Por X
“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos. De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban. Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo. Al oírse el ruido, se reunió una multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propio idioma…” (Hechos de los apóstoles).
Un
ruido como de viento huracanado fue el desencadenante de tamaño relato, un
ruido que en definitiva es Dios, un momento que permitió un encuentro
intercultural y un momento clave en la vida de la Iglesia.
Los
apóstoles, encerrados tras la ascensión de Jesús a los cielos, se encontraban
esperando ese momento, me imagino sus caras y sus preocupaciones, el silencio
imperante en aquel instante seguramente no permitía descanso, afuera estaba un
mundo entero que quizás no sabía de Jesús o era descreído. Ellos también
sintieron ese ruido y sin dudarlo, se acercaron hacia de donde provenía.
El
ruido parece algo extraño a nosotros, incluso un elemento difícil de
decodificar, el ruido puede ser molesto e incomprendido a veces, también,
seguramente, llama la atención o nos motiva a tomar decisiones intempestivas.
El
aporte que comparto se refiere a los ruidos, los ruidos que escuchamos los
católicos y el ruido que escuchan aquellos que no comparten nuestra Fe o no la
practican.
Comencemos
por estos últimos. Cuántos de esos, seguramente amigos nuestros, han escuchados
ruidos que lo han hecho alejar de la Fe, podemos enumerar algunos: pedofilia,
riqueza, doble moral o doble discurso, Obispos sordos ante las necesidades del
pueblo, jerarquías amigas de los poderes de turno, etc. ¡Cuántos ruidos han
escuchados nuestros amigos¡ ¿Pero, estos sonidos, fueron de Dios?
Luego,
¿qué ruidos escuchamos los piadosos orantes de la palabra? Ninguno, solo
aquellos como los de las campanas, los de la iglesia, los del chusmerio barato
de “quien quiere ser más amigo del cura”, los de los Obispos dando cátedras en
sus homilías, etc.
Al
parecer nosotros, los católicos, fuimos tales en grandes persecuciones, en los
martirios, en los momentos desesperantes, cuando se tocaban algún interés
primordial de la vida burguesa o cuando algún gobierno de turno nos tocaba el
bolsillo.
Definitivamente,
hablar del ruido que escucharon los Apóstoles, es hablar de Dios. El Espíritu
Santo, fue aquél ruido memorioso que permitió a esa primer comunidad cristiana
salir al encuentro de la muchedumbre.
El
mismo Dios, fue el que movilizó a la gente y la colocó delante de ellos.
Hoy
día, el único sonido que escuchamos es el del materialismo, el de la
corrupción, en definitiva el que no viene de Dios, cuantos bullicios de Dios
dejamos pasar de lado por nuestra inoperancia, cuantos buenos samaritanos
existen que nosotros no respetamos por nuestra incapacidad de amar al prójimo.
Es momento de sentarnos y escuchar el ruido que proviene del Creador, esos que
nos motivan a salir al encuentro, tales como la cultura, la naturaleza, la
pobreza, la exclusión, la violencia, la paz, etc., ruidos que muchos de
nuestros hermanos escuchan y hacen una verdadera opción.
No
debemos quedarnos encerrados, afuera existen personas que nos necesitan de
verdad, no podemos hablar de Misión cuando estamos enfrascados en divergencias
morales, debemos ser prácticos, estar con los más necesitados, hablar en sus
propias lenguas y permitirnos un verdadero diálogo de paz y fraternidad.
El
bullicio de hoy, es Dios pidiendo a gritos compromiso, amor e igualdad, ruidos
que compartimos con toda la humanidad que espera un gesto significativo de nosotros.
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