Por Francisco Andres Flores
Entre todas
las dudas que nos acosan en esta vida,
solo podemos encontrar una sola e irrevocable certeza: que algún día
moriremos. Ironía o ley molesta,
incómoda, pero es así. La única certeza
de la vida es que, más tarde o más temprano, se termina. Todo lo demás: un tránsito guiado por el
azar, o el destino, o la voluntad de Dios, o la libertad humana autosuficiente,
o un poco de todo eso; o lo que sea que el hombre intente balbucear para
explicar algo que, en el fondo, sigue siendo un misterio: la vida del hombre.
Desde aquel
lejano momento en que la Tierra se vistiera con “las desconocidas figuras,
transformadas, de los hombres” (Ovidio, Metamorfosis I, 88), innumerables veces
las primaveras han sucedido a los inviernos; sin embargo, el otoño caerá
inexorable sobre nuestros días, y todo lo que alguna vez tuvo vida cederá a las
sombras y al silencio. Eso nos lo dicen
la experiencia y la historia, y también la evidencia inobjetable de tantos que
nos han precedido en el vital camino y el aliento póstumo. Porque “una misma ley nos avisa que todos
tenemos que dar, en las mismas condiciones, el último suspiro; y que en la
muerte de los otros debemos llorar nuestra propia muerte” (Aurelio Prudencio,
Himno 10, 65-68).
Toda esta
introducción es para hablar de Christian.
Lo conocí hace varios años, cuando coincidimos tocando en un festival de
música. Desde entonces compartimos
innumerables charlas y conversaciones por chat, siempre con dos denominadores
comunes: la fe y la música. Él era el
líder de Éxodo Gospel, una banda uruguaya de metal cristiano, y como buen fana
de Metallica “curtía” las distorsiones y la adrenalina del rock con
honores. Algunos se preguntarán (y
muchos se lo preguntaron a él mismo en su momento) cómo es posible conjugar
cosas que en un principio parecen irreconciliables: el rock-metal y el
cristianismo... La respuesta en él era
sencilla: amaba ambas cosas, el rock y el metal como expresión artística, y el
cristianismo como camino salvífico. Y
las vivía juntas. Con la misma
adrenalina que tocaba rock vivía su fe en la Iglesia Católica. Nada más simple que la sinceridad de la fe y
los sentimientos en movimiento.
Varias veces
compartimos escenario. La música nos
llevó, en más de una oportunidad, a “cruzar el charco”, y así pudimos disfrutar
de su hospitalidad en Montevideo, “su” ciudad.
Allí era local de veras. Todavía
tengo fresco el recuerdo del recital que compartimos hace año y pico en la
playa, bajo un cielo eterno frente al río; y, luego del recital, una caminata
interminable juntos por la rambla montevideana, cuando el sol ya se había
ocultado, llevando instrumentos y bolsos como beduinos. Y para variar hablando de la fe y de la
música. Esa noche dormimos todos
apilados en su departamento y le saqueamos la alacena... Aún somos deudores de su generosidad.
Tanta energía,
sin embargo, escondía la debilidad intrínseca de los hombres. Silente pero inexorable el cáncer
avanzaba. Muchos sabíamos que convivía
con él, pero casi ninguno de nosotros imaginó un desenlace tan pronto. El último tiempo no hablamos mucho: el
laberinto virtual a veces en vez de conectarnos nos separa; mientras yo peleaba
aún con Minotauro, él desandaba el hilo sutil hacia la libertad... Hace apenas unos días, cuando entre las
diagonales todos trajinábamos nuestra rutina insulza, Christian empacó sus canciones y sus sueños
para un destino mejor que el nuestro.
Quedarán pendientes para siempre su visita a La Plata, las grabaciones
conjuntas y mil toques soñados pero imposibles.
Quedará también el sabor amargo de enterarnos de su muerte a la
distancia, y la herida abierta de una despedida que no pudo ser.
La vida es un
viaje breve. En él, Dios ocasionalmente
nos bendice con personas que nos acompañan y nos inspiran. Christian, en el mío, fue uno de ellos. Sólo que el viaje se nos hizo demasiado
breve. Va una oración por su memoria:
para pedir por él, y para agradecer el breve viaje que nos unió. Nos consuelan los versos de Prudencio:
“¿Qué quieren decir los
sepulcros cavados en roca viva, qué significan los hermosos monumentos, sino
que a ellos se les confía algo no muerto, sino entregado al sueño?
Esto desea la piedad
intuyente de los cristianos, confiada en que pronto volverá a la vida todo
cuanto ahora oprime la fría muerte.” (Himno 10, 53-60).
De+.