viernes, 20 de marzo de 2015

Y a los católicos… ¿Qué nos dice ese viejo libro que guardan en el Congreso?



Una mirada sobre la libertad religiosa y la vida política


Por Juan Pablo Moreno


Antes de empezar con este artículo quiero dejar bien claro al lector que cada vez que me refiera al “Estado” no estoy describiendo a ningún gobierno en particular que haya presidido a la Argentina en algún momento determinado (pasado o actual). Cuando uso la palabra “Estado” me refiero a su definición más teórica de una comunidad social con una organización política común para todos los habitantes de un determinado territorio y con múltiples organismos de gobierno que rigen ante el pueblo.

Si alguna vez tuviste la oportunidad de visitar el Congreso de la Nación Argentina y te ubicaste en el llamado “Gran Hall” o “Salón de las Provincias” quizás te ha llamado la atención un libro que se exhibe allí, custodiado por dos Granaderos. Pero… ¿qué es lo que esos pobres muchachos quietos como estatuas custodian sin mover un musculo? Sin duda notaste que es la Constitución Nacional sancionada en 1853 (que fue reformada siete veces hasta 1994 en donde se reformo por última vez), un documento histórico para todos los argentinos. Estos antiguos papeles son la base legislativa de todo nuestro país. Pero aún sabiendo todo esto, ¿en que nos tiene que interesar esa parva de hojas que custodian esos dos robots? Pues bueno, hay algunos párrafos que a los cristianos nos interesan mucho y nos hacen pensar en cómo se tiene que pastar en la Argentina.

Tanto en la Constitución Argentina como en la de la provincia de Buenos Aires se habla de la libertad de culto (religión), el uso de la libertad religiosa y el sostenimiento o apoyo que el Estado brinda a una religión en particular, es decir la religión que dicho Estado adopta como “oficial”. Cito aquí algunos artículos de estos interesantes libros que nos servirán de disparador para pensar algunas cuestiones:

“Art. 2.- El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano.” (Constitución Nación Argentina)

“Art. 14.- Todos los habitantes de la Nación gozaran de los siguientes derechos […] profesar libremente su culto […].” (Constitución Nación Argentina)

“Art. 7.- Es inviolable en el territorio de la Provincia el derecho que todo hombre tiene para rendir culto a Dios Todopoderoso, libre y públicamente, según los dictados de su conciencia.” (Constitución de la Provincia de Buenos Aires)

“Art. 9.- El Gobierno de la Provincia coopera a sostener el culto Católico Apostólico Romano, con arreglo a las prescripciones de la Constitución Nacional.” (Constitución de la Provincia de Buenos Aires)

Queda claro entonces que tanto nuestra provincia como la totalidad de nuestro país, aunque se trate de un Estado laico, sostiene al catolicismo como su religión oficial. Pero ¿Qué papel jugamos nosotros, los católicos, entonces? Pues bien, somos los que tenemos que hacer respetar estos artículos cada vez que el Estado proponga algo que va en contra de las cuestiones morales de igualdad y justicia, la libertad religiosa, el matrimonio y la familia, y, sobre todas las cosas, el derecho a la vida.

Tanto la Iglesia como el Estado se topan juntos en el intento por asegurar el bien común de todos y cada uno de los ciudadanos; esto lo podemos advertir si le prestamos atención a la similitud de algunos de los mandamientos católicos con las leyes propias de todo Estado: No mataras, no robaras, no darás falso testimonio ni dirás mentiras, no desearas bienes ajenos. El incumplimiento de estas cuestiones son llamados pecados, como lo entiende la Iglesia, o delitos civiles, como lo entiende el Estado, y ambos lo consideran con la misma gravedad.

Quiero dedicar algún párrafo a lo que muchos interpretamos al escuchar la famosa frase de “Estado laico” que he mencionado antes. Me parece importante tener presente, a la hora de hacer mención del termino, la diferencia que existe entre un Estado laico y un Estado laicista: el Estado que se hace llamar “laico” es aquel que no se considera perteneciente a una religión determinada ni tampoco las evade a todas o intenta erradicarlas, sino que ansía articularlas para una vida ciudadana respetuosa; el Estado “laicista”, en cambio, impulsa a borrar todo aquel símbolo religioso dentro de la vida pública. En nuestro país, aunque el Estado es laico, brinda un apoyo especial al culto católico como hemos visto en las citas anteriores de la Constitución Nacional.


Los católicos tenemos entonces una misión muy importante dentro de nuestra vida pública como ciudadanos de un Estado y es defender los derechos propios del ser humano y primordialmente el derecho a la vida, el matrimonio y la familia, el pleno uso de la libertad religiosa (tanto para el catolicismo como para las demás religiones), la lucha por la paz y por la justicia. Estos artículos que hemos citado nos comprometen a involucrarnos más y más dentro de la relación Iglesia-Estado. Entendiendo que la Iglesia no solo es el papa, los obispos y sacerdotes, sino la totalidad del pueblo de Dios que somos también los laicos, y entendiendo también que el Estado no es solo el presidente, los legisladores y los políticos, sino la totalidad del pueblo argentino que somos todos los ciudadanos. Nos invitan a no quedarnos solo con lo escrito en unos papeles, sino a ser protagonistas dentro de una sociedad en la que no siempre los derechos humanos se respetan.

Las tareas políticas y civiles y la participación en ellas es algo que se liga esencialmente a los laicos. Así nos lo decía San Juan Pablo II en su exhortación apostólica Christifideles laici (apartado 42): “los fieles laicos de ningún modo pueden abdicar de la participación en la “política”; es decir, de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común.”

Por lo tanto, respondiendo a la pregunta con la que se titula este artículo, la Constitución nos hace participes de una vida política activa con el fin de usar de nuestra libertad religiosa para representar a la Iglesia católica en todos los ámbitos civiles en los que nos movamos. Siendo esto un desafío muy grande para todos nosotros, ya que vivimos en un tiempo y en una sociedad en los que la libertad religiosa se ve amenazada en muchos sentidos, no debemos practicarla solo en los templos sino vivirla como un derecho civil propio, libremente. Por esto termino este artículo con un fragmento que nos puede dar fuerzas para seguir intentando, con oración y acción, una relación entre la Iglesia y el Estado más amistosa y fraterna.

“La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre.

Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la cooperación entre ellas, habida cuesta de las circunstancias de lugar y tiempo.” (Concilio Vaticano II, GS, Nº 76)

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