Y no tener tampoco es prueba,
de que acompañe la virtud.
Pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela,
no tiene que invertir salud.
(“Canción de Navidad”,
Silvio Rodríguez)
“Si usted es igualitario ¿Cómo puede ser tan rico?”, es
la pregunta con la que el filósofo Gerald Allan Cohen, tituló un
artículo en el que abordaba una de las contradicciones más
interesantes de nuestros tiempos. Dicho de otro modo, dado que usted
se dice igualitario ¿cómo puede creer que es correcto que
sea tan rico?
Para Cohen, la concepción liberal circunscribió a la justicia a
aquella que se aplica a la estructura básica de la sociedad y no a
las elecciones personales de cada uno de los individuos dentro de esa
estructura. Así, el hecho de que un gobierno deba ser justo no tiene
que ver ni es responsabilidad de cada persona considerada en sí
misma, si no que todos los individuos, conjuntamente y a través de
ese gobierno, logran que la sociedad sea justa. Entonces, se podría
suponer que si los individuos actuamos dentro de las reglas de esa
estructura, el resultado para los que están peor es mejor que el
resultado que se obtendría bajo cualquier otro conjunto de reglas.
Aún así, lo cierto es que las sociedades pueden ser
no-igualitarias. Entonces él, que desconfía de esta concepción
liberal, se pregunta…
¿Qué es lo que la justicia les reclama a los individuos en una sociedad injusta? ¿Hasta que punto los individuos que se dicen igualitarios están comprometidos a implementar en sus propias vidas las normas de igualdad que le piden al gobierno?
¿Qué es lo que la justicia les reclama a los individuos en una sociedad injusta? ¿Hasta que punto los individuos que se dicen igualitarios están comprometidos a implementar en sus propias vidas las normas de igualdad que le piden al gobierno?
Se han dado muchas justificaciones, pero me quedo con una bastante
popular, la que dice que la donación de las
personas ricas al final del día
es irrelevante para erradicar la injusticia, dicho de
otro modo, la respuesta del rico sería: “Yo
no voy a socorrerlo porque lo que deploro, radicalmente,
no es su pobreza sino el sistema que lo hace pobre”.
Así, pareciera que el Estado que todo lo ve y todo lo puede, se
convierte en garante de la justicia, expropiándonos la distribuye a
placer y nos exculpa a la vez de nuestras propias decisiones.
Pero lo que puede quedar lindo en el enunciado en la práctica es
bastante más complicado. Yo puedo aceptar que el Estado me cobre
impuestos que luego distribuye para que todos tengamos acceso a los
derechos básicos, pero eso no quiere decir que me guste. Paulo
Freire, en su “Pedagogía del oprimido”, describía lo difícil
que les podía resultar a los opresores reconocer que estaba dándose
un proceso de liberación. Decía que cuando eso ocurría, los
opresores tendían a creer que estaban siendo “oprimidos” “…ya
que si antes podían comer, vestirse, calzarse, educarse, pasear,
escuchar a Beethoven, mientras millones no comían, no se calzaban,
no se vestían, no se educaban ni tampoco paseaban, y mucho menos
podían escuchar a Beethoven, cualquier restricción a todo esto, en
nombre del derecho de todos, les parece una profunda violencia a su
modo de vivir. Derecho que, en la situación anterior, no respetaban
en los millones de personas que sufrían y morían de hambre, de
dolor, de tristeza, de desesperanza…”.
¿Qué significa esto? ¿Qué tan grave es la desigualdad? ¿Qué tan
grave es la injusticia? Los autores que le han prestado atención a
la vulnerabilidad social, la han ido interpretando fundamentalmente
de dos maneras como “fragilidad” o como “factor de riesgo”.
Pero en lo que casi todos están de acuerdo, es en que no se trata
solamente de la distribución desigual de los bienes, si no de la
forma en que se distribuyen los “activos sociales”.
Rubén Kaztman, en un trabajo para la CEPAL
(http://www.eclac.cl/publicaciones/xml/6/10816/LC-R176.pdf)
que luego continuará en su publicación “Seducidos
y abandonados: el aislamiento social de los pobres urbanos”,
toma los estudios de Caroline Moser, en cuanto centraba su
mirada en esos activos y veía a la vulnerabilidad social como el
conjunto de limitaciones o desventajas que las personas encuentran
para acceder y usar los activos que se distribuyen en la sociedad.
