Francisco Andres Flores
La última vez que
lo vi entraba caminando a la Iglesia. Se
paró en la puerta,
saludó a los que
esperaban bajo la lluvia, y entró.
Luego se detuvo varias veces saludando gente, desde el atrio hasta el
altar, y la canción que teníamos que tocar debió repetirse 3 veces. A la multitud eufórica, sin embargo, no le importó cantar tres veces lo mismo. Él siguió caminado, pausadamente, nada lo apuraba. Hace mucho tiempo estuvo solo; luego, cuando
el trabajo y la coherencia fueron dando sus merecidos frutos, fue criticado a
diestra y siniestra por su estilo y sus decisiones. Sin embargo hoy, 25 de Julio de 2013, las cámaras lo buscan y las
miradas se posan en él: dirá palabras
memorables e iniciará
una
revolución entre los jóvenes argentinos.
Mientras lo contemplo ingresando de blanco recuerdo que no es la
primera vez que lo veo: ya hemos coincidido en varios eventos, e incluso otras
veces he tenido la distinción de tocar en su presencia.
Recuerdo particularmente una: entonces él vestía de gris y participaba de un reunión ecuménica en el Luna Park. Yo había sido convocado a tocar en una banda musical mixta de evangélicos y católicos, armada para la ocasión, y él era uno de los principales
oradores. Mi cabeza vuela entonces a una
mañana helada del
mes de Junio del año 2006.
Despertaba en La Plata. Aquella
mañana fría era lunes y feriado, y
todos los caminos hacia Buenos Aires se alargaban. A menudo los caminos del Señor se tornan un laberinto; y
sabe Dios que muchas veces he llegado impuntual y desprolijo a su cita,
extraviado en los recodos y dificultades que la vida pone frecuentemente a las
buenas intenciones. Ese día no fue la excepción: mientras los colectivos
se tomaban su tiempo para llegar y partir desde La Plata, yo, como siempre,
atrasado pero cabeza dura, memorizaba en mi mente los tonos de las canciones
pobremente aprendidas. Sabía que sería muy difícil entrar al Luna Park: no
tenía credencial,
llegaba lo suficientemente tarde como para que todos estuvieran dentro y, además, el celular que tenía en esa época dejaba de funcionar
apenas entraba a Buenos Aires. Con ese
panorama sombrío cruzaba sin
embargo en bondi los antiguos bañados costeros hacia la Capital, confiado en
la Providencia y (lo confieso con algo de vergüenza) en cierta habilidad particular que
tengo para entrar sin autorización en eventos de todo tipo. Así como leen.
Sé que no es una
virtud, y sería irrespetuoso
decir que es un don. Pero créanme, es más que solo buena
suerte. ¡Cuántas veces la vieja cancha del Lobo me vio desplegar esa
singular destreza! Imposible describir
aquí todos los
ardides y estrategias. Cuando la silueta
me lo permitía me trepaba
por encima de los alambrados o pasaba entre los viejos tablones de la tribuna
del bosque (muchos de mi generación que leen esto han hecho lo mismo). Cuando los años dieron su toque plañidero a la agilidad y la
fuerza, la astucia suplió
la
carencia del físico. No importa si final, clásico o partido indiferente:
siempre encontraba una manera. Como decía antes, imposible mencionar
todas; pero recuerdo bien la última, en el cierre del repechaje contra Rafaela, en 2010: después de sortear una lluvia de
piedras y balas de goma, con carga de “cosacos” incluida, pude entrar por un costado, tranquilo y
silbando bajito, para festejar el segundo gol de Marco Pérez aferrado con uñas y dientes (literal) a los
postes de la platea descubierta de 60.
