Por X
El
Cristiano debe volver a tomar posición sobre los asuntos públicos, debe hacer
valer sus opiniones, partiendo siempre
desde el respeto y la tolerancia.
Ya no
podemos quedarnos callados, haciendo eco de una persecución que no es tal, sino
que por el contrario forma parte de nosotros mismos. Es nuestro orgullo e
incapacidad para dar testimonio lo que no nos permite salir de nuestras
Iglesias, es nuestra intolerancia la que nos calla y es nuestro poco compromiso
el que nos persigue.
La Religión, hace bastante tiempo, dejo de ser cosa de grandes teóricos y de los sacerdotes, hoy el compromiso del laico es mucho más fuerte, debemos ser mensajeros en el lugar donde nos toca, pero para ello tendremos que comprender nuestra misión; “Los bautizados, en efecto, son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz” (Primera Carta de Pedro).
De esa manera debemos dejar de lado
muchas de nuestras diferencias, perseguir el ideal que nos une no solo como
religión sino también, como seres humanos- los postulados de nuestra Fe no son
cosas nuestras, son verdaderos fundamentos de vida- y junto a la “Iglesia
Institución” fomentar y trasmitir la esperanza del evangelio.
Muchas cosas
se debaten hoy día y el cristiano las mira pasar y cuando se debaten, se parte
de un fundamentalismo fatal, nos olvidamos del respeto, nos olvidamos de la
comprensión, nos olvidamos que nuestro trabajo no es en el Senado de la Nación,
es en la calle, es en nuestra casa, en nuestro trabajo, de que sirve salir a
criticar una reforma al Código Civil si no vamos a poder dar la solución a las
nuevas formas de familias que puedan surgir, hay que estar atentos y no ver
esto como un desastre y una ruptura con la hermosa tradición, sino ver estos
supuestos como pruebas de amor incondicional, de misión y evangelización.
Nosotros ya
no somos una luz inmensa, nosotros somos una luz tenue, opaca y sin brillo.
Dejamos los grandes edificios, nos alejamos ya de la Iglesia magistral, de la
Iglesia del poder político y económico, hoy simplemente somos un montón de
pequeñas antorchas, pero que bien sabemos y bien saben los demás que estamos
ahí y pase lo que pase, nuestra llama y
luz no se va a apagar porque es lo que mantiene vivo nuestros corazones, es lo
que nos da la fuerza y es lo que-cuando sepamos dejar de lado las diferencias-
va a volver a iluminar la vida de los pueblos.
Seamos
conscientes de nuestra lucha y de nuestra misión, somos fuego que enciende a
otros fuegos, luz de vida y camino hacia la salvación.
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