Se suele afirmar
que una virtud es un “hábito”, es decir, no una buena acción que realizo una
vez al año, en la súbita inspiración de un solo instante, sino un modo de
actuar cotidiano y permanente, que configura mi personalidad.
Así como no soy
una persona generosa únicamente por haber tenido, en algún momento perdido de
la vida, un gesto caritativo con un hermano, tampoco puedo llamarme “solidario”
sólo porque hace unos meses me emocioné al ver por televisión a las víctimas de
una inundación o de un terremoto y les envié víveres, si después, en mi
accionar cotidiano, soy egoísta, mezquino, incapaz de interesarme en lo que no
sea mi propia comodidad.
Debemos pasar de
una solidaridad afectiva, la que nos mueve cuando sentimos el dolor de
un amigo o cuando nos enteramos de una desgracia que nos podría haber ocurrido
a nosotros, a una solidaridad efectiva, la que nos involucra en la ayuda
a la sociedad entera y nos mantiene perseverantes en el compromiso con las grandes causas de la humanidad.
En una época de violencia
y de problemas emocionales causados por el aislamiento y el miedo, nuestra
solidaridad continua será para muchos un estímulo para la apertura al otro, los
vínculos sanos y la confianza.
La Redacción
No hay comentarios:
Publicar un comentario