Por Juan Ignacio Salgado
“Hay una
juventud que se pierde por falta de ayuda…
Y es
necesario tenderles la mano”.
Lo
importante no es llegar, lo importante es el camino, canta el gran Fito Páez, y
casi puedo decir que estoy de acuerdo con él, si es que él entiende como yo,
que lo importante del camino es el lugar al que nos lleva, lo importante es
cuál es el punto final de ese camino, porque es ese punto final el que da
sentido y valor al mismo, es decir, lo importante del camino es hacia donde se
dirige.
Alicia,
durante su estadía en el País de las Maravillas pregunta al Minino de Cheshire
“¿podrías decirme, por favor, cómo hago para salir de aquí? ¿Qué camino debo
tomar?”, a lo que el Minino responde, que todo depende del lugar al que quiera
ir. “La verdad es que me da igual” dice nuestra niña perdida. “Entonces da lo
mismo cualquier camino que sigas” sentencia finalmente Cheshire.
Si no
tenemos a dónde ir el camino no importa en lo más mínimo. Y se me ocurre que
este es uno de los problemas más importantes de nuestros días y de nuestros
jóvenes.
“La
juventud está perdida” es una frase que podemos escuchar bastante seguido en
boca de cualquier hijo de vecino, y como muchas veces pasa, es posible que el
sentido común del hombre sencillo de la calle no se equivoque, y la juventud en
nuestra patria este perdida realmente, tal como lo estaba Alicia en el País de
fábula creado por Lewis
Carroll. Y desde su desorientación existencial esta juventud nuestra de cada
día repite a los cuatro vientos la misma pregunta que le hizo Alicia al Minino
de Cheshire, “¿cómo salimos de aquí? ¿Qué camino debemos tomar?”.
Ante esta
pregunta, en apariencia simple, las respuestas que reciben estos jóvenes son
mútiples.
Una parte
de la sociedad, que parece ser bastante grande por lo que se ve en los medios
de comunicación, responde simplemente y sin despeinarse “da lo mismo cualquier
camino que tomen, lo importante es que sean libres”. Que es más o menos lo
mismo que decir, “hace lo que quieras, es tu camino, es tu vida, es tu
problema”. Pero siempre se da esta respuesta disfrazada positivamente, como un
acto de amor. En este mundo donde se pondera la libertad cómo único valor, en
esta cultura de individualismo hipertrofiado que según dice es la que
caracteriza este pequeño pedacito de historia que nos toca transitar, hay
quienes defienden la idea de que no hay caminos buenos ni malos. Que todo depende
de la voluntad y del deseo de cada uno.
Parece
ser que hay quien sostiene y cree que nuestros actos no tiene consecuencias
sobre los actos de los demás, que si alguien elige destruir su vida es su
decisión y su responsabilidad, y que el resto de nosotros como individuos y
como sociedad no somos responsables ni tenemos culpa alguna sobre el camino que este individuo eligió. Y a
veces, nos gusta creer que esto es cierto, aunque en el fondo sabemos que no es
más que un lavarse las manos consensuado para continuar con nuestro estilo de
vida sin que la conciencia nos moleste demasiado. Si mi hermano se pierde
problema de mi hermano.
Pero por
mucho que lo repitamos y por más esfuerzo que hagamos por creerlo, en el fondo
de nuestro corazón escuchamos la vos de Dios que nos dice “si tú no hablas para
advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado morirá por su
culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre” (Ezequiel 33, 7-9).
Esta
actitud se ve claramente reflejada, por ejemplo en el debate que se instala
cada vez con mayor frecuencia sobre el tema de despenalizar el consumo de
marihuana, cuando se intenta presentar esta droga como un bien o se argumenta
que al despenalizarla se hará un bien porque disminuirá el narcotráfico y el
consumo. El Papa francisco dejo en claro en
estos días hablando de este tema que “la droga no se vence con la droga. La
droga es un mal y ante el mal no se puede ceder”
Hay otra repuesta habitual y estandarizada
que se repite cada vez que se habla del problema de la juventud sin rumbo, es que la
solución es la educación, que en el fondo todo es un problema de educación. Lo
que es en rigor, maravillosamente cierto, si no fuera que nos queda por definir un detalle importante, ponernos
de acuerdo en que clase de educación es la solución.
Mons.
Thihámer Tóth dice que
Educar es “inclinar la voluntad del hombre de suerte que en cualquier
circunstancia se decida a seguir sin titubeos y con alegría el bien.”. Esta definición, que me parece
además de hermosa, sumamente acertada, nos
deja una vez más ante un nuevo problema que resolver, el problema de que es el
bien.
Y he aquí
el meollo del asunto. Ya lo decía el enorme Chesterton, y cito, “Todas y cada
una de las modernas expresiones populares e ideales constituyen artimañas
destinadas a minimizar el problema de lo que es el bien. Nos encanta hablar de
Libertad, de Progreso y de Educación y eso no es más que un truco para evitar discutir
sobre lo que es bueno”
Y hasta
que no resolvamos esto no podremos avanzar por ningún camino a paso cierto y
mucho menos indicarle a otros que camino deben seguir. Porque como decíamos al
principio lo importante del camino es hacia qué lugar nos conduce, y sólo aquel
que nos conduzca a lo que es bueno será el camino correcto.
Por eso,
la única respuesta correcta que podemos dar para esta generación en crisis es
una respuesta moral. Debemos romper con la dictadura del relativismo y tomar la
bandera de los valores eternos que están inscritos en el corazón de todo hombre
y enarbolarla bien alto para
marcar el camino y ser luz de todo aquel que esté perdido y no encuentre la
salida. Construir la
cultura del encuentro, construir la paz, defender al inocente, no ceder ante el
mal, promover la virtud y buscar siempre, en toda circunstancia con alegría y
sin titubeos el bien.
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