Por Nora
Pflüger
Desde una mirada puramente humana, pocas biografías podrían haber sido tan bendecidas por el éxito como la de Tomás Moro (1478-1535), Gran Canciller del Reino de Inglaterra, humanista, filósofo, abogado, escritor, además de esposo y padre de una hermosa familia. Hombre de reconocido ingenio y talento, su obra literaria más famosa es la “Utopía”, en la que- ¡cuatrocientos años antes del “Imagine” de John Lennon!- describió una sociedad ideal donde, entre otras cosas, las diferencias de religión no serían causa de divisiones entre los hombres.
El dramaturgo
inglés Robert Bolt narró la historia de Moro en la obra teatral “A Man for All Seasons”
trasmitida por la BBC en 1954 y de la que se hizo luego una versión cinematográfica
conocida en Hispanoamérica como “El hombre de dos Reinos”. Allí muestra la
decisión de Tomás Moro, católico consecuente, cuando debe optar entre su
obediencia al Rey y la fidelidad a Dios y a su conciencia.
A mí me gustaría
definir a Moro también como “el hombre de las dos renuncias”.
Conocido es el
conflicto religioso planteado por Enrique VIII, rey de Inglaterra, cuando
quiere que el Papa declare nulo su matrimonio con la reina, Catalina de Aragón,
para casarse con una dama de la corte, Ana Bolena. Enrique argumenta que su
matrimonio con Catalina no es válido, bien porque- como sostienen algunos
historiadores- podrían haber sido primos (impedimento de consanguinidad) o
bien, como afirman las versiones más fidedignas, porque Catalina había estado
casada en primeras nupcias con un hermano del rey (impedimento de parentesco).
Lo cierto es que, en cualquier caso, el Papa había concedido dispensa al
posible impedimento, y por lo tanto, no se podía esgrimir lo de la invalidez. Y
el Papa, lógicamente, dice “No” al pedido de Enrique. A esto sigue el escándalo
religioso y político que ya sabemos.
Ante la situación,
Moro, que respeta al rey pero quiere mantenerse fiel a la Iglesia, renuncia a
su cargo –con la consiguiente pérdida de privilegios- e incluso se exilia por
un tiempo.
A esta renuncia
suele vérsela como un gesto admirable, pero en alguna mente desconfiada podría
quedar la sospecha de si su protagonista no actuó más por miedo que por
coherencia con sus principios.
Y aquí aparece la
segunda renuncia, la que ha hecho de Tomás Moro un santo y un mártir. Porque, probablemente
de regreso de su exilio, el gobierno quiere obligarlo a firmar el Acta de
Sucesión y Supremacía, por la cual se reconocen con derecho al trono a los
hijos de Enrique con Ana Bolena y se erige al rey como cabeza de la Iglesia de
Inglaterra. Y Moro responde que el rey puede hacer lo que quiera en lo que
respecta a la sucesión al trono, pero que si el Acta incluye legitimar el
matrimonio con Ana y separar a Inglaterra de la comunión con el Papa, él se
niega a firmar semejante documento. Es encarcelado en la Torre de Londres, y
desde su prisión, escribe a su familia conmovedoras cartas en las que explica
las razones de su conducta, especialmente a su hija mayor, Margarita, a la que
dice: “Para que no creas que tu padre se bota como un loco”.
Tomás Moro muere
decapitado el 6 de julio de 1535, acusado de “traición” a Inglaterra y al rey.
En 1935, en la agitación y confusión de las conciencias que precedió a la
Segunda Guerra Mundial, el Papa Pío XI lo canonizó como ejemplo de renuncia
heroica y de fidelidad a la Iglesia.