“¡Ah!
De la Luz las hijas/ somos muy delicadas. /Miedo esa hija de la Noche da…” (De
la canción del personaje de Nydia al comienzo de la novela de Bulwer Lytton).
En un
día cualquiera del año 79 d.C., una joven de aspecto frágil atraviesa las
calles de una ciudad del Sur de la península italiana. Lleva un bastón, pero no
se apoya en él, como los ancianos y los lisiados, sino que lo extiende hacia
adelante, en sentido oblicuo a su cuerpo, y explora el suelo con un movimiento
de péndulo, dando ligeros
golpecitos sobre el empedrado romano. El paso de la joven se parece un poco al andar del sonámbulo, pero hay en su porte una áspera determinación que no se puede confundir con la lasitud de quien camina dormido. Es ciega.
golpecitos sobre el empedrado romano. El paso de la joven se parece un poco al andar del sonámbulo, pero hay en su porte una áspera determinación que no se puede confundir con la lasitud de quien camina dormido. Es ciega.
Al
fondo, un volcán tranquilo (¿o estará solamente echándose una siesta?), fuma su
pipa irónica, y cada tanto regala a la ciudad un temblorcillo de ésos que
muchos consideran que no son para asustarse. Hace muchos años que el Vesubio no
se enoja, pero… ¿y si se enoja?
Como en
los días de Noé, como en los días de Sodoma y Gomorra, la gente de Pompeya
come, bebe, danza, explota al prójimo y despilfarra la vida… hasta que al
Vesubio se le termina la paciencia, estalla… y obliga al ser humano a definirse,
a demostrar cuánto vale realmente cada uno y sobre todo, por qué valores está
dispuesto a jugarse, en medio del “sálvese quien pueda”.
La
novela de Edward Bulwer Lytton, publicada en 1834 –y de modo más directo, las
adaptaciones cinematográficas del siglo XX-, muestran a la incipiente comunidad
de los cristianos, con sus valores de fraternidad y solidaridad, como una
alternativa ante la decadencia moral del paganismo. Pero en cualquier versión,
la angustia anticipada de Nydia, la esclava ciega, que no puede ver el volcán
pero lo percibe mejor que los demás, atraviesa la trama, en tanto los temblores
del Vesubio se van entrelazando con su propio drama personal.
Nydia
es esclava de Glauco, un joven de origen ateniense. A Glauco le gusta Ione, una
mujer muy bella, que participa del culto pagano a la diosa Isis y que anda en
vueltas con la fe y el amor, que sí que no, que no que sí, que “ni”, y eso a
Glauco, naturalmente, lo pone cada vez más nervioso… pero claro, se la puede
disculpar porque es tan bella… etcétera. La pobre Nydia está enamorada de
Glauco, pero el candidato es tan vivo que no se da cuenta de nada ( hay tontos
en todas las épocas de la Historia) y no tiene mejor idea que usar a Nydia –que
total, es esclava y ciega- como portadora de sus cartas de amor para Ione. La
situación de Nydia, entre los impulsos de su corazón y la “obediencia debida”,
es de un sadismo sentimental más escalofriante que el mismo terremoto.
No es
de extrañar entonces que a partir de la primera versión cinematográfica, a
comienzos del siglo XX, el público sencillo se haya identificado con Nydia, la
mujer desvalida y explotada, aunque el protagónico perteneciera al personaje de
Ione. Y eso, más allá de que el desenlace haya ido variando en manos de los
distintos directores, desde la muerte de la joven, que luego de ayudar a Glauco
se arroja al mar –y que correspondería a la idea original de Bulwer Lytton-,
hasta el final de la serie de 1984, en el que Nydia sobrevive junto a la gente
a la que ha auxiliado, y encuentra el amor en Lydon, un gladiador que la quiere
pero con el que hasta ese instante eran “simplemente amigos”.
En
cualquier caso ¿qué hace Nydia con Glauco y con Ione, y tal vez con otros, en
medio de la lava del Vesubio? Uno creería que, de la rabia, podría haber dejado
que se convirtieran en milanesas… pero
ella es tan buena que… ¡los salva! ¿Y cómo los salva, si es una “pobre
cieguita”? Precisamente por eso, porque es ciega, y las tinieblas no son para
ella un obstáculo. Así, los guía hacia la playa, hasta la barca que les
permitirá escapar.
Entre
muchos diálogos y adaptaciones al cine (de mejor y peor gusto), a mí me
impresiona la frase que pronuncia Nydia en la serie de los años ochenta: “Yo
los guiaré… desde niña sé caminar en la oscuridad”. Esa chica que daba miedo
por su desgracia (ver el fragmento de la
canción, bajo el título de esta nota), se convierte para sus hermanos en un
puente hacia la vida.
Tal
vez, en este momento en que nuestra Tierra se sacude con temblores de todo
tipo, y en que discutimos tanto, como Iglesia, qué clase de comunidad tenemos
que formar, sería bueno recordar que Dios elige a los pequeños y a los débiles
para confundir a los poderosos, y que desde la llegada al mundo de su Hijo, “ya
no hay judío ni griego, ni esclavo ni hombre libre”, sino que, como dice San
Pablo en su Carta a los Gálatas, estamos
llamados a ser todos “uno solo en Cristo Jesús”