viernes, 20 de marzo de 2015

DIÁLOGO INTERRELIGIOSO: ¡CON UN CRIOLLO ES MEJOR!



Por Nora Pflüger

    El Papa Francisco es un argentino como tendríamos que ser todos: tolerante y abierto. Ojalá aprendamos algo de él.

  Los argentinos somos un grupo humano singular. Resultado
de una mezcla étnica pocas veces documentada en la Historia, que debería predisponernos al amor universal, damos por el contrario la impresión de no querer a nadie. Hacemos chistes de gallegos con la misma frialdad que si no tuviéramos nada que ver con nuestros paisanos de Galicia, proclamamos enfáticamente que no somos indios y que tampoco -¡regístrese!- “somos negros”, aprovechamos la sobremesa de un asado -¡estupendo ámbito intelectual!- para
demostrar a gritos que en la Segunda Guerra todos los alemanes fueron unos nazis perversos y en cuanto nos despedimos del dueño de casa y pisamos la calle, empezamos a echar pestes contra los judíos…

  El diálogo interreligioso, que con indiscutible carisma lleva cabo el Papa Francisco, no se hará realidad entre nosotros sin una profunda transformación de nuestras actitudes.

  A mí, como descendiente de una compleja mezcla de alemanes pacifistas (sic), vascos asimilados a Francia, italianos procedentes de Hungría y miembros de “pueblos originarios”, toda expresión de racismo me pone los pelos de punta. Tal vez gatillan en mi memoria las frases de mi abuela mestiza, quien me decí
a, cuando yo era todavía muy pequeña, que las razas que no se cruzan producen a la larga “hijos tontos”, y que esa bobada de la “sangre pura” estaba muy bien para los caballos de carrera y las vacas de cría, pero no para la gente. Porque, cuidado: también hay un prejuicio racial en el mestizo, que lo hace refractario a los que ostentan “pureza de sangre”, una especie de racismo a la inversa, que tal vez he asimilado sin querer…

  Ahora que, si yo me encuentro personalmente con alguien que, sin culpa ni parte, desciende de un árbol genealógico homogéneo (todos alemanes, o vascos, o gallegos, etc.), lo respeto (ya que cualquier árbol genealógico es respetable) y ni se me ocurriría repetirle las barbaridades que me decía mi abuela.

  Recuerdo que el Papa Benedicto XVI, alemán él, pero cabeza de toda la Iglesia Católica, entre otros aportes doctrinales, continuó el diálogo con el  judaísmo iniciado por Juan Pablo II y lo profundizó más todavía teológicamente. Un artículo suyo, titulado “Dos pueblos, una sola Alianza”, publicado en un volumen sobre el Año de San Pablo, lleva el vínculo hasta lo impensado, proponiendo, frente  a la tradicional división de Antigua y Nueva Alianza, una única Alianza de Amor de Dios con los hombres, de la que, según el plan original del Creador, participarían judíos y cristianos.

  Claro está, eso pasó desapercibido en estas tierras, porque para nuestra petulante ignorancia, total, “el tipo era un alemán”. Estaba el público más interesado en descubrirle al individuo un “pasado nazi” que en atender a sus esfuerzos como Pastor de las almas. Señalar esto me costó, hace varios veranos, una controversia muy fea con un poderoso matutino porteño, al que tuve la audacia de enviar una carta de lectores, además del suplicio de aguantar, en una reunión social (de ésas a las que uno concurre porque no le queda más remedio) a una desubicada que dijo que el Papa Benedicto se hacía pasar por tolerante porque tenía… ¡un complejo de inferioridad por ser alemán! Complejo de culpa, por lo de la guerra  y los nazis,  puede darse, pero… ¡de inferioridad, un alemán! Hay que ser una despistada grave para hablar en esa forma…

  Ahora –qué alivio para algunos, miren ustedes-, el Papa en ejercicio no es alemán. Aunque los ingeniosos que nunca faltan hayan querido verle relación con la última dictadura militar, al menos está a salvo de la trillada vinculación con la Segunda Guerra y los nazis. El Papa Francisco es argentino, pero un argentino como Dios manda, como seguramente Dios nos pensó cuando planeó o permitió la “mezcla” de la que provenimos: abierto, ecuánime, comprensivo, dispuesto al diálogo con todos los hombres. Ojalá nos enseñe algo. Y ojalá también la cercanía humilde, discreta y casi invisible del Papa Benedicto sea el complemento ideal para su misión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario