Por Daniel Rojas Delgado*
Con motivo del Día del Respeto a la Diversidad Cultural (ex
Día de la Raza), una reflexión acerca de lo cerca o lejos que está la Argentina
de dignificar con hechos a las culturas indígenas.
Federico
Braian Iván, turista de profesión, se fue a un país lejano con sus zapatillas
deportivas, su iPhone y unas gafas que parecían haber sido fabricadas para él.
Ni bien llegó, la policía del pensamiento le incautó el pasaporte y la sonrisa
cuando le indicó que no tenía que hablar en su propia lengua
—Solamente en el idioma oficial —el uniformado
pronunció “oficial” con firmeza y elegancia al mismo tiempo.
Federico intentó
discutírselo, pero no pudo hablar: ya no le salía. ¿Pero por qué no podía
hablar? ¿Acaso la atmósfera de ese mundo radicalmente desconocido había
atemorizado tanto a Briain como para bloquearle la lengua?
Después, a
punta de flecha, el policía lo invitó a comer e Iván no pudo decirle que no —ni
siquiera sabía cómo se decía que no en el idioma local—. Menos aún cuando el
uniformado lo amenazó con el gesto de quitarle los ropajes culturales que
llevaba en su bolso.
Ahora
imaginemos que Federico Brain Iván no es turista, ni se fue a otro país, sino
que solamente se asomó a una gran ciudad y le pasó todo esto.
* * *
—Mirá, gordo,
aprendió a caminar…
—Con esta
ampliación de la red de agua potable, los vecinos van a poder…
—Al menos en
Twitter, el Papa se convirtió en el líder internacional más…
—Está bien.
Las acompaño a McDonald´s pero me pido una ensaladita de…
—¿Cuándo viste
vos un indio hablando por celular?
Acá la
sucesión de progresivas imágenes cotidianas se corta y la película se detiene. La
paradoja aparece de la nada: todos tendríamos derecho a mejorar, a cambiar, a
transformarnos, pero los indígenas no. Porque muchas veces, para el sentido
común o la opinión pública(da) eso no se puede aceptar.
What the fuck? ¿Por qué los estereotipos
de indígenas (indios, aborígenes, pueblos originarios) nos remiten generalmente
a los manuales escolares, es decir a los taparrabos, las plumas y las pinturas de
tiempos remotos? Elementos que, ¡ojo!, hasta podrían tener cierto paralelismo con
los bikinis, los sombreros y los tatuajes de hoy.
Por evidente
que parezca, es necesario decirlo, escribirlo, memorizarlo: los indígenas que
nacieron en la Argentina son argentinos, son ciudadanos, ¡son humanos latinoamericanos! Desde hace 20 años, la Constitución Nacional pregona “reconocer la
preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos” o “garantizar
el respeto a su identidad y el derecho a una educación bilingüe e intercultural”
(art. 75, inc. 17). Los casos que demuestran que ocurre todo lo contrario
abundan, aunque hay excepciones. Es imposible negar que existan algunas escuelas
bilingües, talleres de artesanía o medios indígenas, por mencionar algunas
experiencias fortuitas, pero son insuficientes.
George Orwell,
en su libro “1984” [cuna de la idea de un Gran Hermano controlador] habla de un
partido hegemónico que propone como lengua oficial de Oceanía el “neohabla”. Entre
otros puntos a destacar de la obra, la referencia a la memoria histórica es uno
de ellos:
“…echar al olvido lo que conviene olvidar,
para luego volver a recordarlo en la ocasión propicia y a renglón seguido
relegarlo una vez más al olvido; y por encima de todo, aplicar idéntico
procedimiento al procedimiento en sí”.
El
revisionismo es importante, pero que tampoco sea puro revisionismo o pura
memoria proclamativa, sino que se encarne en hechos concretos para evitar
cometer errores demasiado similares. Porque una inclusión real y dignificante
para los indígenas es tan urgente y tan necesaria, tanto como si Federico
Braian Iván fuera cualquier de los que lee este papiro electrónico. En el siglo
XXI, aprender a mirar con ojos más respetuosos y menos estereotipados es un
desafío estupendo.
* Es casi licenciado en
Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata, título que espera
obtener —él y sus compañeros de grupo— con una tesis audiovisual sobre un grupo
de artesanos tobas de La Plata.
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