Por Daniel Rojas Delgado
Imploro tu piedad. ¡Yo oro, te invoco confiado, Cristo!
En todo el orbe el horizonte se ha oscurecido y llegando
el horror, las fake news y confinado por un virus silencioso grito
para que el maligno enemigo pare de engañar con sus flores del mal.
La economía como vidrio se agrieta mientras la Madre Tierra busca salvarse.
No más viajes inútiles, ni clases físicas, ni deportes ni las Fiestas Prometidas.
¿Serán a partir de ahora los corazones, las pantallas y los cielos nuevos muros?
Hay tiempo para arrepentirse por empañar o infectar archivos, las escrituras
que nos configuran a todos hermanos, peregrinos iguales y errantes
en este ancho mar de lágrimas, bajo un sol solidario oscurecido. ¿Hay tiempo?
Cuando no haya más remedio, ni fe, ni wifi, ni oro brillante ni tarjetas
cuando permitamos reinar coronado al dulce y exitoso caos del individualismo
veremos cara a cara que no somos islas sino una sola y estúpida tierra.
Todo está cambiando y nosotros sin nuevas alianzas, distantes: más de lo mismo.
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