martes, 4 de agosto de 2015

Editorial - INDEPENDENCIA Y DESARRAIGO

Hace un tiempo, un integrante de esta Redacción escuchó una conversación entre dos niños de unos diez años –un gordito sonrosado y un flaquito melancólico-, que a la salida de la escuela esperaban el micro en una esquina. Hablaban de que  sus padres no los comprendían, comentaban la intención de formar una banda de música y barajaban los pros y los contras de irse de sus casas. Luego, el flaquito comenzó a tararear una melodía  y el gordito lo acompañó fingiendo que rasgaba las cuerdas de una guitarra, y entre los dos se pusieron a cantar una especie de rock plañidero que decía:
     -En mi casa no me quieren / y me quiero iiiir…/ pero después / no tengo dónde dormiiir…
     Asombrado, el espectador pensó: “Cuánta sabiduría en tan pocas palabras”.
    La humanidad de hoy parece una bandada en fuga. Con la diferencia de que la bandada, por instinto, sabe hacia dónde se dirige, y nosotros, no siempre. Creemos que nuestra autonomía consiste en cortar raíces, sin pensar en qué tierra vamos a volver a plantarnos.
  ¿Tenemos en claro los compromisos y los desafíos que implica “no depender”? El adolescente responsable, que estudia y se prepara para el porvenir, está forjándose una forma de independencia. El que luego de una discusión con sus padres “se manda a mudar” pegando un portazo y gritando que lo tienen harto y que a él no lo van a ver nunca más… también. Pero ¿qué clase de independencia?
  Un hombre, un pueblo, una nación, pueden considerarse independientes cuando tienen la capacidad de apoyarse sólidamente sobre sus propios pies. No es sólo cuestión de declaraciones. Ni de evadirnos durante el día, para descubrir que a la noche no tenemos dónde dormir.


                                   La Redacción

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