En lo cotidiano y en la literatura,
solidaridad, compañerismo, favor interesado y amistad se funden y se confunden.
¿Son lo mismo? Algunos ejemplos nos muestran cuándo deja de ser lo que debería
ser para convertirse en lo que nos conviene que sea.
Por Daniel Rojas
Delgado
Te invoco, ¡oh,
Solidaridad!, mientras escribo esto en una servilleta, a la espera de que venga
la moza. Siento que eres una de esas de esas palabras que se gastan al usarla,
como un significante vacío. Aunque tampoco me gustaría llamarte la Innombrable,
ni convertirte en una palabra prohibida, de las que la academia dice que son muy
malas. Por esa razón prefiero simplemente denominarte, de ahora en más, palabra X, y así seguir evitando tu
erosión. Llega la moza y le pido una milanesa de carne con papas fritas. Luego
abro al azar un libro que traje:
—¿Dónde están los hombres? —prosiguió por
fin el principito—. Se está solo en el desierto…
—También se está solo con los hombres —dijo
la serpiente.
Sí. Las
páginas doradas de la gran obra que Antoine de Saint-Exupéry publicó en
1943, la del niño que vino del asteroide B 612, aborda mil temas: la
soledad, la palabra X, la amistad, la vanidad y 996 más. En el fragmento
citado, la visión de la serpiente transmite cierta idea de frialdad en el trato
con la gente. Por mi parte, interpreto que el poeta español Miguel Hernández
dice algo similar —aunque más bien se refería al amor de la pareja— en el poema
“Mi cuerpo”: “¡Qué triste un cuerpo
solo!” Pero empecemos a hablar en positivo. Punto y aparte.
“Todos para
uno y uno para todos” podría sintetizar el ideal de la palabra X. Se trata del
lema famosísimo de “Los
tres mosqueteros”, que el francés Alejandro Dumas (padre) publicó como
novela por entregas en 1844, en un periódico. A partir de allí, se han
producido más de una decena de películas basada en esta historia, desde la
versión muda de 1921, la serie animada “D´Artacán y los tres mosqueperros” de
1981 o “Barbie y las tres mosqueteras” de 2009. En fin: me aburro de esperar,
pero lo menos ahora tengo un vaso de gaseosa que burbujea frente a mí.
Dicen los que
dicen que la palabra X bien entendida comienza por casa —es recomendable que
sea en la propia—. ¿Conocen la historia del matrimonio Stone, que tuvo que irse
de unos días de su casa y se la dejaron a cargo a los Miller? “Vecinos” (1976), así
se llama el relato del estadounidense Raymond Carver en el que Bill Miller, en
una de sus visitas a la casa de los Stone para dar de comer a la mascota y
regar las plantas…
Miró por la ventana, y después se
movió lentamente por cada una de las habitaciones considerando todo lo que se
le venía a la vista, cuidadosamente, un objeto a la vez. (…) Finalmente entró
en el dormitorio, y la gata apareció a sus pies. La acarició una vez, la llevó
al baño, y cerró la puerta.
No hace falta
decir que también abrió armarios y demás… Ya les decía que la palabra X está
devaluada, y la puede usar cualquiera para referirse a cualquier cosa, en
cualquier revista. Por otra parte, quien no quiere que le cierren ninguna
puerta es el magnate británico Joseph Lewis, dueño de una porción de paraíso
con lago cerca de la localidad de El Bolsón, hacia la frontera con Chile. El
periodista argentino Gonzalo Sánchez publicó dos libros en los que investigó sobre
los dueños de las tierras del Sur. En uno, “La Patagonia vendida”
(2006), el intendente Oscar Romera le decía de Lewis:
Usted no sabe lo que es este gringo, un
tipazo. Viene, me pregunta qué necesito. Va a las escuelas, regala videocaseteras,
ropa, comida. Fulbo [pelotas] para los pibes. Hay que mandar a un pibe a Buenos
Aires para operarlo, paga todo y lo enviamos. Donó los dos camiones para los
bomberos. ¿Cómo no le vamos a agradecer? Se dice mucho de él, pero son mentiras
(…). Si alguien viene y te dice que te quiere regalar un caballo, ¿te vas a
poner a mirarle los dientes?
¡Con razón que
al británico le dicen el tío Joe! Se me termina la gaseosa y tengo más hambre.
Agarro otra servilleta y sigo escribiendo: la s̶o̶l̶i̶d̶a̶r̶i̶d̶a̶d̶… digo eso,
la X, también es compañerismo, humanidad compartida, que no se puede ejercer en
solitario. En eso estoy cuando veo que la moza trae la milanesa y las papas. Le
miro los dientes: parece honesta.
—¿Qué es para
usted la palabra X? —le digo.
—¿Cómo?
Comienzo a
ponerle sal al plato y le repito la pregunta.
—¿Y cuál sería
la palabra X? —responde.
—No puedo…
decirla… se devalúa —le hablo con la boca llena, porque el primer bocado ya ingresó—.
Es una palabra que se gasta fácil.
Me mira con
cierto desconcierto, se va silenciosa y más tarde vuelve con un diccionario
viejo y me pregunta:
—Fíjese acá si
la encuentra. Igual estaba en un cajón. Hace mucho no se usa.
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