viernes, 24 de enero de 2014

¿Tenemos derecho a la paz?

Naciones Unidas no termina de reconocer que la paz es un derecho humano pero hay más de 100.000 cascos azules repartidos por el mundo. ¿Se puede conseguir la paz por la fuerza? ¿Qué precio pagamos por la paz?

Por Cecilia López Puertas

De la torre de Babel a los cascos azules.
  
Si el sueño fuera (como dicen) una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?

(Extracto de “El sueño” de Jorge Luis Borges)










La tregua es un bicho muy raro. Un alto el fuego, un paréntesis… a Borges se le hacía parecida a los sueños. En verdad a esas hilachas de sueños que se nos quedan pegadas cuando nos estamos despertando, esa sensación de querer permanecer cuando el fin es inminente. Un “no tiempo” en el que se detiene el cronómetro y se borran las diferencias (o se dejan de ver, que para el caso es lo mismo).
La historia dejó apuntada una tregua en especial: La Navidad del año 1914, durante la primera Guerra Mundial. Retratada por la película francesa “Noche de Paz” (vale la pena verla) y por la hermosísima canción “Pipes of Peace” de Paul McCartney. En una trinchera se unieron los enemigos y celebraron la misa de Navidad, ese día nadie disparó contra nadie, sólo una noche en la que fueron hermanos y se entendieron aunque no hablaran el mismo idioma.
Pero la tregua no es más que uno de los tantos asuntos que los enemigos pueden conversar. Es que así como ha evolucionado la tecnología de la guerra también han evolucionado las conversaciones entre los enemigos. Por eso es que las reglas de la guerra se han estudiado mucho, se han dictado convenciones para poner algunos límites, qué armas no se pueden usar, qué zonas no se pueden bombardear, qué poblaciones deben ser protegidas. El universo jurídico es gigante… y a nadie en la comunidad internacional se le mueve un pelo.
Con la paz es diferente. Las reglas de la paz no se han estudiado tanto. Es curioso que un derecho humano que a casi nadie se le ocurriría desconocer haya sido uno de los más difíciles de dejar “por escrito”. El derecho a la paz revolvió el hormiguero y lo sigue revolviendo, lo hizo en Naciones Unidas cada vez que se tocó el tema, lo hizo en la UNESCO cuando se intentó hacer una Declaración que dejara clarito lo que todos sabemos pero nadie quiere escribir (y menos firmar).
¿Cuánta paz? ¿Qué paz? ¿Garantizada por quien? ¿A costa de quién? Otra de las cosas que los seres humanos sabemos hacer de sobra es embarrar la cancha, y es tan políticamente correcto invocar la paz y desearla cada vez que se hace un discurso, como políticamente incorrecto cuestionar las decisiones que, siempre bajo en nombre de la paz, se toman a troche y moche. ¿Por qué tanta sensibilidad? No exagero. La Asamblea General de Naciones Unidas consagró el derecho sagrado de los pueblos a la paz en 1984. Pero, cuando en 1998 se juntaron en la UNESCO con el propósito de aprobar una Declaración que dijera con claridad que la paz es un derecho humano, ahí la cosa se puso complicada. Imagínense las comitivas de los 120 estados que acudieron a París en plena primavera, dando vueltas por los pasillos, fumando, escudriñando en cada idioma la letra chica del proyecto, quejándose, renegando. Otra torre de Babel, una más.
La leyenda cuenta que empezaron debatiendo el título del proyecto, no les gustó a los europeos, no les gustó a los norteamericanos y a los japoneses les pareció que “no era claro”. Algunos pensaron que eso de “crear un nuevo derecho” en la UNESCO podía debilitar a las Naciones Unidas, incluso a otros derechos humanos… y hasta hubo un país que planteó que más que un derecho de las personas a la paz, lo que hay es una “aspiración” a la paz... En fin. Esos días en París se debatieron igual muchas cosas, si era solamente un documento moral o ético, si era necesario un instrumento jurídico internacional y en ese caso quien sería el responsable de su aplicación. Los países latinoamericanos plantearon que la violencia social ligada a la miseria era contraria a la paz; los países árabes dijeron que la amenaza de intervención, el embargo, la ocupación de un territorio por la fuerza eran ataques contra el derecho a la paz. Y así, cada cual agua para su molino. Al final todos concluyeron que la paz era una aspiración universal y que era una condición de existencia para la persona y que el respeto por los derechos humanos conducen a la paz. Pero nadie firmó nada.

Mientras tanto, las que sí proliferaron a nivel internacional fueron las Operaciones para la Paz. Porque puede que a los estados les cueste saber lo que es la paz, qué implica, quien la garantiza, puede que no sepan incluso para qué sirve… pero lo que sí saben es que si se trata de instaurarla la única forma es por la fuerza.
Empezaron en 1948, la primera Operación para la Paz fue derechito a Medio Oriente se creo para el mantenimiento de la tregua entre Israel y sus vecinos árabes (http://www.un.org/es/peacekeeping/missions/untso/) y todavía continúa aunque de la paz lo que se dice “paz” todavía no tenemos noticias. Desde entonces, prendieron como leña seca… en 1988 había 55 operaciones desparramadas por nuestro TEG (el real)… Actualmente, dicen estar en una fase de “reducción”, pero en mayo de 2010, las operaciones de mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas contaban con más de 124.000 efectivos entre personal militar, policial y civil… mucho casco azul dando vueltas (http://www.un.org/es/peacekeeping/operations/current.shtml). Se me viene a la mente una canción de Los Redondos “...y muchos marines de los mandarines, que cuidan por vos las puertas del nuevo cielo…”.
Ok. Ya sé que meterse con las fuerzas de paz es casi traición a la Patria, muchas veces ayudan realmente a comunidades devastadas por crisis profundas, catástrofes… y es cierto que no todos podemos ser Gandhi… pero concédanme un minuto de escepticismo ¿No es al menos un poco raro que los tipos encargados de llevar la paz a las áreas en conflicto sean militares? ¿No es un poco contradictorio que estén armados?
La respuesta dependerá de lo que crea cada uno, pero lo cierto es que, aunque quizá no haya tenido tanto auge ni haya sido tan generalizada como a partir de la segunda mitad del siglo XX, esta idea de que la paz no se puede conseguir si no se usa un poco la fuerza es cosa vieja.
Pedacitos de historia van en ese sentido, sólo recordar a George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, y una de sus frases célebres: “Estar preparado para la guerra es uno de los medios más eficaces para conservar la paz”. ¡Qué muchacho! Desde entonces, en cada votación de los Estados Unidos, la idea de la paz por la fuerza aparece más o menos disfrazada de cooperación internacional o de seguridad nacional, depende del color con que se pinte el candidato. Hasta llegar a nuestros días con el invento posmoderno de la “guerra preventiva”, una de sus más absurdas bifurcaciones.
Federico Mayor Zaragoza, el Director General de la UNESCO, el primer día del año 1997 (quizá imaginándose que a los estados les costaría más tarde llegar a un acuerdo) decidió hacer pública una Declaración sobre el Derecho Humano a la Paz que firmó personalmente con la idea de recuperar el carácter humano de ese derecho a la paz y sacarlo de las manos de la política internacional y de las estrategias militares,“si las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Habló de lo absurdo de estar preparados para guerras improbables en vez de desplegar tanta estrategia en mitigar catástrofes, habló de educación y de la necesidad de pasar de una cultura de la guerra a una cultura de la paz. Él lo vio muy claro “…no puede pagarse simultáneamente el precio de la guerra y el de la paz…”. Entonces habló de erradicar toda violencia yendo a las fuentes mismas del rencor, la radicalización, el dogmatismo, el fatalismo, la pobreza, la ignorancia, la discriminación, la exclusión... Me quedo con algunas de sus palabras: “…Una conciencia de paz no se genera de la noche a la mañana ni se impone por decreto. Se va fraguando en el regreso a la libertad de pensar y actuar, sin fingimientos (…) Sólo la conciencia, que es responsabilidad -y por ello es ética y es moral- puede dar buen uso a los artefactos de la razón. La conciencia debe alcanzar y conducir a la razón. A la ética de la responsabilidad es preciso añadirle una ética de la convicción, de la voluntad. La primera surge del saber y del conocimiento; la segunda de la pasión, de la compasión, de la sabiduría…”.



Cada quien que piense lo que quiera, pero eso de que la eficacia de la fuerza militar es la única receta para obtener la paz, yo no me lo creo. Gandhi, activista pacifista como pocos, dijo “…no hay camino para la paz, la paz es el camino…”. Así que a erradicar violencias, y si nos las vemos feas… a conversar con el enemigo ¿quién sabe? ¡Hasta hacemos una tregua!

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