martes, 27 de agosto de 2019

CIVIBUS CIVITATIS - Decálogo del ciudadano pensante

Por Francisco Andres Flores

1- No todo lo que dicen los medios es verdad.  No son ni pueden ser, en un debate sincero y racional, el parámetro de la verdad y la realidad. 

Se ponen en ese lugar ejerciendo la pretensión de ser los únicos interlocutores válidos de la realidad, los mediadores entre el hombre común y la realidad cada vez más lejana.  Pero no es así: existen libros, universidades, estudios de campo, trabajos, y, obviamente, la experiencia directa, que es irreemplazable.  Si dejamos todo eso de lado, estamos mirando el mundo por la estrecha ventana de una pantalla, y creemos que la realidad es solo lo que cabe en ese pequeño marco.

La realidad no se limita a lo que dicen los medios, y lo que dicen los medios no expresa necesariamente la realidad; y lejos están de abarcarla, a pesar de las pretensiones de la panmedia.  El problema de los medios no es que se posicionen como interlocutores o como un discurso válido, sino que se interponen como el único interlocutor válido entre el individuo y la realidad, y pretenden monopolizar la producción, transmisión e interpretación del discurso y de toda interlocución.
Los medios no surgen de un repollo: tienen intereses, dueños, ganancias, mercados, etc.  No son medios de comunicación, la comunicación va y viene: son medios de formación de opinión, de reproducción del espectáculo oficial y, sobre todo, de producción.  Ya no fábricas, no se producen cosas sino ideas y conocimientos separados de la realidad en una ficción panmediática destinada a controlar y manipular, en la cual la verdad es solo un momento en la dialéctica de la mentira (Debord), una refictio (o reality-fiction) política y social, algo así como una telenovela guionada que mantiene a toda la sociedad en una especie de ensoñación colectiva, con su buenos y malos, su ética, su lógica, y la sutil coerción de pertenecer o quedar fuera de esa realidad alienada que sucede en las pantallas.
Cada vez se hace más imperioso analizar críticamente y deconstruir el contenido y el rol de los medios, incluyendo las redes sociales, para descorrer el velo panmediático del sistema y volver a tomar contacto con los latidos vitales de la realidad, con sus necesidades, sufrimientos, y con sus potencialidades de oportunidades y nuevos caminos.

2- Los conceptos de verdad y de realidad, en la sociedad de la apariencia, no tienen relación con esos mismos conceptos en el ámbito de la ciencia y de la filosofía: son apenas su caricatura. La pretensión, sin embargo, de algunos actores sociales o medios de comunicación, de ser los oráculos de la verdad y la realidad, aceptada pasivamente por una gran parte de la sociedad, es su fuente de credibilidad y poder; y es una forma de dominación cuyo partenaire necesario es el ciudadano que renuncia, por comodidad, moda o presión social, a ejercer su juicio crítico.

Podríamos pensar que tal vez la gente sucumbe a una falacia de autoridad, “ad verecundiam”, o que busca la “aurea mediocritas” de Horacio, una especie de equilibrio que ahuyenta conflictos, pero en realidad es una decisión consciente de no tomarse el trabajo de pensar e indagar, aceptando pasivamente el discurso hegemónico (podríamos inventar una nueva especie de falacia: “ad comoditatem”, la aceptación de supuestas verdades solo por comodidad y por no tomarse el trabajo de revisarlas), cuando no una verdadera incapacidad para hacerlo (falacia “ad mediocritatem”, en el peor de los sentidos: aceptación pasiva e indolente de supuestas verdades, por lisa y llana mediocridad intelectual).
En la sociedad de la apariencia, verdad y realidad son categorías de un texto o relato cuyo contenido viene dado por el relato mismo y su contexto.  Un texto no es verdad si se corresponde con la realidad; al contrario, la verdad es tal si produce la realidad que el texto describe.  La verdad es engendrada por el texto-guión, y es verdad propiamente en cuanto produce una visión del mundo objetivada que se impone como real, no importa si las cosas lo confirman o no (en definitiva las cosas están lo suficientemente lejos de los individuos como para que estos jamás puedan verificar o refutar algo; y si pudieran, difícilmente tengan el tiempo o las ganas o los recursos para hacerlo).
La verdad en sentido estricto no procede de la política, ni del derecho, ni del mercado, ni de los medios, ni del espectáculo o las formas masificadas del arte; aunque, claramente, esos ámbitos se presentan como productores de verdad y realidad; o, mejor dicho, como reproductores del guión de la verdad y la realidad ficcionadas del sistema.

3- No todos los políticos son chorros, de la misma manera que no todos los policías son corruptos, no todos los gremialistas son mafiosos, no todos los empresarios son insensibles, no todos los maestros viven de paro o licencia, no todos los curas son pedófilos, no todos los beneficiarios de planes sociales son vagos, no todos los que van a una marcha lo hacen por el chori y la coca, no todos los villeros ladrones ni todos los ricos oligarcas, y un enorme etcétera de generalizaciones banales cuya sola mención, estimado lector, lo excluye de la categoría que intentamos describir.

La generalización, además de ser otra falacia, es esgrimida por quienes buscan descalificar un colectivo de personas sin más intención que causar daño y calumniar.  Y no tiene ninguna relación con una búsqueda sincera de verdad o justicia: es solo un ariete ideológico, hábilmente usado por los productores de contenido y por los medios, al cual lamentablemente se suma mucha gente por decepción o por bronca.  Pero en un debate racional y sincero (si es que eso fuera posible en la política argentina), no puede permitirse la generalización como mecanismo de caracterización de un partido, sector o movimiento; menos aún como forma de descalificación de personas.  Esa forma de generalización despectiva y maliciosa ha sido frecuentemente un punto de partida de persecuciones, abusos y atropellos.

4- No hay que confundir Estado con Partido Político ni con Gobierno, ni viceversa: son tres cosas absolutamente distintas, aunque a veces entren en contacto.  Si alguien no puede definir estas tres cosas mínimamente, que  opine lo que quiera; pero que se abstenga de pretender cierto rigor en sus opiniones y elecciones.

El Estado es una institución que emerge de la sociedad, y está a su servicio.  Un Partido Político es una organización que se conforma con el fin de canalizar la participación ciudadana y las ideas de un sector social; y puede, si gana una elección o por alianzas, conformar algún tipo de gobierno.  Y Gobierno es quien por un tiempo limitado debe ejercer el mandato popular.  Pero todo emerge de la comunidad, y está ordenado a ella.  Y aunque puedan coincidir (un Partido ser Gobierno y manejar el Estado) es solo por un tiempo, o al menos así debería ser en un clima institucional saludable.  Y es fundamental poder distinguirlos para prevenir desviaciones.  La desnaturalización de los Partidos Políticos en meras plataformas de acceso al poder, y del Estado en una especie de superestructura agobiante y desconectada de los ciudadanos (o en el Leviathán de Hobbes), y del Gobierno en un espacio de privilegios demagógicos o de títeres de corporaciones, son los síntomas evidentes de una profunda crisis institucional y de cómo los conceptos básicos de la democracia han sido vaciados de sentido y manipulados para bien de una casta burocrática al servicio de ocuros intereses transnacionales.

5- El Estado democrático bien entendido no puede ser opresivo, ni limitarse al papel de árbitro o mero regulador.  De hecho cualquier desplazamiento hacia ambos extremos recorre el cuerpo de una serpiente que se muerde la cola: un Estado que se desliza hacia lo opresivo se vuelve un regulador omnipresente, y un Estado meramente regulador se vuelve opresivo sutilmente. 

Un “mandatario” lleva tal nombre no porque mande, sino porque recibe un “mandato”, que emana del pueblo.  Y ese mandato es precisamente servir a la misma comunidad que se lo otorga: no es un cheque en blanco.  La formalidad legal no alcanza para justificar las acciones de gobierno: es necesario lo que Bartolomé de las Casas llamaba (en De potestate regis, como bien explica Dussel) “consensus populi”, el consenso del pueblo, sin lo cual un gobierno torna mera formalidad.  Un Estado, sea opresivo o meramente regulador, en ambos casos, evade el consenso popular: son las dos caras de una misma moneda; de un lado el César y del otro un valor caprichoso, los rostros complementarios de un mismo tipo de dominio (“imperium”) sistemático.

6- La división de poderes no es una mera división laboral o una forma de licuar el poder absoluto del Estado: responde a tres realidades concretas necesarias para la vida ciudadana y su participación.  Si se alejan del ciudadano, si para acceder a ellos el hombre común debe recorrer un laberinto al final del cual no está la libertad sino el Minotauro, si el hilo de Ariadna en vez de llevarnos a la salida nos enreda, entonces la democracia se vuelve mera ficción y Populismo y Oligarquía se dan la mano. 

En la actualidad esa lejanía con el ciudadano es patente: los tres poderes se han vuelto estructuras cerradas que se retroalimentan, y que reproducen privilegios de clase y desigualdades preexistentes.  No alcanza con que dividan el poder central, o tengan cierta independencia entre ellos, ni siquiera con que atiendan los problemas de la sociedad: deben ser verdaderos ámbitos de participación, con acceso de todos y mecanismos transparentes.  Si la justicia, las leyes y el gobierno son arcanos y misterios vedados al hombre común y reservados a una casta elitista y sacerdotal, entonces todavía gobierna el Faraón y nunca cruzamos el Mar Rojo.  El mar, sin embargo, tarde o temprano se abrirá.  Y habría que pensar tal vez en nuevas formas republicanas donde los poderes estén más democratizados; o tal vez con más poderes, que garanticen una efectiva participación de la comunidad en la vida social y política.

7- El que piensa diferente a nosotros no es un enemigo; a menos que su pensamiento sea
destruirnos, y en ese caso ya no hablamos de diálogo sino de otra cosa.  Si la diferencia es que opinamos distinto, lo que nos separa no es una trinchera, ni una grieta, sino una distancia natural y absolutamente saludable entre diferentes perspectivas y experiencias que, lejos de destruirnos, nos enriquece.

En Argentina la famosa “grieta” es histórica, y la podríamos aplicar a muchas cosas.  Una lista rápida y descuidada nos trae a la memoria a: unitarios y federales, conservadores y radicales, peronistas y antiperonistas, Boedo y Florida, Boca y River… la lista es larga.  Pero hay algo peor que la existencia de grietas: el pensamiento monolítico.  La pretensión de una “identidad nacional”, o de que no debemos discutir, nos ha llevado muchas veces al callejón del pensamiento único (en realidad, un pensamiento hegemónico que se impone como único, que pretende serlo); y creo que la presión mediática sobre la “grieta” (y la acusación tan trillada de fomentarla, dicha de manera irreverente, hacia quien opine distinto) ha sido una forma sutil de imponer un pensamiento único, una forma de estigmatizar el disenso, y no cualquier disenso: determinado disenso de orden social y político que particularmente molesta al pensamiento hegemónico.
Pero una grieta no es una barricada, sino un accidente natural del terreno, y corresponde y está buenísimo que existan; el tema es qué hacemos con ella: si armamos una trinchera o tendemos puentes.


8- El bien común no es una ficción, ni un slogan, ni una perspectiva idealista o utópica: debería ser el sentido y culmen de todo esfuerzo social humano.

La idea de la política como conflicto favorece a los poderosos, que son los que tienen los medios y las posibilidades de vencer en los conflictos.  Si los intereses son genuinos, no hay conflictos de intereses.  Y esos intereses son genuinos cuando se basan en derechos y no en ambiciones o búsqueda de ganancias desmedidas.
El bien común es posible cuando se fortalecen los lazos fraternales, que son el entramado de toda comunidad.  El sistema sin embargo desgasta o corta esos lazos con frecuencia, como estrategia de dominación y como forma sutil de empujar a los ciudadanos, por temor o conveniencia, a los brazos de la única certeza que los medios no discuten, lo único sólido que no se tambalea: el entramado del sistema mismo.  Por eso el sistema y sus medios de propaganda discuten toda certeza: porque pretenden que el sistema, con su estructura actual, sea la única.
Si los hombres que reman logran ignorar a las sirenas panmediáticas, si Odiseo encuentra certezas sólidas donde aferrarse, entonces los lazos fraternales podrán reconstruirse y un destino común será posible en la búsqueda de un bien de todos y para todos.

9- El voto debe ser una elección racional y meditada, y no basarse en la bronca o el descarte. 

Toda motivación psicoafectiva proviene del territorio donde impacta la presión panmediática y su ficción: cualquier sensación o sentimiento que provenga de esta zona deberá pasarse por un tamiz racional antes de canalizarse en una opción o acción política.  Opinar puede opinar quien quiera de lo que sea; pero si vamos a buscar fundamentos válidos de opciones y acciones políticas, no pueden venir de ese territorio oscuro y manipulable.  Los guionistas y productores de la realidad saben ésto y lo utilizan profusamente, concentrando la presión ficcional en esa zona y disparando o suavizando las reacciones sociales, sea que convengan o no la dirección de la telenovela política.

10- En un estado de derecho debe ser una preocupación constante la defensa de todo derecho, incluso del más insignificante, o el de los más insignificantes.

No puede haber derechos que avasallen derechos ajenos.  Si avasalla derechos, no es un derecho, sino el comienzo de una nueva opresión.  Un capricho.  La absolutización de la voluntad del individuo ha creado una especie de microabsolutismo, donde cada individuo pretende ser monarca, juez y legislador.  La mayor victoria del nuevo absolutismo es hacer creer que ésto es una liberación y emancipación de las personas, ha logrado que las personas crean ésto, cuando en realidad es el justificativo y la confirmación del absolutismo global.  Pero tras esta apariencia de emancipación se esconde el mas sutil y oscuro de los sojuzgamientos: porque la voluntad individual es limitada, pero liberar de toda ética al estado y a los sectores de poder ha construido los grandes totalitarismos; actualmente esa lógica en manos de las corporaciones y del sistema global, en un mundo acostumbrado a los caprichos de una voluntad ciega, edifica silenciosamente el próximo.
Pero el fundamento de un Estado basado en el derecho es precisamente ese derecho que le da origen y sentido; y el fundamento del derecho es el de todas las personas (fundamento a su vez de toda institucionalidad), que a su vez se funda en el valor inalienable de cada ser humano.  Cualquier recorte al más pequeño de los derechos, o cualquier recorte al derecho de los más pequeños, es un paso más hacia la oscuridad de un nuevo totalitarismo.

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