jueves, 16 de enero de 2020

La solidaridad se convirtió en una mala palabra

Por Daniel Rojas Delgado

A fines de 2019, fruto de las elecciones democráticas de octubre, en Argentina asumió y cambió el signo político a nivel nacional: unido, el peronismo volvió a la Casa Rosada. Curiosamente, uno de los primeros temas que puso sobre la mesa, poder legislativo mediante, fue el de la solidaridad del pueblo argentino.

He aquí la manzana de la discordia que reabrió al interior de la Iglesia católica una discusión nunca resuelta: ¿qué caminos tomar para encarnar lazos sociales más justos y solidarios, según el espíritu del Evangelio? A partir de una serie de preguntas, esta nota busca mostrar el tema desde varios ángulos, algunos un poco más incómodos que otros:

* * *


1. ¿La Iglesia fue siempre pionera en temas vinculados a la cuestión social?
En 1919 acababa de terminar la Primera Guerra Mundial, el radical Hipólito Yrigoyen gobernaba el país y éramos “el granero del mundo”. Fue el año de la Semana Trágica, cuando el Gobierno reprimió y asesinó a 700 obreros y hubo 4000 heridos (Felipe Piña); también los chacareros, que “dirigidos por la Federación Agraria Argentina mantenían desde 1912 sus reivindicaciones por las condiciones de los contratos, encararon nuevas huelgas” (Luis Alberto Romero, “Breve historia contemporánea de la Argentina, p. 41).
El entonces obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor Miguel de Andrea “copió” de Uruguay y Estados Unidos un recurso extraordinario: del 22 al 29 de septiembre de 1919 lanzó la Gran Colecta Nacional, que alcanzó “un total de $6.478.452,55, representado por dinero efectivo, inmuebles, títulos, letras y alhajas, a lo que debía agregarse la promesa de entrega de $8.110.357,50 más” (Néstor T. Auza, en “Aciertos y fracasos sociales del catolicismo argentino”, tomo III, p. 27). 
Así fue como la Iglesia, “en el pico de la crisis, organizó la Gran Colecta Nacional, destinada a movilizar a los ricos e impresionar a los pobres” —asegura Romero— y se organizó “una guerra en regla contra el socialismo, compitiendo palmo a palmo en la creación de bibliotecas, dispensarios, conferencias y obras de fomento y caridad, tareas éstas en las que los activistas reclutados en los altos círculos sociales adquirían la conciencia de su alta misión redentora” (p. 43-44). 
Actualmente, las colectas siguen siendo necesarias. Pero ojalá sean un momento más dentro de un proyecto de vida solidaria y generosa, no el único; este tipo de caridad momentánea es el que mucha gente —con motivos cuestionables pero válidos— critica. Aunque, antes que nada, creo que todo suma. 
Además hay que destacar a tantos que militan en parroquias, participan en voluntariados carcelarios o trabajan en apostolados altamente comprometidos por el hambre, donde no sólo se ofrece lo material, sino también la presencia amable, la escucha, el involucrarse. Pero vayamos más aún al caracú de la cuestión.

2. ¿Es cristiano diferenciar entre los pobres de Jesús y los “no deseados”? 
El Catecismo de la Iglesia Católica dice que “la solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo” (1940), y que “los problemas socioeconómicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos” (1941). Después recalcula: “la solidaridad va más allá de los bienes materiales” (1942).
El magisterio de Benedicto XVI en “Dios es Amor” (Deus caritas est) es claro. Valora la solidaridad social por sobre la solidaridad individual (punto 30a) y el comportarse como el buen samaritano —quien tiene un corazón que ve: “este corazón ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia” (punto 31b). Mientras tanto, en esta otra punta del globo, el cardenal brasileño Helder Cámara refería sus dificultades personales para aplicar la doctrina social de la Iglesia: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Y cuando pregunto por qué no tienen comida, me llaman comunista”.

3. ¿Cuál era el sentido último de la caridad?
“Es muy importante entender que amar, para que sea verdadero amor, tiene que doler. Debo estar dispuesto a darlo todo, lo que sea para no hacerle daño a la gente y, de hecho, para hacerle el bien. Esto requiere que yo esté dispuesto a dar hasta que duela. De otro modo, no hay verdadero amor en mí y por ende, en lugar de traer buenas noticias, le traigo injusticia, y no traigo paz a los que están a mi alrededor. A Jesús le dolió amarnos”, decía la Madre Teresa de Calcuta (ahora santa) durante el Desayuno de Oración Nacional, en Washington, allá por 1994. Palabras duras pero transparentes como el Evangelio.
¿Es posible predicar el amor, el perdón y la paz sólo “de salón”, sin hacer carne estas palabras, disociando las ideas de la acción y discriminando por simpatías, modas o clases sociales? ¿Están acaso las ideologías políticas por encima del espíritu del Evangelio? Desde sus orígenes, la cultura judeocristiana se planteó como la seguidora de un Dios justo que ama el equilibrio y la justicia.
En la última edición especial de Le Monde Diplomatique (noviembre/diciembre 2019), Nicolás Viotti señalaba que “como sostuvo alguna vez el antropólogo Luis Dumont, el individualismo no es un valor que se opone a la solidaridad y a la conciencia social; en realidad egoísmo y solidaridad son las dos caras de la misma moneda y sólo pueden existir en un horizonte individualista”.

* * *

4. ¿Quién fue el primer Papa en “marcar la cancha”?
Volviendo al pasado para analizar el presente, ya el Papa León XIII se metió de lleno en el tole tole y se sumó a la discusión social europea al publicar la encíclica “Rerum Novarum” en 1891. Allí buscaba, entre otras cuestiones, que la Iglesia no quedara fuera de aquellos —estos mismos— debates cruciales sobre cómo encarnar la caridad cristiana, diciendo que se había “acumulado las riquezas en unos pocos y empobrecido a la multitud” (2), que “los ricos y los patronos recuerden que no deben tener a los obreros por esclavos” (32), que hay que “dar a cada uno lo que es justo” (32), que la autoridad pública “tenga cuidado del proletario” y le dé casa, vestido y protección (54), entre otras cuestiones. 

5. ¿Cuál de todas las formas de amar es la mejor? 
No tengo idea. Pero creo que cada persona tiene que encontrar en su propio ser y/o comunidad el modo de entregarse mejor, aunque canse y duela. Para unificar vida espiritual y vida social, con obras, sin dolores de conciencia, como señalan con dureza la Carta del apóstol Santiago (ver capítulos 2 y 5) y Louis Evely: 
“La mayor verdad de nuestra fe, el mayor mandamiento de nuestra religión, la más alta novedad del evangelio es que la caridad fraterna se ha hecho una caridad teologal, que el prójimo es Dios colocado al alcance de vuestro amor, para que podáis experimentar por vosotros mismos si lo que sentís por Él son únicamente nostalgias, sueños sentimentales, vapores de humo, o si le tenéis un amor sincero y afectivo, una mera “devoción” o una entrega” (Louis Evely, en “Fraternidad y evangelio”, p. 87).

* * *

6. ¿Lo que importa es amar? 
Antes de retomar nuestras vidas, un fragmento del libro de espiritualidad que más me marcó y que, aunque cada vez más roto, no dejo de releer a mis 30 años: “Lo que importa es amar”, del monje Carlos Carretto:
(…) Una tarde encontré en el desierto a un anciano que temblaba de frío. Parece extraño hablar de frío en el desierto pero en realidad es así, tanto que la definición del Sahara es: “país frío donde hace mucho calor cuando hay sol”. Y el sol se había puesto y el anciano temblaba.
Tenía conmigo dos mantas, las mías, las indispensables para pasar la noche. Dárselas quería decir que sería yo quien temblaría. Tuve miedo y me quedé con las dos mantas para mí. Durante la noche no temblé de frío, pero al día siguiente temblé por el juicio de Dios.
Efectivamente, soñé que había muerto en un accidente, aplastado bajo una roca, al pie de la cual me había quedado dormido. (…) La materia del juicio fueron las dos mantas y nada más. 
Fui juzgado inmaduro para el Reino. Y la cosa era evidente. Yo, que había negado una manta a mi hermano por miedo al frío de la noche, había faltado al mandamiento de Dios: “Amarás al prójimo como a ti mismo”. En realidad había amado a mi piel más que la suya. (…)

7. ¿Era necesario que la solidaridad se convirtiera en ley?
Tampoco lo sé. Pero la recién sancionada Ley 27.541 (Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva) es la punta del iceberg: ¿se trata de mera manipulación discursiva, apunta a garantizar lazos solidarios, es apenas un primer paso hacia esa sociedad sin excluidos que deseamos o me es indiferente? 
Quizás sea la oportunidad para pensar si queremos ver más allá de la “grieta”, meternos a debatir y a construir el Reino de Justicia, dando frutos buenos y abundantes (Mateo 7, 15-20). O si creemos que la Oración por la Patria, por recitar un ejemplo conocido, es sólo un mix de frases bonitas pero irrealizables:

Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios
para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres
y perdonando a los que nos ofenden,
aborreciendo el odio y construyendo la paz. 
De este modo, tras haber recorrido un puñado de ideas vertiginosamente articuladas, abro el juego para imaginar, cuestionar y elegir con valentía los caminos que nos permitan encarnar lazos sociales más justos y solidarios como pueblo. Mirar para otro lado no debería ser una opción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario