Por Cecilia López Puertas
Y otras verdades que nos vienen ocultando…
Que cosa que de repente se me ha
ido el suelo y está el vacío esperándome
nada me puede atajar nada firme
adelante mío no es que me caiga
se me ha ido el suelo y lo voy a seguir.
No te asustes, no, no te asustes
si ves que como respaldo lo tengo al viento
y no queda nada bajo mis pies
me voy a pique nomás
y aunque rompa el aire de un tajo,
no es que me caiga, es que voy pa' abajo
a tocar el fondo de lo que
soy de una buena vez.
(A pique, de Juan Quintero)
Es hora de confesar que estoy embarazada. En realidad, hace
ocho meses que estoy embarazada pero como ustedes no me ven, pude disimularlo
muy bien.
Bueno, ya no. Es que el embarazo está invadiéndolo todo,
incluso mis ganas de hablar sobre otra cosa y pensé que quizá pueda servir aprovechar
la movida y hablar de esto que me pasa… sobre todo porque hasta donde sé la
gente seguirá naciendo, así que conviene que andemos preparados.
Hace un par de días, hablando con uno de mis hermanos, me
confesó que no me envidiaba ni un poco. Que no me envidiaba el ser mujer y todo
eso de tener un bebé adentro, me dijo que seguramente yo tampoco lo envidiara a
él por ser hombre… la verdad no lo había pensado en esos términos pero me dejó
tecleando. Porque no sé si será algo “envidiable”, pero a estas alturas puedo
asegurar que estar embarazada y no haber parido nunca es una de las cosas más
interesantes, bizarras y transformadoras que me pasaron en la vida.
Y lo digo ahora porque después, cuando nazca mi hija, es
posible que empiece a ver las cosas a través de ella y entonces estas
sensaciones se me desdibujen… y sería una pena no dejar registro de estos días,
pocas veces he sentido las cosas con la fuerza que ahora.
Sí, es cierto que el cuerpo se transforma bastante… pero
fíjense que, al menos en lo que respecta a ustedes, eso pude disimularlo muy
bien ocho meses y bien podría haber seguido sin darles ninguna pista como hacen
infinidad de mujeres embarazadas laburantes. Es que lo interesante del asunto pasa
por otro lado. Pasa por entender que las embarazadas buceamos.
Es fácil confundirse y pensar que somos como frágiles y
entonces necesitamos que nos comprendan porque andamos con las hormonas
alteradas. Pero empiezo a sospechar que les dejamos creer eso porque es más
sencillo que andar explicando que en realidad cuando caminamos no estamos
pisando la tierra. No la podemos pisar. Estamos en el agua… sumergiéndonos en
lo profundo. Cualquiera que haya buceado sabe que lo que digo es muy cierto, el
medio acuático es más suave y lento, es más denso… hay que desconfiar de la
forma en la que percibimos, los colores se ven diferente, las cosas están más
lejos de lo que parece y no son tan grandes como creemos, los sonidos no sirven
prácticamente para nada.
Y como andamos con otros parámetros entonces lo que pasa en
la tierra nos resbala. Y mientras nos resbale si ir a comer acá o allá o qué
ropa ponernos no pasa nada, pero cuando nos empiezan a resbalar las jerarquías,
las estructuras, las normas, las pautas sociales, el “buen gusto”… cuando
empezamos a atravesar la feliz anarquía de entender que vivimos en el agua, ahí
te quiero ver. Lo he visto, doy fe. Empiezan a tenernos miedo.
¿Por qué dan miedo las mujeres embarazadas?
Quizá sea por eso, porque detrás de esa ternura fabricada
la verdad es que una mujer embarazada desequilibra todo. No sabemos si dejarla
pasar antes, si darle el asiento, no sabemos si ayudarla o solamente mirarla
con ¿Simpatía? ¿Nostalgia? ¿Compasión? Quisiéramos hablarle, pero tampoco
sabemos bien qué decirle. Entonces pasa como en los velatorios, terminamos
repitiendo clichés que al fin y al
cabo por algo se han hecho… y preguntamos si es nena o nene, de cuánto está, si
va a ir a cesárea o parto natural, si en la familia están todos “chochos”. Y
como las mujeres embarazadas no somos especialmente buenas o correctas (o no
nos hacemos buenas y correctas por el simple hecho de estar embarazadas) puede
que hasta respondamos pero que todo eso nos importe bien poco.
Por eso quiero compartir esto con ustedes, porque
atravesando este tiempo contado en semanas, descubrí que la anarquía de estar
embarazada es un estado que le hace bien al alma. No digo que todo se vuelva
fácil… está claro que seguimos siendo las mismas mujeres destructivas y
constructivas de siempre. Pero la naturaleza se nos sale por los poros,
nosotras lo vemos, los demás lo ven…
Puede que sea eso es lo que rompe los esquemas y debilita
la ficción de vivir en una ciudad alejada de la naturaleza, desvinculada hasta
lo imposible, construida sobre un ecosistema que nadie conoce, pavimentada y
luego parquizada hasta el absurdo, estrangulada de gente que camina sin saber a
dónde va comiendo cosas fabricadas en serie por una máquina que está en otra
parte y que se alimenta de ingredientes que no sabemos ni pronunciar. Meterse
con eso es meterse con todo.
Estar embarazada (y no haber parido) también significa
pensar en el parto. No siempre, no desde el principio. A mí me tocó empezar a
pensarlo recién como al séptimo mes, y como seguramente muchas mujeres,
descubrí primero que nada mi enormísima ignorancia. Por supuesto que le echo la
culpa de eso a la ciudad alejada de la naturaleza en la que fui criada, pero
quizá sea también mi propia culpa… la de haber crecido en la idea de que las
mujeres tenemos que poder valernos por todo lo que no nos diferencia de los
hombres y que lo demás no es trascendente. Que incluso nos resta y hay que
minimizarlo al máximo posible. Así que si podemos pasar el embarazo sin ni
siquiera engordar, mejor… si podemos laburar hasta el último día, mejor… si
podemos seguir siendo las mismas mujeres racionales de siempre sin permitirnos
un segundo de emotividad y somos súper independientes y divertidas y nos
vestimos bien, muchísimo mejor.
Pero no es así. Eso es mentira, es ficción. El embarazo te
cambia, no sólo el cuerpo, el espíritu… y para mí que los que quieren ignorarlo
en realidad esconden que nos tienen mucho miedo. Yo fui la que presencié como
en la facultad bochaban a una chica embarazada tras “retarla” y dejar en
evidencia que la razón real era que no había ido a absolutamentetodaslasclases
(pese a haber respetado el régimen de
faltas), y le decían por la cara que el embarazo no era culpa de ellos. Yo fui
la que supe como intentaban manipular a una compañera de trabajo para que
buscara “niñera” los días que su hija se enfermaba así no tenía que usar la
licencia. Así estamos… escondiendo el embarazo, escondiendo la maternidad,
escondiendo la naturaleza.
Y el parto “sobremedicalizado” no sólo es terreno de cultivo
para la violencia y el abuso, también es la mejor prueba de ese miedo que nos
tienen. De esa necesidad de esconder, de negar… pasando por encima de la
voluntad de las mujeres y, la mayoría de las veces, del sentido común. Lo digo
porque lo estoy viviendo y el último tiempo me la he pasado escuchando ridiculeces
sobre lo imposible que es parir chicos de tantos kilogramos o aguantar un dolor
o decidir con un mínimo de cordura en tales o cuales situaciones. No sé porqué las
mujeres entregamos ese terreno sin luchar. Porqué aceptamos tan tranquilas que
tenemos “embarazos de riesgo” sin cuestionarnos ni un poco las razones y nos
acostumbramos a otra ficción, la de necesitar una persona al lado que nos esté
diciendo “pujá”, “respirá mucho”, “respirá poco”, “no grites”, “hacé fuerza”,
“no hagas fuerza”… muchas veces sin siquiera la mínima delicadeza, como
retándonos, como si fuéramos unas mamertas o unas nenas chiquitas que no nos podemos
dar cuenta de nada. Ok, me freno acá porque ya les veo la cara de enojo y no
quiero que me odien… Y sí, es un tema sensible.
¿Por qué?
Porque cada una tiene su experiencia, sus emociones, sus
vivencias, los recuerdos que tiene de todo eso (a veces atravesados por muchos
años y por los discursos de los demás).
Es un combo explosivo. Háganme caso, pregúntenle por su parto a cualquier madre
y verán como es difícil alejarse de tres ideas centrales: si fue un “buen” o
“mal” parto, si hubo algún “error” en su parto, si esos errores son o no “culpa”
suya. Pregunto en serio… ¿Cuándo se convirtió el parto en un examen que las
mujeres tenemos que aprobar?! ¿Para satisfacción de quién?!