No me enorgullece decirlo, pero podría hacer una larga lista de eventos ilustres
(y no tanto) a los que entré, en mi época de
estudiante, sin entrada ni permiso ni soborno: desde un show de Los Carabajal
en el Club Atlético City Bell
hasta una magnífica puesta de
la ópera Peleas y
Melisande, de Debussy, en el Teatro Colón, pasando por la Novena Sinfonía en el Argentino (cuando
funcionaba en calle 49) y los palcos preferenciales del Monumental en el
legendario cierre de la gira de Amnesty International en el ´88. Pensé, entonces, que el Luna Park no podía ser más complicado que cualquiera
de esos lugares; así
que
seguí confiado,
rezando y pensando que, si Dios quería que entrara a tocar, entraría y tocaría.
Afortunadamente el Luna no fue invulnerable y Dios abrió las puertas necesarias. A pié y con la guitarra al hombro entré inadvertido por la zona de carga y descarga,
justo detrás del
escenario, donde mis compañeros de banda me dieron la credencial pertinente. A los pocos minutos ya estábamos tocando sobre el
escenario.
Tocábamos canciones
bastante básicas, de esas
religiosas que se saben todos, nada especial ni demasiado emocionante desde lo
técnico. Pero nos lo tomábamos como en un fogón, como cuando uno canta no
tanto por la belleza de lo que canta sino por el momento en común compartido. Así transcurría el evento, agradable y eufórico en el encuentro de los
hermanos en la fe; y las exposiciones se iban sucediendo alternadamente sobre
el escenario. Esto me dio una posición privilegiada para ver lo
que voy a contarles.
El orador inesperado al fin apareció en las gradas. Cuando se subió a exponer, vestido de gris, sin pompa ni nada
que ostente sus cargos, empezó
a
tejer una historia que hilvana sus hilos en una trama más allá del Atlántico.
Resumió en tres
palabras las historias de encuentros y desencuentros entre cristianos, habló desde el corazón, y al terminar dejó un gesto perenne que aún recuerdo: pidió a todos los presentes, evangélicos y católicos, que recen por él. No sólo lo pidió: se arrodilló delante de ellos; y todos ellos, de pié, oraron imponiéndole las manos.
Yo miraba detrás, a pocos metros, incrédulo entre las cortinas del escenario; rezando, como todos, por él. Y pensé, sabiendo que este hombre había estado cerca de ser
elegido Pontífice a la
muerte de Juan Pablo II…
pensé, decía, que ese hombre realmente
merecía ser
Papa. Y que sería hermoso tener un Papa así, que desande con humildad
los caminos del reencuentro entre los hermanos separados, y que sea capaz de
arrodillarse ante sus semejantes como lo hacía entonces, un 19 de Junio de 2006, el
cardenal primado de la Argentina. Como
lo hizo alguna vez Cristo al lavar los pies de sus discípulos…
No hace falta decir que le dieron con todo, desde diestra y desde
siniestra, como siempre lo hacen los intolerantes que, en su dureza, no pueden
reconocer los gestos desestructurantes del amor de Dios que se acerca a los
hombres y elige, muy a menudo, instrumentos imperfectos y pequeños.
La voluntad de Dios tiene caminos insospechados y hoy ese hombre es el
Papa Francisco.
Nunca lo conocí
personalmente. Nunca hablé con él.
Simplemente coincidimos en un par de eventos, él como un protagonista de la historia y yo
como un polizón
privilegiado. Aún no sé cómo entré al Luna Park ese día; tampoco sé cómo fue que con Filocalia terminamos tocando para él en la Catedral de Río, durante la JMJ. Pienso que la misericordia de Dios me regaló un par de eventos a los cuales realmente valía la pena colarse. Tal vez de la misma manera, tarde y por la
puerta de atrás, con la
guitarra al hombro, me deje entrar al Paraíso.
Mientras tanto, apenas un peregrino de fe titilante sobre la tierra,
celebro la bondad de Dios que se acerca a los hombres con gestos inesperados,
desde la pequeñez y la
humildad, alumbrando el camino del cielo.
Videos:
Link a un video del evento ecuménico en el Luna Park, con un resumen del discurso
del entonces Cardenal Bergoglio:
Link de un video de la entrada del Papa Francisco a la Catedral San
Sebastián, de Río de Janeiro, en 2013:
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