Quedaba en éxtasis
en la cocina del convento, con un cucharón en la mano, o tratando de verter en
la preparación de la comida las últimas –las ultimísimas- gotas de una botella
de aceite (botella que cualquier otro hubiera descartado ya), en consonancia
con su decir: “Hasta en las ollas y los pucheros anda el Señor”.
Teresa de Jesús,
monja carmelita española del siglo XVI, fundadora, reformadora, escritora,
proclamada doctora de la Iglesia, desmiente con su vida el cansador prejuicio
machista de que las mujeres que conocen de libros y se interesan por su desarrollo
espiritual no saben coser un botón “ni freír un huevo” (sic).
Pero además,
Teresa, mujer activa por temperamento y misión, fue una mística y contemplativa
de primera línea. Y como verdadera mística, sumamente realista. Su intensa
unión con Dios en la oración no le impidió ocuparse con eficacia de la economía
del convento, de los problemas entre las fundaciones y la jerarquía eclesiástica
y de alimentar a las monjitas jóvenes y “melancólicas” que no querían comer
(que también las había en el siglo XVI).
Quienes piensan que
un místico es alguien que vive flotando en el aire cometen un serio error
metafísico. Parten de la base de que las cosas reales son solamente las que
vemos y tocamos, y que Dios es un producto de nuestra imaginación, cuando en
rigor, Dios es el ser más REAL que existe, y todos los demás tenemos MENOS, no
más existencia que Él. “Yo soy el que ES, tú eres la que NO ES”, decía el Señor
a otra gran mística europea, Santa Catalina de Siena.
En este 2015 en que
se cumplen quinientos años del nacimiento de Teresa, tratemos de volver a
descubrir, a través de ella, a ese Dios que no sólo está en los altares, sino
que nos espera también detrás de las cosas más humildes de todos los días.
La Redacción
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