domingo, 17 de mayo de 2015

HERENCIA DE ESPAÑA EN AMÉRICA. IGLESIA, CABILDO, PLAZA.


Nora Pflüger
                               

  La Madre Patria, al fundar nuestras ciudades, nos legó la semilla de la independencia latinoamericana y de gran parte de nuestro ser nacional. 

   España, nuestra Madre nos guste o no, dejó en América tres instituciones que conservan una intensa vitalidad y que jugaron un papel central en la independencia de nuestros pueblos: la Iglesia, la plaza, el Cabildo.

  La construcción de la ciudad “en damero” (léase en criollo “en cuadraditos”, como en el ajedrez), típica de la arquitectura española, permitió la ubicación estratégica de estos tres espacios y le dio a nuestra gente la posibilidad de moverse con fluidez en ellos.

  Las pinturas del 25 de mayo de 1810 que nos mostraban en la escuela, con las reuniones que mezclaban civiles y frailes y la plaza con el pueblo congregado, furioso porque no le daban información ni participación en el debate, más allá de la exactitud histórica, refleja rasgos permanentes de nuestra idiosincrasia nacional.

 Vamos a referirnos brevemente a cada uno de estos legados de España en América, y a su vigencia particular en nuestro país.

 La Iglesia Católica. Una capilla, por lo menos, en cada pueblo. Y las tres devociones viscerales del católico español del siglo XVI: la fe en los sacramentos, el amor a la santísima Virgen, la fidelidad al Papa. Y junto a eso, el clero local, con su cooperación en la independencia de Latinoamérica. La piedad católica, al menos como tradición, como fenómeno de la cultura, caló hondo en Argentina, donde el político más hereje, cuando se ve en las de perder, se vuelve repentinamente “muy católico”, y donde los ateos bautizan a los hijos y van de vez en cuando a Misa “por las dudas”.

  El Cabildo. Era la reunión de los vecinos para solucionar sus problemas entre ellos. Les dio a nuestras comunas una energía que no existe en otras latitudes. De sobra es conocido su papel en los esfuerzos por nuestra libertad. Que entonces fuera socialmente excluyente no quita que haya servido también para escuchar el clamor popular.

 ¿Dónde está hoy el Cabildo? ¿No existe más? Pero, muchachos… vayan a la plaza y miren ahí enfrente. ¿Qué es esa casita con una torre, pero que no es la iglesia? ¿No será la Municipalidad? Si hasta en algunas ciudades la han edificado casi igualita a la del 25 de mayo de 1810…

   El espíritu del Cabildo subsiste en la Municipalidad, con más fuerza de la que habitualmente imaginamos. Sólo eso explica que, en un territorio vasto como el nuestro, dos intendencias rurales se disputen unos metros de tierra, alambrado por medio, en nombre de su “autonomía”, y que las elecciones municipales –asunto casi intrascendente en muchas alcaldías europeas- provoquen aquí desde acalorados debates políticos hasta revuelos a punta de pistola. Ni hablemos de cuando un municipio se alza contra el estado provincial o nacional con reclamos, sobre todo si son legítimos.

  ¿Y qué decir de ese espacio público frente al Cabildo, que en otros lugares es sólo ámbito de paseo y recreación? Hay naciones donde un conflicto agudo se resuelve a través de sesudas y prolijas reflexiones de expertos. En la nuestra… ¡a cazar el bombo –o las cacerolas- y a la plaza! ¿Será solamente “salvajismo nacional” y “pintoresquismo” latinoamericano?

  Ojalá aprendamos alguna vez los argentinos a “cabildear”, en el correcto sentido del término, para buscar la solución a nuestros problemas a través del diálogo, que empieza –y España lo pensó bien- por la colaboración sincera entre vecinos. Pero ojalá también surja de nosotros una dirigencia que sepa ver -en este país insólito en que hasta los ateos van a Misa-, detrás del bombo, de la cacerola y de la bronca, a un pueblo que sigue luchando por su libertad y que todavía quiere saber de qué se trata.






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