Kaztman entonces se dedica a analizar los procesos sociales de
formación y distribución de activos clasificándolos en tres tipos:
capital físico (financieros y propiamente físicos, como en el caso
de la vivienda), capital humano (trabajo, salud y educación) y
capital social (redes sociales). Estos activos conforman la llamada
“estructura de oportunidades” y son generados (o no) por tres
fuentes principales: el mercado, la comunidad y el Estado.
¡El Estado! ¡Siempre el Estado!
Así, las poblaciones más vulnerables,
limitadas a la hora de acceder a los “activos” de la sociedad, no
solamente llegan tarde al reparto de bienes si no que se encuentran
al margen de todos los beneficios y garantías de la sociedad entre
los que se encuentra uno que siempre me ha maravillado: la presunción
de inocencia.
¡Sí, señor! Acá y en la China, ser pobre
significa ser, al menos potencialmente, un delincuente ¿De qué otra
forma se explicaría si no que prácticamente todos los presos
son pobres?
Cuando fui por primera vez a una cárcel estaba todavía estudiando y
al momento de conversar sobre la experiencia se me ocurrió decirle
al profesor que me había sentido como en un zoológico. Las celdas
comunes, mirar por allí, mirarlos… la sensación que me había
dado era la de estar como en una vidriera. Al profesor no le gustó
mi intervención y tomó ese comentario como un intento de abolición
de la pena, o algo así.
La verdad es que no sabía por entonces lo que pensaba sobre la pena,
ni la quería, ni pretendía abolirla… lo único que tenía en
claro, es que algo de todo ese asunto de meter a las personas en
jaulas, no me cerraba.
Y si no son jaulas ¿qué son?
Para mí son como pasillos. Lugares de tránsito, que no deben ser
obstruidos, los pasillos existen pero son para pasar. Nadie quiere
quedarse en un pasillo. Entrar por una puerta y salir por la otra.
Si uno se lo pone a pensar, no deja de ser una idea maravillosa, la
de entrar y salir, la de transformarse casi con locura mágica. Un
antes y un después marciano. Cortázar, en su poema “Me caigo y me
levanto” hablando de vaya uno a saber qué cosa, decía: “…Usted
estará tan por encima que dará gusto entonces yo sabré que el
sistema ha funcionado y empezaré a rehabilitarme furiosamente…”.
Tan por encima.
En Argentina esta idea de “rehabilitarse” es moneda corriente en
el discurso penal, el fin de la pena es la resocialización. O al
menos eso dice el ordenamiento jurídico, en el artículo 10.3 del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, se asegura que
el régimen penitenciario consistirá en un tratamiento cuya
finalidad esencial será la reforma y la readaptación social de los
penados. Eso mismo surge del artículo 5.6 de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos: “Las penas privativas
de la libertad tendrán como finalidad esencial la reforma y la
readaptación social de los condenados”. Y por mucho que les
moleste a algunos, estos artículos forman parte de la Constitución
Nacional.
Entonces ¿Para qué son las cárceles? Bueno, claramente no son para
enjaular gente y sacarla de circulación. Se supone que lo que se
busca es que tengan “la capacidad de comprender y
respetar la ley procurando su adecuada reinserción social”,
como dice el artículo 1º de la Ley Nacional de Ejecución 24.660. Y
digo que “se supone” porque en la raíz del asunto ya hay una
injusticia galopante y no nos podemos asomar al mundo penal sin
responderla ¿Porqué prácticamente todos los presos son pobres?
Vale la pena leer a Zaffaroni para pensar estas cuestiones, no
conozco otro que lo explique de manera más sencilla
(http://danielafeli.dominiotemporario.com/doc/ZAFFARONI_Derecho_Penal_Pte_General_p_718.pdf
). Usa un concepto archiconocido: la “criminalización”. Más o
menos lo que dice es que en cualquier sociedad se selecciona a un
grupo de personas a las que se les hará sentir el poder punitivo del
Estado. No es pura maldad, es que sería imposible en la práctica
que cada una de las cosas que podrían hipotéticamente contravenir
la ley, acabara con la imposición de una pena sobre una persona. A
la primera etapa de este proceso de “selección” él la llama
“criminalización primaria” y es, digamos, la parte “general”
del asunto. Las legislaturas dictan leyes decidiendo lo que es delito
y lo que no, ahí ya dejan afuera muchas posibles conductas. Pero
después, viene la segunda etapa, la “criminalización secundaria”
y ahí te quiero ver.
