Conocer
nuestras capacidades, salir de nosotros mismos… y lanzarnos a la tarea que se
nos ha confiado.
“El
mundo se derrumba” –expresaba alguien en una de las últimas escenas de un
clásico del cine- “…y nosotros preocupados por nuestros problemas personales…”
La
frase (mejor o peor traducida) intentaba abrir una perspectiva de superación
del egoísmo sentimental, para una misión a favor de la humanidad.
Han
pasado muchos años de aquella escena y a nuestra Redacción le ha resultado
difícil, en este complicado junio de 2014, encontrar, tanto en los libros como
en los medios electrónicos, una definición de “misión” que contemple
profundamente la dimensión humana. Es como si todo se redujera a ser exitoso y
eficiente. Para muestra, baste la noción de “misión empresarial”, muy de moda
últimamente en la industria: “un componente del proceso de planeamiento de la
estrategia de la empresa”. Nótese lo de “estrategia”, que no tiene desperdicio…
¡como si fuera un campo de batalla!
Tal
vez, para volver a encontrarnos con el verdadero sentido de la palabra
“misión”, tendríamos que hablar de “vocación” y “envío”.
Vocación: llamado interior (para los creyentes, de parte de Dios) para
cumplir una tarea en bien del prójimo. La descubrimos en nuestros talentos y
posibilidades. No se limita a la vocación religiosa. Me puedo sentir llamado a
ser médico, maestro, artista, padre o madre de familia…
Envío: mi vocación me empuja a salir de mí mismo, con amor y entusiasmo,
para cumplir mi compromiso con mis hermanos, y a seguir adelante, a pesar de
las dificultades y los fracasos.
Ojalá
descubramos la alegría de ser misioneros auténticos, enviados al mundo no para
cosechar aplausos, ni para resolver no sé qué problemita privado, sino para
servir desinteresadamente a los demás.
La Redacción
No hay comentarios:
Publicar un comentario