sábado, 18 de octubre de 2014

Identidad de especie

Por Francisco Andres Flores


Un desesperado reclamo de inclusión (o exclusión?) social.

Esto no es una columna: es un reclamo.  Porque, observando el actual curso progresista de las leyes, alguien necesariamente debe decirlo: es insuficiente! no alcanza!  Muchachos, se están quedando cortos.  El de ustedes es un progresismo de oficina, burocrático podríamos decir, sin las agallas para cambiar realmente las cosas.   Estimados legisladores, pensadores, teóricos y activistas: no quiero despreciar vuestro esfuerzo, pero la radicalidad de la cual se jactan es apenas una mueca al lado de lo que vengo a proponerles.  ¿Qué es esto de la construcción de identidades en base a maquillajes y peluca?  Un niño puede hacerlo jugando… yo vengo a proponerles (o reclamarles) algo serio: identidad de especie.  En buen criollo, no quiero ser humano.  Hace rato que la humanidad ya no me identifica.  Y no me refiero a toda la humanidad, porque sin dudas que hay algunas personas con quienes vale la pena compartir el genoma y la morfología; pero, creo, tengo derecho a tomar distancia del curso delirante de la sociedad actual. 
Y no me vengan a hablar de la naturaleza humana, la genética, etc.: ustedes mismos las han desconocido flagrantemente cuando les ha convenido, sea para leyes antinaturales, sea para dictámenes judiciales contrarios a la vida.  ¿Ahora las van a invocar solo para contradecirme?  Por otro lado: ¿acaso no dijo ya Sartre que la naturaleza humana no existe, y que solo la libertad nos determina?  Bueno: yo en virtud de esa libertad, me declaro no humano.  Decido no ser humano. 
¿Por qué no puedo ser, por ejemplo, un perro? Al fin y al cabo es como al sistema les gusta tratarnos, y puedo comportarme como tal perfectamente!  De hecho, muchos de mis patrones están más conformes cuando yo (o cualquier otro de  sus empleados) sigue conductas caninas, a saber: agachar el lomo cuando hay que agacharlo, mover la cola gentilmente al amo, conformarse con el hueso roído que te tiran…  Por otro lado, ser perro tiene sus ventajas, por ejemplo: no pagar impuestos.  Y también es cierto que muchos humanos viven como perros, pero se les exige obligaciones de humanos…  en ese caso, la “identidad de especie” viene para blanquear la cosa y liberarnos de las cargas sociales: si nos van a tratar como perros, seremos perros entonces, pero no cumpliremos con ninguna de las obligaciones excesivas e inútiles con que ustedes cargan constantemente a los de su misma especie.
Incluso es una ventaja desde el lenguaje: hace rato que el habla humana se ha transformado en una multitud de onomatopeyas indescifrables; incluso el extendido y diáfano castellano se ha atomizado en varios subdialectos, donde se mezclan códigos adolescentes, argots delictivos y expresiones mal pronunciadas de otros idiomas.  Para los perros, en cambio, con un par de gestos y ladridos es suficiente: economía de recursos, podría decirse.  Con tan breve repertorio alcanza para comer, pelear, hacer amigos e incluso aparearse.  ¿No es esa. acaso, la lección cotidiana de la televisión?  Y no me digan ahora que el lenguaje es específicamente humano: eso no es más que una vieja definición aristotélica sobre una especie que, como tal, ya no existe.  Además, el lenguaje, según muchos individuos (humanos?) importantes, no es más que un accidente en nuestra historia evolutiva.  Claro, es cierto: “accidente” también es una categoría aristotélica; pero bueno, señores: no pretendan que no me contradiga cuando la sociedad que ustedes votan es, cada día, más escandalosamente contradictoria e incoherente.  Y menos pretendan que sea tan detallista en un artículo que no leerá ni mi madre.  Por otro lado, es una gran fortuna que no lo lea, no creo que le agrade: si renuncio a ser humano, renuncio también al acto que me constituye como tal, o sea, la concepción; es una forma de renuncia también a esa especie de bautismo de luz que es el alumbramiento.  Qué momento ese, ¿no?  El alumbramiento, digo.  Hagamos lo que hagamos, cambiemos lo que cambiemos, sigue estando ahí.  Pienso inevitablemente en la partida de nacimiento: diría algo así como “niño” (se sobreentiende humano) y “varón”…  Me acabo de dar cuenta: ¡no se olviden que hay que cambiar las partidas!  De hecho, también habría que hacerlo con todos los estudios médicos que hagan referencia al género o la especie.  Por ejemplo: evitemos toda mención a los 46 cromosomas humanos, digamos que ese número es una incógnita (“x”) que hay que despejar en función de coeficientes sociales.  Y los cromosomas “X” e “Y” podrían ser las variables de un polinomio: indeterminadas, desconocidas, y por qué no, tal vez, equivalentes...  Aunque mejor, por las dudas, ni mencionarlos: cualquier referencia a su naturaleza sexual es peligrosa.  De hecho, podríamos llamarlos solo “cromosom@s”.
Pero permítanme hacerles una crítica, humildemente: uds., demiurgos sociales, apenas se han quedado en el género! ¿por qué no avanzar sobre de la especie? ¿No es acaso vuestro lema “vamos por todo”, o “impossible is nothing”? No arruguen ahora: de la deconstrucción social a la demolición social hay un solo paso; o, incluso, tal vez sea el mismo paso.
Lo bueno es que con la nueva ley, al menos, puedo elegir la foto del documento.  Me vendría bien un dálmata, por ejemplo… aunque pensándolo mejor, y para evitar posibles secuestros (de eso, en este país, no se salvan ni los perros) mejor un humilde mestizo callejero.  Muchos seguramente ni notarán la diferencia con el humano rostro que antes me identificaba, e incluso tal vez les guste más.  Si alguno pensara que lo hago para ocultarme de algo, quédense tranquilos: mi nombre será el mismo (otros ni siquiera conservarán eso).  Además, mi ADN seguirá siendo el mismo... hay cosas que ninguna ley puede cambiar.

Tal vez mi planteo a algunos les parezca un tanto extremo; pero, como dijo Jean Baudrillard: “mejor morir por los extremos, que por las extremidades”.   En este mundo cada vez más deshumanizado, yo no hago más que blanquear mi condición.  Sea como sea, vuelvo a mi cucha.  Pero debo hacer una advertencia: señores legisladores, periodistas, activistas, formadores de opinión, teóricos, extras y público en general: no soy, ni nunca seré, una buena mascota del sistema; no soy aquello que ustedes desean de todo buen ciudadano: un alumno obediente de la televisión, que prefiere una vil supervivencia al peligro de jugarse y arriesgar a cambiar las cosas.  No renuncio a toda la especie humana: renuncio a vuestra especie, a vuestras leyes inventadas, renuncio a la sociedad que proponen y moldean.  No soy la especie de persona que quieren que sea, y no lo seré nunca.  No me identifica “vuestra” especie.  Si quieren, llámenlo “disforia de especie”.  Yo lo llamo coherencia.

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