Naciones Unidas no termina de reconocer que la paz es un derecho humano pero hay más de 100.000 cascos azules repartidos por el mundo. ¿Se puede conseguir la paz por la fuerza? ¿Qué precio pagamos por la paz?
Por Cecilia López Puertas
Por Cecilia López Puertas
De la torre de Babel a los cascos azules.
Si el sueño fuera (como dicen)
una
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
tregua, un puro reposo de la mente,
¿por qué, si te despiertan bruscamente,
sientes que te han robado una fortuna?
(Extracto de “El sueño” de Jorge Luis Borges)
La tregua es un bicho muy raro. Un alto el fuego, un
paréntesis… a Borges se le hacía parecida a los sueños. En verdad a esas
hilachas de sueños que se nos quedan pegadas cuando nos estamos despertando,
esa sensación de querer permanecer cuando el fin es inminente. Un “no tiempo”
en el que se detiene el cronómetro y se borran las diferencias (o se dejan de
ver, que para el caso es lo mismo).
La historia dejó apuntada una tregua en especial: La Navidad del año 1914,
durante la primera Guerra Mundial. Retratada por la película francesa “Noche de Paz” (vale la pena verla) y
por la hermosísima canción “Pipes of
Peace” de Paul McCartney. En una trinchera se unieron los enemigos y
celebraron la misa de Navidad, ese día nadie disparó contra nadie, sólo una
noche en la que fueron hermanos y se entendieron aunque no hablaran el mismo
idioma.
Pero la tregua no es más que uno de los tantos asuntos que
los enemigos pueden conversar. Es que así como ha evolucionado la tecnología de
la guerra también han evolucionado las conversaciones entre los enemigos. Por
eso es que las reglas de la guerra se han estudiado mucho, se han dictado
convenciones para poner algunos límites, qué armas no se pueden usar, qué zonas
no se pueden bombardear, qué poblaciones deben ser protegidas. El universo
jurídico es gigante… y a nadie en la comunidad internacional se le mueve un
pelo.
Con la paz es diferente. Las reglas de la paz no se han
estudiado tanto. Es curioso que un derecho humano que a casi nadie se le
ocurriría desconocer haya sido uno de los más difíciles de dejar “por escrito”.
El derecho a la paz revolvió el hormiguero y lo sigue revolviendo, lo hizo en
Naciones Unidas cada vez que se tocó el tema, lo hizo en la UNESCO cuando se intentó
hacer una Declaración que dejara clarito lo que todos sabemos pero nadie quiere
escribir (y menos firmar).
¿Cuánta paz? ¿Qué paz? ¿Garantizada por quien? ¿A costa de
quién? Otra de las cosas que los seres humanos sabemos hacer de sobra es
embarrar la cancha, y es tan políticamente correcto invocar la paz y desearla
cada vez que se hace un discurso, como políticamente incorrecto cuestionar las
decisiones que, siempre bajo en nombre de la paz, se toman a troche y moche.
¿Por qué tanta sensibilidad? No exagero. La Asamblea General
de Naciones Unidas consagró el derecho
sagrado de los pueblos a la paz en 1984. Pero, cuando en 1998 se juntaron en la UNESCO con el
propósito de aprobar una Declaración que dijera con claridad que la paz es un derecho humano, ahí la cosa se puso complicada. Imagínense las comitivas de
los 120 estados que acudieron a París en plena primavera, dando vueltas por los
pasillos, fumando, escudriñando en cada idioma la letra chica del proyecto,
quejándose, renegando. Otra torre de Babel, una más.
La leyenda cuenta que empezaron debatiendo el título del
proyecto, no les gustó a los europeos, no les gustó a los norteamericanos y a
los japoneses les pareció que “no era claro”. Algunos pensaron que eso de
“crear un nuevo derecho” en la
UNESCO podía debilitar a las Naciones Unidas, incluso a otros
derechos humanos… y hasta hubo un país que planteó que más que un derecho de
las personas a la paz, lo que hay es una “aspiración” a la paz... En fin. Esos
días en París se debatieron igual muchas cosas, si era solamente un documento
moral o ético, si era necesario un instrumento jurídico internacional y en ese
caso quien sería el responsable de su aplicación. Los países latinoamericanos
plantearon que la violencia social ligada a la miseria era contraria a la paz;
los países árabes dijeron que la amenaza de intervención, el embargo, la
ocupación de un territorio por la fuerza eran ataques contra el derecho a la
paz. Y así, cada cual agua para su molino. Al final todos concluyeron que la
paz era una aspiración universal y
que era una condición de existencia
para la persona y que el respeto por los derechos humanos conducen a la paz.
