Por Juan Pablo Moreno
Es muy necesario a la hora de hablar sobre la renuncia (o sobre cualquier otra cosa) tener lo más en cuanta posible qué significa. Podemos decir, sin causar problemas a la R.A.E., que la renuncia es la acción voluntaria de abandonar algo que se posee. Aunque para hacer este tema aún más interesante veamos aquello que no es renunciar, es decir su antónimo. Nos encontramos entonces con que hay muchos, dependiendo de cómo se interprete “renunciar”; para este caso nos quedaremos con “aceptar”. Ejemplifico para que se vea más claramente la oposición: una persona puede aceptar un puesto de trabajo o puede renunciar a él.
Ahora bien, si decimos “aceptar” nos encontramos con
que se puede definir como recibir voluntariamente
lo que se da. ¿Cuál es el problema entonces?... Pues que existen situaciones
donde estos antónimos caminan bastante de la mano. De ambos verbos se dice que
es una acción voluntaria, es decir
que puede llevar un discernimiento previo para elegir la mejor opción. Pero es
claro que si aceptamos voluntariamente algo, entonces renunciamos
voluntariamente a otra cosa y viceversa.
Creo yo que esta voluntad de aceptar algo hace que la
o las renuncias que se forjan a partir de eso se vuelvan algo positivo, es
decir que el haber hecho nosotros mismos una renuncia no nos pese. Es en la
propia voluntad de ser o de hacer
algo donde la aceptación y la renuncia se unen para construir entre ambos el
camino que nos llevará a alcanzar un fin en particular.
Por ejemplo, hace unos días volví de la Misión Juvenil Arquidiocesana
de La Plata que
dura 10 días, es una de esas actividades largas que generan muchas renuncias
por aceptarla; pero yo entiendo a estas renuncias como renuncias positivas ya que esta mediada por la voluntad. Esta
voluntad al aceptar algo hace que se renuncie voluntariamente (aunque a veces
ni lo notemos) a las cosas contrarias; genera un agrado ante la renuncia y no
la hace una carga, sino que por el contrario la hace una condición necesaria
para alcanzar aquello que se aceptó.
La renuncia positiva esta siempre apuntada a lo que
por voluntad propia fue aceptado, por lo tanto no nos hace decirle que no a
algo, sino que nos invita a dejar de lado lo que nos distrae o aparta del
objetivo que hemos aceptado para nosotros mismos. Se puede ver, entonces, que
no existe una renuncia per se, sino
que siempre que nos demos cuenta de que estamos ante una situación de renuncia
es porque ya hemos aceptado algún propósito que nos lleva a caminar por esas
sendas en donde se nos traza la opción de discernir nuestro método para
alcanzarlo.
Pero, por supuesto, no todas las renuncias son
positivas. Existen casos en los que una persona se arrepiente por haber
renunciado a algo en el pasado, aun si esa renuncia se ha dado en sintonía con
el fin que se deseaba alcanzar. En estas situaciones hay una crisis de la voluntad por decidir si se
prefiere la meta elegida a costa de todas las renuncias que implica, o si la
voluntad no es demasiado animosa como para hacer que la renuncia no se
convierta en una carga o en algo negativo. Por lo tanto, la renuncia siempre
será positiva cuando además de contribuir al fin deseado la aceptemos con total
agrado y conciencia; y será negativa en la medida en que nuestra voluntad por
aceptar dichas renuncias no nos alcance para soportar lo que estas llevan a
cabo.
Queda en nosotros entonces el elegir una meta de forma
voluntaria y aceptar, con mucho gusto, las renuncias que se nos atraviesan por
el camino que construyamos conforme a nuestra voluntad de aceptar y nuestra
voluntad de renunciar.