lunes, 1 de junio de 2015

La mochila terrorista

Por Daniel Rojas Delgado

Mi nombre es Emiliano. Ese día, después de acomodarme en el asiento del colectivo que iba rumbo a la capital, me llevé un susto que me estremece al recordarlo. Yo escribía unos mails a varios socios de la empresa cuando el joven que estaba sentado a mi lado, de jean, camisa y zapatillas de marca —¡quién lo diría!—, abrió el cierre de su mochila y sacó aquella cosa vieja y maloliente, mirándome de reojo.

—¿Qué pensás hacer con eso? —le pregunté, poniéndome de pie, con el dedo índice extendido, tenso.

—No tenga miedo, por favor. No pienso hacerle daño.

—Entonces guardalo —creo que le ordené en voz baja, y comencé a sudar.

Por la ventanilla se veía, a cien metros de la ruta, decenas de vacas que pastaban sin prisa mientras los autos y camiones pasaban disparados. Mi corazón aceleró el bombeo de sangre; pensé que estallaría.

—Bajá eso o me voy a otro asiento —amenacé, buscando con la mirada un lugar vacío, aunque no lo encontré.

—¿Qué le pasa, señor? Soy una buena persona.

—Guarda esa cosa. ¿No ves que hay criaturas acá?

En ese momento alcé la voz y varios pasajeros me miraron; otros dormían, como si nada. Seguramente no comprendían lo peligroso de aquella situación. Imbéciles.

—¿Usted a qué se dedica? —se atrevió a preguntarme el desgraciado.

—Yo no hablo con terroristas.

—¿Qué? ¿Por qué dice eso?

—No hablo con gente como vos —repetí.

—¿Es feliz, señor? —él quería llevar la conversación hacia otro lado.

—¿Cómo? —le pregunté.

—Qué si es feliz —insistió.

—¿Y vos lo sos? —repliqué.

—Sí. De vez en cuando.

El colectivo aceleraba cada vez más, como si todo marchara correctamente.

—¿Qué pensás hacer de tu vida?

—Ésta es mi vida —me respondió, sonriendo.

—Te estoy hablando en serio —comenté. Empezaba a enojarme—. ¿No querés ser alguien en la vida? ¿No tenés una notebook o un celular, algo barato aunque sea?

Tras un suspiro pronunciado, me respondió:

—Sí, los tengo guardados.

—¿Y entonces? ¿No ves que te estás arruinando el futuro?

—¿El futuro? Mi vida no pasa solamente por esas cosas.

—Guardá el arma —le recordé, insistiendo por última vez—. Debería darte vergüenza andar así a tu edad.

—¿Arma? —preguntó y puso cara de que no entendía.

Negó con la cabeza y frunció los labios. Luego continuó leyendo su “libro” —un eufemismo que usa la gente ignorante para nombrar al terrorismo cultural, que desgraciadamente algunos todavía difunden— y yo viajé parado el resto del viaje.
Este cuento fue publicado originalmente en la Revista FronteraD

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