Parece ciencia-ficción, o una película sobre los nazis –de
ésas bien , pero bien malas, que veíamos de niños por TV- , pero se dice que en
la próximas décadas habrá vuelos tripulados al planeta Marte, con pasaje de
ida, pero no de vuelta, y que a bordo
irán las personas más ancianas de la sociedad.
¿Disparate? Un
moderno país de Oriente, donde la casa es chica, se entusiasmó de inmediato con
la idea y ya está armando una lista de futuros abuelos “descartables”.
¡Qué tanto hacernos
mala sangre por si el día de mañana podremos seguir ocupándonos de los
abuelitos, o de papá y mamá, si tendremos que ponerlos en un asilo o
procurarles ayuda domiciliaria! Será cuestión de meter al viejo o a la vieja en
un cohete… ¡y listo! A no afligirnos más.
A eso hemos llegado.
Empezamos por el
mandato social del “úselo y tírelo”, aplicado a las cosas, con el que perdimos
el criterio para el recto uso de los bienes y el valor de los recuerdos. Y
ahora lo queremos aplicar a las personas.
Nuestro Papa
Francisco nos pide que no desechemos a nadie, que tratemos con especial
delicadeza a los niños, los débiles y los ancianos y que respetemos “el
conjunto de la Creación” (Exhortación apostólica “Evengelii Gaudium”, 209-216:
“Cuidar la fragilidad”).
Qué bueno sería que
en este nuevo año hiciéramos un esfuerzo para recuperar la sensibilidad ante
los dones –materiales y espirituales- que hemos recibido y el sentido de la
dignidad de todo ser humano.
La
Redacción