jueves, 19 de diciembre de 2013

Sombras

Por Francisco Andrés Flores

Todo obstáculo a la luz produce sombras.


  Y, a partir de allí, ellas existen, colgando de los objetos, siempre en dirección contraria a la fuente de luz; existiendo en otro, nunca por sí mismas.
De esta evidencia, comprobable a simple vista, aprendemos que las sombras, aunque existan, son una privación; como tantas cosas que son eminentemente ausencia, pero no por ello dejan de existir o ser algo (como el hambre, la enfermedad o la calvicie).  Desde la gnoseología hasta la teología, y desde la poesía hasta el lenguaje común, la metáfora de las sombras aclara (u oscurece) un sinfín de materias.  Pero donde más brillo (o mejor dicho más opacidad) ha tenido la referencia a las sombras, es en el tema del mal.  No hace falta hablar mucho al respecto: basta recordar nomás la comparación de San Agustín, en la cual el bien es como la luz, y el mal como la oscuridad (éste, no el opuesto, sino la privación de aquel).  Claro que quien recibe una agresión (algo que es evidentemente malo), por ejemplo un ladrillazo, no percibe esto como privación sino más bien como exceso, como algo claramente contundente. Igualmente podemos intuir que, en el origen de tal agresión, hay una carencia previa, sea de respeto, amor, entendimiento o simplemente cordura: entonces, no es ilógico pensar que toda acción mala tiene, al menos en su origen, algún tipo de carencia; y que todo mal adolece, al menos en su causa, de algún tipo de privación.


  Obviamente que en este tema (como no podía ser de otra manera) hay zonas grises.  Porque hay muchas maneras de referirse o nombrar a las sombras, así como también múltiples contextos.  Y la interpretación de todo símbolo es inseparable de su contexto.  En artes visuales, por ejemplo,  las sombras son esa privación de color necesaria para la percepción del todo: sin ellas no hay perspectiva, tridimensionalidad, volumen, etc.; los climas, las estaciones, las horas del día, la belleza visual y sus matices todo esto las involucra.  Y hasta podríamos pensar que, en un mundo imperfecto y mutable, las luces y las sombras tienen un equilibrio dinámico (como el ying-yang de los orientales, o el acto y la potencia de Aristóteles). 

  Eso hablando en el plano físico.  Aunque también podríamos pensarlo de alguna manera en un plano afectivo, psicológico o antropológico; porque todos sabemos, por propia experiencia, que el ser humano camina (real y metafóricamente) entre luces y sombras.  Pero otra cosa es el tema del mal: ahí las sombras y su oscuridad se ciernen acechantes, y toda su carga simbólica refiere a un mundo amenazante y perturbador para el hombre.  En griego, sombras se dice “érebos: este era también el nombre de un dios (Érebo, también llamado Skotos), hijo de Caos y hermano de Nix (noche).  Era asimismo el nombre de una región del reino de los muertos, que los griegos llamaban Hades (significa no-visible, y es paralelo a Sheol, la palabra hebrea que nombra al inframundo, descripto como lugar de sombras y morada de tinieblas).

  Para los hebreos la sombra podía ser también sinónimo de protección: bajo la sombra de tus alas protégeme (Salmo 17, 8), y no podía ser para menos en un pueblo que vagó durante cuarenta años por el desierto.  Sin embargo, la relación entre las sombras y el mal son muy frecuentes: aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré…” (Salmo 23,4); para alumbrar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte…” (Lucas, 1, 79), etc.

  Pero si la relación a las sombras puede tener algunos usos positivos, es diferente en cambio con la referencia a las tinieblas.  En el Nuevo Testamento la palabra griega que las nombra es skotos", traducido al latín por tenebris (o sea, tinieblas).  Su uso es claramente referido al mal, y es muy frecuentemente mencionada como oposición a la luz (en griego phós), por ejemplo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8, 12).  O como cuando Cristo le dice a sus verdugos: mas ésta es vuestra hora, y el poder de las tinieblas (Lucas 22, 53).

  Esta oscura referencia a las sombras y su reino perturbador no ha evitado que numerosos hombres, a lo largo de la historia, hayan intentado transitar sus caminos sinuosos y ocultos: lo hicieron Orfeo, Ulises, Eneas, Dante (de la mano de Virgilio) y muchos más, que exceden esta breve lista.  Si traspasamos el límite de la literatura, podríamos incluir en la lista a innumerables miniaturistas medievales, a El Bosco y sus pinturas de los pecados capitales y el infierno, a las versiones de Boticelli y William Blake sobre el infierno de Dante (y ya que mencionamos a William Blake, por qué no sus Cantos del Infierno), también algunas de las pinturas negras de Goya, etc.  Pero, claro está, todo esto dentro del dominio simbólico del arte, y como alegoría de un itinerario espiritual del hombre, o de las luces y sombras de la propia existencia.  Si avanzamos hasta el siglo XX sin dudas que podríamos agigantar la lista, aunque con una salvedad: la referencia a las tinieblas, en algunas expresiones de la cultura de masas (incluso también en muchas de la cultura que Bourdieu llama de élite) no es una referencia simbólica; sino, al contrario, una invocación más o menos velada, y a veces incluso totalmente descarada.  Se ha ido operando, sutil pero indeclinablemente (o, mejor dicho, muy declinablemente) una naturalización de lo tenebroso, al punto que puede ser tanto un juego de computadoras, una serie de películas exitosas, personajes infantiles gráficos y de TV, modas, libros para chicos con contenidos nigrománticos y todo eso sin contar una multitud de grupos musicales de diferentes géneros para consumo adolescente, que hacen de lo oscuro su onda y su mensaje.  El siglo XXI ha seguido en ese camino, y lo ha profundizado.