De los delitos que se comenten sólo algunos llegan a la justicia, y
de los que llegan sólo algunos han sido debidamente probados y
merecen una condena. El filtro se va achicando… el punto es ¿cuáles
son los parámetros de esta selección? Dijimos que sólo algunos
llegan a la justicia…
¿Cuáles llegan? ¿Quién hace esa selección?
Las policías. Y lo hacen discrecionalmente, porque la selección no
es por azar o por la gravedad del delito sino que se siguen reglas
burocráticas, de acuerdo con una cantidad enorme de factores entre
los que pesan lo suyo los medios de comunicación y los factores
políticos y de poder; pero también se decide por la ley del menor
esfuerzo, se hace lo más sencillo y lo que ocasiona menos conflicto,
se prefiere la selección conforme a estereotipos. Es claramente
mucho más fácil perseguir robos callejeros que lavado de dinero o
narcotráfico o malversación de fondos públicos. Entonces los que
caen son siempre los mismos. Zaffaroni lo explica así: “…Los
hechos más groseros cometidos por personas sin acceso positivo a la
comunicación terminan siendo proyectados por ésta como los
únicos delitos y las personas seleccionadas como los
únicos delincuentes. Esto último les proporciona una imagen
comunicacional negativa, que contribuye a crear un estereotipo
en el imaginario colectivo. Por tratarse de personas
desvaloradas, es posible asociarles todas las cargas
negativas que existen en la sociedad en forma de prejuicio,
lo que termina fijando una imagen pública del delincuente,
con componentes clasistas, racistas, etáreos, de género y
estéticos. El estereotipo acaba siendo el principal criterio
selectivo de criminalización secundaria…”.
El problema es que esta selección nos termina pareciendo natural y,
como los “ricos igualitarios” de Cohen, nos convencemos de que
responde a una idea de justicia que en verdad ha sido desfigurada
desde todos los costados. Se utiliza el miedo y la inseguridad para
reforzar esos estereotipos, y antes de darnos cuenta estamos cruzando
a la calle de enfrente porque nos convencieron (nos convencimos) de
que determinadas personas son peligrosas. Pero no es natural.
Retomando a Freire, no es raro que, para los opresores en la
hipocresía de su falsa “generosidad”, sean siempre los oprimidos
los que “desaman”, son ellos los “violentos”, los “bárbaros”,
los “malvados”, los “feroces” cuando reaccionan contra la
violencia de los opresores, aunque en el fondo se sepa que: “…quien
instaura la negación de los hombres no son aquellos que fueron
despojados de su humanidad sino aquellos que se la negaron, negando
también la suya…”.
Ahora pienso que ese zoológico que vi la primera vez que pisé
una cárcel no nos tenía de visitantes a nosotros, igualmente
enjaulados, cercados por otros muros, caminando por esos pasillos
éramos también parte de un juego. Un juego de opresión y de
injusticia, de desamor y de violencia. Porque ni la inseguridad, ni
los estereotipos, ni la pobreza, ni la cárcel. Nada de eso es
natural, nada de eso está “dado”.
A lo mejor por eso me interesan los pasillos, porque están llenos de
posibilidades. Entrar por una puerta y salir por la otra.
Transformarse. Buscando cada día ser más humanos, buscando
humanizar más a los demás, recuperando la sensibilidad para poder
mirar las cosas sin drama, tal cual son, embebiéndonos y
reconciliándonos con lo absurdo que es vivir en un mundo tan lleno
de ambivalencias. Liberándonos y liberando a los demás del yugo de
los prejuicios y de los miedos…
Porque… no sé a ustedes, pero a mí más miedo que toda esa gente
enjaulada me da el banco chino que se instaló el año pasado (que
hasta Luciana Aymar le hizo la publicidad) o el puerto que muy
sigilosa y silenciosamente se está construyendo en Punta Lara tras
desmontar lo indesmontable o la sonrisa de algunos políticos o la
sobreabundancia de publicidad antiséptica… en fin, cada quien con
su mambito y el que no tenga pecado que tire la primera piedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario