido debidamente probados y merecen una condena. El filtro se va achicando… el punto es ¿cuáles son los parámetros de esta selección? Dijimos que sólo algunos llegan a la justicia…

¿Cuáles llegan? ¿Quién hace esa selección?
Las policías. Y lo hacen discrecionalmente, porque la selección no es por azar o por la gravedad del delito sino que se siguen reglas burocráticas, de acuerdo con una cantidad enorme de factores entre los que pesan lo suyo los medios de comunicación y los factores políticos y de poder; pero también se decide por la ley del menor esfuerzo, se hace lo más sencillo y lo que ocasiona menos conflicto, se prefiere la selección conforme a estereotipos. Es claramente mucho más fácil perseguir robos callejeros que lavado de dinero o narcotráfico o malversación de fondos públicos. Entonces los que caen son siempre los mismos. Zaffaroni lo explica así: “…Los hechos más groseros cometidos por personas sin acceso positivo a la comunicación terminan siendo proyectados por ésta como los únicos delitos y las personas seleccionadas como los únicos delincuentes. Esto último les proporciona una imagen comunicacional negativa, que contribuye a crear un estereotipo en el imaginario colectivo. Por tratarse de personas desvaloradas, es posible asociarles todas las cargas negativas que existen en la sociedad en forma de prejuicio, lo que termina fijando una imagen pública del delincuente, con componentes clasistas, racistas, etáreos, de género y estéticos. El estereotipo acaba siendo el principal criterio selectivo de criminalización secundaria…”.
El problema es que esta selección nos termina pareciendo natural y, como los “ricos igualitarios” de Cohen, nos convencemos de que responde a una idea de justicia que en verdad ha sido desfigurada desde todos los costados. Se utiliza el miedo y la inseguridad para reforzar esos estereotipos, y antes de darnos cuenta estamos cruzando a la calle de enfrente porque nos convencieron (nos convencimos) de que determinadas personas son peligrosas. Pero no es natural.
Retomando a Freire, no es raro que, para los opresores en la hipocresía de su falsa “generosidad”, sean siempre los oprimidos los que “desaman”, son ellos los “violentos”, los “bárbaros”, los “malvados”, los “feroces” cuando reaccionan contra la violencia de los opresores, aunque en el fondo se sepa que: “…quien instaura la negación de los hombres no son aquellos que fueron despojados de su humanidad sino aquellos que se la negaron, negando también la suya…”.
Ahora pienso que ese zoológico que vi la primera vez que pisé una cárcel no nos tenía de visitantes a nosotros, igualmente enjaulados, cercados por otros muros, caminando por esos pasillos éramos también parte de un juego. Un juego de opresión y de injusticia, de desamor y de violencia. Porque ni la inseguridad, ni los estereotipos, ni la pobreza, ni la cárcel. Nada de eso es natural, nada de eso está “dado”.

A lo mejor por eso me interesan los pasillos, porque están llenos de posibilidades. Entrar por una puerta y salir por la otra. Transformarse. Buscando cada día ser más humanos, buscando humanizar más a los demás, recuperando la sensibilidad para poder mirar las cosas sin drama, tal cual son, embebiéndonos y reconciliándonos con lo absurdo que es vivir en un mundo tan lleno de ambivalencias. Liberándonos y liberando a los demás del yugo de los prejuicios y de los miedos…


Porque… no sé a ustedes, pero a mí más miedo que toda esa gente enjaulada me da el banco chino que se instaló el año pasado (que hasta Luciana Aymar le hizo la publicidad) o el puerto que muy sigilosa y silenciosamente se está construyendo en Punta Lara tras desmontar lo indesmontable o la sonrisa de algunos políticos o la sobreabundancia de publicidad antiséptica… en fin, cada quien con su mambito y el que no tenga pecado que tire la primera piedra.



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