Por Juan Ignacio Salgado
“Si hay alegría en mi corazón,
Con tu presencia
me traes el sol”
“La alegría es parte integrante de la
fiesta. La fiesta puede organizarse, la alegría no.” Esto decía Benedicto XVI unos
años atrás, y es hoy recién que puedo captar el verdadero sentido de sus
palabras. En una frase tan simple como esta, el hoy Papa Emérito resume y explica uno de los grandes problemas de la
sociedad moderna. Esta sociedad de consumo que predica la alegría y la
felicidad en la teoría, al tiempo que en la práctica condena y excluye a muchos
porque su vida está marcada por el sufrimiento. Por un lado dice la vida es un
regalo maravilloso, bailemos y cantemos, mientras que por otro promociona el
aborto y la eutanasia, creyéndolos un acto de misericordia al librar a muchos
del terrible castigo de vivir.
Quizás esta contradicción se da porque se
pretende organizar la fiesta y organizar la alegría también. Pero estas
alegrías prefabricadas son solo satisfacciones
inmediatas, demasiado efímeras, y pasan tan rápido que no tienen tiempo de
anidar en nuestro corazón, que busca y necesita una alegría profunda, plena y
perdurable, que pueda dar sentido a la existencia, porque al decir de la Beata
Madre Teresa, “Fuimos hechos para cosas más grandes, para amar y ser amados”.
Entonces, cuando cada pequeña satisfacción
se va, tan rápido como llego, aparece el vacío y la soledad, y aunque la fiesta sigue, ahora es una fiesta a la que nadie se ha
molestado en invitarnos, como canta Ismael Serrano.
Frente a esta realidad la depresión aparece
como una de las patologías más prevalentes de estos tiempos, la drogadicción y
el consumo de alcohol se incrementan año tras año entre los jóvenes, y no tan
jóvenes, que buscan una salida al vacío existencial que los persigue, a la par
que también crecen las tasas de suicidios.
La única respuesta que tenemos frente a esta
soledad de fin de fiesta, es buscar la alegría verdadera y perdurable que da
sentido a la existencia, y para encontrarla debemos salir de nosotros mismos,
porque, a diferencia de lo que creía Jean-Paul
Sartre, que afirmaba que el infierno son los otros, es en el compartir la vida
y en el encuentro con el otro donde se esconde el secreto de la felicidad.
Cuando dejamos de preocuparnos tanto por
nosotros mismos y miramos a quien tenemos al lado, a nuestro prójimo, a nuestro hermano, y ponemos nuestra vida al
servicio de su vida descubrimos que no importa que tan mala o desesperada sea
una situación, no importa que tan hondo y profundo sea el dolor, siempre hay
espacio para la alegría que da sentido a nuestra existencia, la alegría de
saber que no estamos solos, que hay alguien que se preocupa por mí, alguien a
quien le importa lo que me pasa, la alegría de saberse amado.
Y
aunque este mundo es difícil y no se vive de fiesta, la vida siempre es un
regalo maravilloso, que alcanza su plenitud cuando somos capases de amar, y
amar se puede siempre y en cualquier circunstancia. La Beata Chiara Luce
Badano, cuando a los 19 años estaba
postrada en una cama cursando la etapa final de un cáncer terminal que acabo
con su vida pero que nuca pudo robarle la alegría, decía "no tengo nada más, pero tengo aún mi
corazón y con el puedo siempre amar".
Dios quiera que la alegría habite siempre en
nuestros corazones para que podamos vivir plenamente, es decir, para que
podamos amar siempre.
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