Pero nadie firmó nada.
Mientras tanto, las que sí proliferaron a nivel
internacional fueron las Operaciones para la
Paz. Porque puede que a los estados les
cueste saber lo que es la paz, qué implica, quien la garantiza, puede que no
sepan incluso para qué sirve… pero lo que sí saben es que si se trata de
instaurarla la única forma es por la fuerza.
Empezaron en 1948, la primera Operación para la Paz fue derechito a Medio
Oriente se creo para el mantenimiento de la tregua entre Israel y sus vecinos
árabes (http://www.un.org/es/peacekeeping/missions/untso/)
y todavía continúa aunque de la paz lo que se dice “paz” todavía no tenemos
noticias. Desde entonces, prendieron como leña seca… en 1988 había 55
operaciones desparramadas por nuestro TEG (el real)… Actualmente, dicen estar
en una fase de “reducción”, pero en mayo de 2010, las operaciones de
mantenimiento de la paz de las Naciones Unidas contaban con más de 124.000
efectivos entre personal militar, policial y civil… mucho casco azul dando
vueltas (http://www.un.org/es/peacekeeping/operations/current.shtml).
Se me viene a la mente una canción de Los Redondos “...y muchos marines de los mandarines, que cuidan por vos las puertas
del nuevo cielo…”.
Ok. Ya sé que meterse con las fuerzas de paz es casi
traición a la Patria ,
muchas veces ayudan realmente a comunidades devastadas por crisis profundas,
catástrofes… y es cierto que no todos podemos ser Gandhi… pero concédanme un
minuto de escepticismo ¿No es al menos un poco raro que los tipos encargados de
llevar la paz a las áreas en conflicto sean militares? ¿No es un poco
contradictorio que estén armados?
La respuesta dependerá de lo que crea cada uno, pero lo
cierto es que, aunque quizá no haya tenido tanto auge ni haya sido tan
generalizada como a partir de la segunda mitad del siglo XX, esta idea de que
la paz no se puede conseguir si no se usa un poco la fuerza es cosa vieja.
Pedacitos de historia van en ese sentido, sólo recordar a
George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, y una de sus frases
célebres: “Estar preparado para la guerra
es uno de los medios más eficaces para conservar la paz”. ¡Qué muchacho!
Desde entonces, en cada votación de los Estados Unidos, la idea de la paz por
la fuerza aparece más o menos disfrazada de cooperación internacional o de
seguridad nacional, depende del color con que se pinte el candidato. Hasta
llegar a nuestros días con el invento posmoderno de la “guerra preventiva”, una
de sus más absurdas bifurcaciones.
Federico Mayor Zaragoza, el Director General de la UNESCO , el primer día del
año 1997 (quizá imaginándose que a los estados les costaría más tarde llegar a
un acuerdo) decidió hacer pública una Declaración sobre el Derecho Humano a la Paz que firmó personalmente
con la idea de recuperar el carácter humano
de ese derecho a la paz y sacarlo de las manos de la política internacional y
de las estrategias militares,“si las
guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde
deben erigirse los baluartes de la paz”. Habló de lo absurdo de estar preparados
para guerras improbables en vez de desplegar tanta estrategia en mitigar
catástrofes, habló de educación y de la necesidad de pasar de una cultura de la
guerra a una cultura de la paz. Él lo vio muy claro “…no puede pagarse simultáneamente el precio de la guerra y el de la
paz…”. Entonces habló de erradicar toda violencia yendo a las fuentes
mismas del rencor, la radicalización, el dogmatismo, el fatalismo, la pobreza,
la ignorancia, la discriminación, la exclusión... Me quedo con algunas de sus
palabras: “…Una conciencia de paz no se
genera de la noche a la mañana ni se impone por decreto. Se va fraguando en el
regreso a la libertad de pensar y actuar, sin fingimientos (…) Sólo la conciencia,
que es responsabilidad -y por ello es ética y es moral- puede dar buen uso a
los artefactos de la razón. La conciencia debe alcanzar y conducir a la razón.
A la ética de la responsabilidad es preciso añadirle una ética de la
convicción, de la voluntad. La primera surge del saber y del conocimiento; la
segunda de la pasión, de la compasión, de la sabiduría…”.
Cada quien que piense lo que quiera, pero eso de que la
eficacia de la fuerza militar es la única receta para obtener la paz, yo no me
lo creo. Gandhi, activista pacifista como pocos, dijo “…no hay camino para la paz, la paz es el camino…”. Así que a
erradicar violencias, y si nos las vemos feas… a conversar con el enemigo ¿quién
sabe? ¡Hasta hacemos una tregua!
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