  Pero a todo lo que mencionamos anteriormente hay que agregarle un paso más hacia el abismo.  Porque todo lo anterior podría, tal vez, entenderse en la línea de Niezstche y su retorno a lo dionisíaco, en oposición al modelo apolíneo hegemónico (según Niezstche).  Podría entenderse como un matiz cultural necesario que compense, optando por las sombras, la decisiva opción por la luz de la larga tradición cristiana  Rápidamente esta ilusión se derrumba con un muy simple análisis histórico del siglo XX y sus grandes guerras.  Pero se hace mucho más evidente cuando, analizando un poco más algunas expresiones artísticas o pseudo, se logra comprender su verdadero contenido tenebroso e incluso deliberadamente sacrílego.  Porque una cosa es una atracción por aquello que, oscuro, llama desde el misterio; otra, muy distinta, el rechazo (incluso la agresión) a todo lo que pueda haber de luminoso en la civilización occidental, si es que ésta aún existe.  ¿Qué significan obras como Piss Christ", de Andrés Serrano, o la muestra Así sea de Cristina Planas, o muchas de las obras de León Ferrari expuestas en Retrospectiva 1954-2004 y en Otras bestias?  No menciono obras aisladas, sino conjuntos enteros de obras, a las que se les ha dado lugar en las mejores salas de Latinoamérica y del mundo, y cuyos autores cobran fortunas.  Y son sólo algunas, pertenecientes a la llamada cultura de élite.  ¿Qué decir de engendros pseudogóticos como Monster high o Harry Potter, que utilizan abundante simbología de la magia negra y el satanismo, y que poseen un aparato enorme de difusión mundial?  Los cuales, además, están dedicados al público infantil
Alguien podría decirme que estas cosas son sólo productos artísticos y de consumo, por lo tanto inocuos, y que cada cual puede elegir consumirlos o no; lo cual es cierto en parte, y no me opongo.  Pero eso no me impide hacer una reflexión sobre el grado de oscurecimiento actual; y pensar que tal vez, en términos culturales, realmente esta sea la hora del poder de las tinieblas.
De todas formas, toda esta tiniebla de mercado tiene sus consecuencias.  Y no me voy a referir a las personales de cada consumidor, ya que excede el análisis.  Pero sí a las evidentes, por ejemplo: en apenas un mes, en nuestro país, se vandalizaron cinco iglesias cristianas, con actos sacrílegos en los altares, y sin robar más objetos de valor que las hostias consagradas.  Los sacrilegios perpetrados parecen calcados de los libros de satanismo (y basta nomás buscar las instrucciones en google).  En La Plata, además,  fue atacado dos veces el Santuario de Schöenstatt, y la imagen de la Virgen decapitada todo en las semanas anteriores y posteriores a la llamada fiesta de Haloween.  Desatar las fuerzas de la oscuridad va más allá de los vidrios de las marquesinas, y está claro que hay gente dispuesta a hacerlo.
Otras veces las agresiones a lo sagrado provienen de colectivos sin apariencia tenebrosa; más bien lo contrario: se presentan como racionales, progres, y tachan de oscurantista a cualquier idea que se base en valores religiosos.  Podríamos mencionar, en este grupo, a las protestas de los grupos políticos que, defendiendo opiniones contrarias a la Iglesia, han tomado por costumbre escrachar catedrales y templos, con pintadas y agresiones.  Este tipo de violencia, basada en la ideología, tiene el sesgo aún más oscuro de justificar, con discursos, la violencia y la agresión de bienes y personas. 

  Para terminar: creo que estamos viviendo lo que Benedicto XVI definió como un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva.  Una oscuridad que impide, a muchos, reconocer a sus semejantes y tratarlos como tales.  Una oscuridad que impide reconocer el mal.  Es una oscuridad conveniente a nivel político, pero trágica para los individuos, la sociedad y su cultura.
Una canción del Indio Solari, El tesoro de los inocentes, dice: El tonto nunca puede oler al diablo / ni si caga en su nariz.  Creo que el mundo se está volviendo tonto.  Y no puede ver el mal que tiene frente a sus narices: la oscuridad creciente que nubla los valores, la verdad, el bien y hasta la misma humanidad de los hombres que, desdibujada y desnaturalizada, se torna una variable más, juguete de un sistema perverso y tenebroso, en los umbrales de un nuevo totalitarismo.

Todo obstáculo a la luz, produce sombras.


  Por eso, si este mundo se oscurece, no le echemos la culpa a las sombras; pensemos, en cambio, cuántos obstáculos, nuestra sociedad y nuestra cultura, han puesto a la luz.




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