Escribo en la impunidad de mi octavo mes de embarazo y al
que no le gusta deja de leer y punto. Pero me cansé de escuchar excusas de
mujeres que lo único que hacen es defender con uñas y dientes sus elecciones de
obstetras violentos con el asentimiento distante y (hasta) conmovido de sus
parejas, continuadoras y sostenedoras de todas las ideas que nos oprimen,
incapaces de revisar ese proceso con un mínimo de objetividad (o de la propia
subjetividad mejor dicho y no desde el pensamiento de su médico, su pareja, su
madre). De dudar aunque sea un instante, de confiar en sí mismas y en sus
verdaderas emociones aunque sea por un segundo. Sincerarse, liberarse.
No es pavada, existen un montón de normas internacionales
de derechos humanos que están hechas para proteger a las mujeres y a sus
hijos/hijas a través de todo ese proceso, tanto en el Sistema Universal de
Protección de los Derechos Humanos
como en el Sistema Interamericano de Protección de los Derechos Humanos.
Y también tuvo que existir la
Ley Nacional Nº 25.929 de Parto Respetado (http://www.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/95000-99999/98805/norma.htm)
que habla de los derechos que tenemos las mujeres embarazadas y que también
tiene nuestro bebé durante el embarazo, parto, postparto… son sólo un puñado de
artículos del mas puro sentido común, pero tuvieron que sacar una ley porque no
era taaan obvio y lamentablemente todavía existen un montón de profesionales
dispuestos a lucrar con nuestra ignorancia.
La violencia obstétrica existe desde que existe la
obstetricia… y como toda violencia circula en dos sentidos. Hay un violento y
hay un violentado. No es exageración, imagínense la escena: una mujer dolorida,
con sus piernas abiertas ante desconocidos (o muuuy poco conocidos), dispuesta
a transpirar la camiseta, a hacer lo que sea necesario por ese hijo o hija que está
trayendo al mundo, aferrada a lo que sea que la mantenga a flote… En ese
contexto y por lúcidas que estemos, cómo hacemos para decidir con un mínimo de
cordura cuando la pregunta que nos hacen es seguida de frases como “si no hacemos esto ahora puede haber
sufrimiento fetal”… ¿Quién se anima a decirme que eso no es manipulación,
amenaza? ¿Quién se anima a decirme que eso no es violento?
Les leo la mente, sé que estarán diciendo “y… pero a lo mejor es cierto lo que dicen
los médicos” y yo les digo que puede que sí y que puede que no, como pasa
con los mecánicos y con los reparadores de PC. Los médicos no son diferentes,
ni los abogados, ni los panaderos, ni los arquitectos… ni ninguna persona sobre
la faz de la tierra. No sé ustedes, pero yo no les debo nada, no veo porqué
tenerles temor reverencial a las opiniones médicas porque no veo porqué tenerle
temor reverencial a ninguna persona. ¿Y entonces qué? ¿Confianza ciega o morir
en el intento? La respuesta es muy sencilla: empoderamiento. Y no hay empoderamiento
sin emancipación, así que por lo pronto sería interesante que las mujeres
conociéramos nuestros derechos y estuviéramos dispuestas a hacerlos valer. Y
luego, las que son madres, que se animaran a hablar de sus experiencias con la
más absoluta de las sinceridades. Sinceridad que es primero que nada con ellas
mismas.
Estar embarazada es una verdad. Una tan cierta como
escondida. Sí, somos humanos. Somos animales, somos mamíferos, crecemos, nos
reproducimos, morimos, nacemos. Y para nacer necesitamos una mujer, una que nos
cobije y nos resguarde de las ficciones de la ciudad, una que bucee con
nosotros y nos impida estrellarnos contra la tierra.
A lo mejor cuando entendamos eso dejemos de tenerles miedo a
las embarazadas y hasta aprendamos a cuidarlas sin intentar manipularlas. Y sí, también las tenemos
que dejar pasar antes en la cola del súper (sé que es un garrón, pero es lo que
toca, que acá a nadie lo trajo la cigüeña). Y no sólo eso, les corresponde una
licencia… una larguísima en lo posible y después la hora de lactancia, y faltarán
con absoluta impunidad cada vez que la salud de su hijo/a lo requiera. Y
mientras tanto pondrán cara de que les importa una barbaridad lo que pasó con la
subida/bajada del dólar, pero es probable que estén pensando en un campo de
flores de lavanda o en la hormiguita que sube por el costado de una mesa o en
las pecas de la persona que habla… en fin, ya dije que aunque no parezca
(algunas mujeres saben disimularlo muy bien) las embarazadas estamos buceando y
abajo del agua el sonido no sirve de gran cosa, así que lo mejor es callarse.