Para
formar comunidad, no basta decir que el hombre es por naturaleza un ser social.
Hace falta superar el individualismo, luchar contra nuestras tendencias
egoístas, incluso renunciar a algunas satisfacciones por el bien de los demás.
En
nuestro país, estamos acostumbrados a exigir que la sociedad satisfaga nuestras
necesidades, pero no nos hemos educado
para respetar la “cosa pública”, y eso se advierte todos los días, desde la
asquerosa desprolijidad que dejamos en
los baños de uso común hasta el destrozo de las luminarias de la calle… y así
andamos, hasta que alguna catástrofe nos moviliza el
corazón (o los pies) y nos recuerda que no podemos sobrevivir solos.
corazón (o los pies) y nos recuerda que no podemos sobrevivir solos.
¿Habrá
que esperar a que lluevan piedras para empezar a cuidar el techo que nos cobija
a todos? ¿Será necesario que caiga azufre del cielo, como en Sodoma y Gomorra,
para valorar lo que significaba vivir en una civilización, cuyas leyes
transgredíamos sin pensar en las consecuencias? ¿Y qué tal si a algún volcán a
aparentemente manso se le ocurriera despertar de golpe de la siesta, como en
Pompeya? ¿Cuál sería nuestra reacción? ¿Sacrificarnos por salvar al prójimo, o
salir disparando?
Esfuerzo, valentía, renuncia, paciencia, tolerancia… son las antiguas
virtudes, las virtudes de siempre, las que pueden edificar en nosotros la auténtica condición de “seres sociales”.
La
Redacción